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Cómo crear una civilización universal: Uniendo Oriente y Occidente

Behrooz Sabet | Ene 13, 2025

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Behrooz Sabet | Ene 13, 2025

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Los escritos bahá’ís hacen hincapié con frecuencia en la creación de una civilización universal que reúna y equilibre los puntos fuertes de las culturas orientales y occidentales.

Esta idea es central en las enseñanzas de Abdu’l-Bahá, quien, en sus charlas ofrecidas en Norteamérica durante sus viajes en 1912, recogidas en La Promulgación de la Paz Universal, subraya la necesidad de colaboración e integración entre estas dos esferas. En un discurso que pronunció en Nueva York dijo:

El Este debe adquirir la civilización material del Oeste, y el Oeste debe recibir la civilización espiritual del Este. Esto establecerá un lazo mutuo. Cuando ambos se junten, el mundo de la humanidad presentará un aspecto glorioso y se logrará un extraordinario progreso.

Abdu’l-Bahá criticó la civilización material cuando su objetivo principal se limita únicamente a «… asegurar su sustento y obtener los medios para su holgura y comodidad». Aunque el progreso material es esencial para el bienestar humano, las enseñanzas bahá’ís dicen claramente que es insuficiente por sí solo. Para alcanzar la verdadera civilización, la humanidad necesita incorporar una dimensión espiritual, que eleve las aspiraciones e infunda un propósito y un significado más profundos a la vida. Este equilibrio entre lo material y lo espiritual es fundamental para crear una sociedad que fomente no sólo los avances tecnológicos, sino también el crecimiento moral y ético.

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El ámbito social

Una civilización equilibrada requiere una esfera intermedia –el ámbito social– que se sitúe entre el progreso material de Occidente y la sabiduría espiritual de Oriente. Este ámbito social actúa como fuerza mediadora, integrando los avances materiales –los descubrimientos de la mente humana en la naturaleza y la invención de herramientas y tecnologías-–con los conocimientos espirituales, incluidos los valores y significados que guían el comportamiento y las relaciones humanas. El resultado: una civilización equilibrada y progresista, en la que ni el materialismo ni la espiritualidad dominan a expensas del otro.

Esta esfera intermedia representa las instituciones y estructuras sociales –las leyes, la gobernanza, los sistemas económicos, la educación y los códigos morales– que permiten que las fuerzas materiales y espirituales interactúen y den forma a la civilización. En este ámbito, valores como la justicia y la cooperación pueden crecer dentro de las instituciones de la sociedad, garantizando el cultivo tanto del bienestar material como de la integridad moral de la sociedad.

El ámbito social no es sólo un espacio pasivo en el que confluyen estas dos fuerzas, sino que moldea activamente la naturaleza de la civilización integrando los valores espirituales en las estructuras materiales. Proporciona la mediación esencial entre el progreso material y el espiritual, construyendo las estructuras e instituciones necesarias para su integración. En ese ámbito, los logros materiales de Occidente y la sabiduría espiritual de Oriente convergen para crear una civilización que no sólo es tecnológicamente avanzada, sino también moralmente sólida y socialmente justa. Al fomentar este equilibrio dinámico, el ámbito social se convierte en la base de una civilización universal y armoniosa, que eleva tanto los aspectos materiales como espirituales de la vida humana.

Una comprensión más profunda de la espiritualidad oriental

El siguiente aspecto importante de la investigación implica una exploración más profunda de lo que Abdu’l-Bahá entendía por espiritualidad oriental y de cómo la revelación de Bahá’u’lláh influye en la interacción dinámica entre las civilizaciones oriental y occidental. Comprender esta relación es esencial para captar la visión bahá’í más amplia de la civilización global.

Abdu’l-Bahá definió el progreso como la esencia de la espiritualidad, afirmando: “En el reino del espíritu no hay retroceso posible, todo el movimiento tiende hacia un estado perfecto. «Progreso» es la expresión del espíritu en el mundo de la materia”.

