Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando mi querida tía Avis se estaba muriendo – habiendo sido una de toda la vida, el cáncer de pulmón la atacó a los 60 años– me hizo una pregunta desde la cama del hospital para la cual yo no estaba preparado: «¿Cómo me preparo para morir?».
Como mucha gente, Avis no tenía una religión. Sólo le quedaban unas semanas de vida, pero de adulta nunca fue a la iglesia y no prestaba mucha atención a nada ni remotamente espiritual. Era una buena persona y una dura ejecutiva de éxito que, antes incluso de que a la mayoría de las mujeres se les permitiera prosperar en los negocios, había dedicado su vida a su trabajo.
RELACIONADO: Cómo el alma humana sobrevive a la muerte
Sin embargo, criada por sus padres como luterana, era evidente que aún tenía interiorizados los temores que le habían inculcado durante su influenciable niñez. A medida que se acercaba su muerte, esos temores volvieron. Cuando era joven, el pastor había advertido en voz alta a todos en los bancos de la iglesia que todos se enfrentarían a la terrible ira de un Dios implacable en el día de su juicio personal.
Ahora, a punto de enfrentar a su propia muerte, se preguntaba: ¿Y si era verdad?
Mi tía me dijo, con voz ronca y temblorosa, que, a pesar de no haber vuelto a ver una iglesia desde su infancia, recordaba el texto exacto de los pasajes del Apocalipsis que citaba el pastor:
Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras.
Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.
Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda.
Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
Me di cuenta de que estaba aterrorizada. Al borde de la muerte, con la vida física escapándosele de las manos, Avis, que había ayudado a criarme y a quien yo quería entrañablemente, deseaba que la tranquilizaran y consolaran en sus últimos días. Sus miedos la atormentaban y me pidió ayuda.
Así que le conté lo que los bahá’ís creen acerca de ese gran misterio más allá de la puerta de la vida terrenal, que la muerte: “… es portadora de alegría. Concede el don de la vida eterna”.
Le conté que en su libro Las Palabras Ocultas, Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, reveló este esperanzador pasaje:
¡OH HIJO DEL SUPREMO! He hecho de la muerte una mensajera de alegría para ti. ¿Por qué te afl iges? He hecho que la luz resplandezca sobre ti. ¿Por qué te ocultas de ella?
Le dije que este maravilloso tema está presente en todos los escritos y enseñanzas bahá’ís: que no hay que temer a la muerte, sino acogerla con satisfacción, y que todas las personas, no sólo unas pocas, ascenderán a la siguiente etapa de la existencia de su alma después de que el cuerpo fallezca.
Le conté que Bahá’u’lláh había asegurado a la humanidad que el cielo y el infierno no son lugares, sino estados de conciencia: «¿Dónde está el Paraíso y dónde el Infierno?». Di: «Aquél es la reunión conmigo; éste es tu propio yo…”.
(Con la palabra «Yo», Bahá’u’lláh se refiere a Dios).
Le dije que las enseñanzas bahá’ís prometen que el Creador nos ama y nos perdona a todos:
La grandeza de Su misericordia sobrepasa la furia de Su ira, y Su gracia abarca a todos los que han sido creados y ataviados con el manto de la vida, sean ellos del pasado o del futuro.
Al principio, cuando respondía a las preguntas de mi tía Avis con estos conceptos de los escritos bahá’ís, parecía escéptica. Todavía condicionada a pensar en la muerte como algo que hay que temer y evitar, me dijo que la referencia a un «lago de fuego» en el Apocalipsis la asustaba tremendamente. Creía en una existencia después de la física, pero pensaba que su vida sin iglesia ni religión podría llevarla a un infierno abrasador.
Entonces le leí esta cita de los escritos de Bahá’u’lláh:
Ahora, referente a tu pregunta acerca del alma del hombre y su supervivencia después de la muerte, has de saber que, ciertamente, el alma después de su separación del cuerpo continuará progresando hasta que alcance la presencia de Dios, en un estado y condición que ni la revolución de las edades y siglos, ni los cambios o azares de este mundo pueden alterar. Perdurará tanto como perdure el Reino de Dios, Su soberanía, Su dominio y fuerza. Manifestará los signos de Dios y Sus atributos y revelará Su ternura y Ia generosidad.
RELACIONADO: Las palabras ocultas: una guía espiritual para la vida y la muerte
Le aseguré que el lago de fuego y la muerte permanente descritos en el Apocalipsis no eran reales, sino que las enseñanzas bahá’ís aseguran que funcionan como símbolos, que aluden a realidades espirituales más que a condiciones físicas. Abdu’l-Bahá, hablando a una clase de Biblia en la ciudad de Nueva York en 1912, explicó:
Es difícil comprender las palabras de un filósofo; cuánto más difícil es entender las Palabras de Dios. Las Palabras divinas no deben tomarse de acuerdo a su sentido exterior. Son simbólicas y contienen realidades de significado espiritual. Por ejemplo, en el libro de los cantares de Salomón, leeréis acerca del novio y la novia. Es evidente que no se habla de un novio y una novia físicos. Obviamente, son simbólicos que transmiten un significado interno y oculto. Del mismo modo, las revelaciones de San Juan no deben tomarse literalmente, sino espiritualmente. Estos son los misterios de Dios. No es la lectura de las palabras lo que os beneficia; es el entendimiento de sus significados. Por tanto orad a Dios para ser capaces de comprender los misterios de los Testamentos divinos. – La promulgación a la paz universal, p. 446.
Tal vez, le sugerí, ese lago de fuego signifique simplemente la arrepentida comprensión interior en la otra vida de que un alma podría haber evolucionado espiritualmente más mientras estaba en esta vida. Quizá el símbolo del fuego también pueda significar el poder de la purificación, de la transformación y de la regeneración.
Cuando mi tía Avis dejó de respirar varios días después, pasó al otro mundo voluntariamente, con una tentativa sensación de anticipación acogedora, y con mucho menos miedo y temor. Los escritos y conceptos bahá’ís que compartí con ella aliviaron sus ansiedades e hicieron que su camino a la eternidad fuera, espero de corazón, tranquilo y feliz.
Espero verla algún día en ese mundo celestial.
Comentarios
Inicia sesión o Crea una Cuenta
Continuar con Googleo