Esta afirmación refleja un principio profundo: la espiritualidad no es estática, sino intrínsecamente dinámica, siempre en evolución y empujando a la humanidad hacia estados superiores de existencia. Así pues, la civilización espiritual de Oriente no debe verse como una tradición fija o monolítica, sino como una fuerza viva y transformadora que se renueva continuamente, más recientemente a través de las enseñanzas de Baha’u’lláh.

En este contexto, la espiritualidad oriental no debe confundirse con los preceptos de la antigüedad. Aunque las antiguas tradiciones espirituales han conformado significativamente el pensamiento oriental, Abdu’l-Bahá subraya que la verdadera espiritualidad no es un conjunto de creencias estáticas ancladas en el pasado. Por el contrario, él plantea la espiritualidad oriental, especialmente tal y como ha sido redefinida por la revelación de Bahá’u’lláh, como una tradición vital y continua, que se adapta y evoluciona para satisfacer las necesidades de la sociedad contemporánea. Este enfoque rechaza firmemente la idea de que la espiritualidad sea una mera reliquia de la historia. Más bien, la espiritualidad se presenta como una fuerza en constante evolución y progresiva para la transformación continua, relevante para los retos modernos y capaz de guiar a la humanidad hacia una civilización más equilibrada y progresista. El concepto bahá’í de la religión en sí –como una secuencia dinámica de revelaciones que se construyen unas sobre otras– significa que las doctrinas y dogmas fijos deben dar paso continuamente a nuevas comprensiones.

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El énfasis de Abdu’l-Bahá en la progresión de la civilización establece una importante distinción entre el verdadero significado y aplicación de la espiritualidad y sus nociones tradicionales, que a veces pueden atrincherarse en costumbres anticuadas o incluso retroceder hacia comportamientos fanáticos. Las enseñanzas bahá’ís promueven un enfoque evolutivo de la espiritualidad, que influye y guía constantemente a la sociedad. De este modo, la espiritualidad sigue siendo una fuerza viva y transformadora, en lugar de un remanente estancado de épocas pasadas.

En el contexto de la interacción entre Oriente y Occidente, Abdu’l-Bahá presenta la unidad no como una simple reconciliación de tradiciones fijas e inmutables, sino como la creación de un sistema dinámico que permite a la humanidad progresar tanto en la dimensión material como en la espiritual. La unidad de Oriente y Occidente, por tanto, no consiste en mezclar dos culturas estáticas, sino en fomentar un proceso continuo de aprendizaje e intercambio, en el que cada civilización aporte sus puntos fuertes únicos. Juntas, impulsan a la humanidad hacia adelante integrando el progreso material y espiritual de un modo que enriquece mutuamente al mundo entero.

Evidentemente, el hecho de que Abdu’l-Bahá se centre en la espiritualidad oriental refleja la opinión de que una nueva revelación procedente de Oriente –la revelación de Bahá’u’lláh– ha surgido como la última renovación del discernimiento espiritual. Esta revelación establece un punto de referencia capaz de criticar y revitalizar toda la tradición de la espiritualidad oriental. En lugar de entregarse a una reminiscencia nostálgica de glorias pasadas, Abdu’l-Bahá trata de resucitar la espiritualidad oriental a través de una nueva lente universal de comprensión. Esta renovación no se limita a Oriente, sino que habla a todo el mundo, ofreciendo un camino transformador que trasciende las fronteras geográficas y culturales, guiando a la humanidad hacia un futuro unificado y progresista.

Este enfoque dinámico fomenta una síntesis armoniosa del progreso material y espiritual, guiando a la humanidad hacia una civilización universal que abarca ambas dimensiones. A través de este proceso evolutivo, tanto Oriente como Occidente contribuyen a una civilización equilibrada, progresiva y espiritualmente elevada, garantizando el avance colectivo de toda la humanidad.

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