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La civilización: ¿Puede evolucionar la sociedad humana o estamos estancados?

David Liebman | Dic 15, 2021

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David Liebman | Dic 15, 2021

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Nuestra civilización actual representa un punto concreto en el tiempo y el espacio en la larga trayectoria del desarrollo de la vida humana colectiva en el planeta.

¿Podemos evolucionar como sociedad o estamos estancados?

Durante milenios, la sociedad humana ha trazado un largo arco que se remonta hasta los oscuros rincones de la prehistoria. Por lo que sabemos, los humanos se organizaron primero como tribus de cazadores-recolectores. Después, esas unidades tribales evolucionaron hasta convertirse en aldeas, ciudades-estado y reinos. A esto le siguió la nacionalidad, y ahora, según nos dicen las enseñanzas bahá’ís, incluso esa etapa de la civilización humana está evolucionando lentamente, dando paso a nuestro último y más evolucionado nivel de organización social posible en este planeta: una mancomunidad global y una civilización mundial.

Si reflexionamos sobre la migración de nuestros remotos antepasados desde el sur de África hasta Asia central y su posterior dispersión por todo el planeta, organizándose en varios y diversos focos de comunidades sociales, con sus culturas y lenguas únicas, ¿no es sorprendente que estas sociedades no permanecieran estáticas y separadas, sino que evolucionaran continuamente, desarrollaran civilizaciones más complejas y estuvieran cada vez más interconectadas, hasta el punto de que ahora nos encontramos con una comunidad global verdaderamente interdependiente?

Debemos preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí, porque la respuesta a esa pregunta nos proporciona la visión que nos permitirá avanzar hacia un futuro más seguro, pacífico y próspero.

¿Qué fuerza nos hace avanzar?

El cambio requiere un poder que lo lleve a cabo, así que ¿cuál es el poder imperioso que ha impulsado este cambio evolutivo constante, este desarrollo a lo largo de nuestra larga historia colectiva? Bahá’u’lláh, el fundador de la Fe bahá’í, escribió:

Todos los hombres han sido creados para llevar adelante una civilización en continuo progreso. El Todopoderoso es Mi testigo: Actuar como las bestias salvajes no es digno del hombre. Las virtudes que corresponden a su dignidad son la tolerancia, la misericordia, la compasión, y bondad hacia todos los pueblos y razas de la tierra.

Así que, sencillamente, los bahá’ís creen que el propósito de Dios al crear a la humanidad requiere que progresemos y evolucionemos, como una civilización en continuo progreso, bajo su soberana influencia. Las mejores cualidades de esta civilización progresiva, dicen las enseñanzas bahá’ís, incluyen la dignidad, la tolerancia, la misericordia, la paz, la compasión y la bondad amorosa hacia toda la humanidad.

Los escritos bahá’ís explican además que los mensajeros y las manifestaciones de Dios, Sus profetas y santos, median entre Su Voluntad y Su creación, y estos mensajeros liberan en el mundo el poder creativo necesario para impulsar la civilización humana y transformar tanto al individuo como a la sociedad. Los escritos bahá’ís dicen:

…cuando la Santa Manifestación de Dios, que es el sol de la creación divina, brilla sobre el mundo de los espíritus, pensamientos y corazones, surge una primavera espiritual dadora de nueva vida, se hace visible el poder de la maravillosa primavera, y se es testigo de una bondad portentosa. Tal como habrás comprobado, durante la aparición de cada Manifestación de Dios se suelen dar avances extraordinarios en los dominios de la mente, el pensamiento y el espíritu. Por ejemplo, medita cuánto desarrollo han alcanzado el mundo de la mente y del pensamiento en la época actual, cuando apenas nos encontramos en los barruntos de ese amanecer. Muy pronto presenciarás las nuevas generosidades y serás testigo del modo como las enseñanzas divinas habrán de iluminar un mundo tenebroso, transformando estas tristes regiones en el paraíso del Edén. – Contestaciones a unas preguntas.

Los seres humanos somos una parte importante del plan creativo de Dios, que se desarrolla en este vasto universo y en este pequeño planeta. Estas nuevas revelaciones, liberadas en nuestro mundo a través de los mensajeros de Dios,  proporcionan la energía necesaria que impulsa implacablemente la vida evolutiva de la sociedad humana.

Somos agentes activos de nuestro destino

Si entendemos este principio creativo fundamental, entonces sabemos que Dios nos creó para ser agentes activos y participantes en una civilización en continuo progreso. Todos los seres humanos funcionan como protagonistas activos en el plan de Dios. El arte, la literatura, la arquitectura, la ciencia, la industria, la educación, toda actividad humana creativa expresa esta realidad fundamental.

En un momento tan precario de nuestra historia colectiva, en el que nos enfrentamos a un daño mortal para la Tierra y para nosotros mismos, debemos intentar comprender este propósito fundamental de nuestra creación.

Esa comprensión nos proporciona la visión necesaria para avanzar con justicia y con curación. En este punto de inflexión crítico, en el que aprovechamos el poder de la revelación de Bahá’u’lláh para transformarnos a nosotros mismos y, a su vez, a nuestra sociedad, podemos seguir construyendo una civilización en continuo progreso. Esto significa que debemos cambiar si queremos que el mundo cambie.

Cómo construir una civilización espiritual

Ahora tenemos lo que necesitamos para construir una civilización espiritual en todo el mundo. Esa civilización implica la iluminación de la realidad humana con las virtudes divinas, que a su vez se expresa externamente y forma una sociedad justa, pacífica y unificada. En Gálatas, 5:22-23 se describen como «frutos del espíritu»: «… el fruto del Espíritu es el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la generosidad, la fidelidad, la mansedumbre y el autocontrol».

Ya sabemos cómo construir una civilización material avanzada, pero eso solo creará un cuerpo muerto sin vida. Su fruto es la expresión de la naturaleza inferior de la humanidad, sin el espíritu vivo de las enseñanzas de Dios ni su influencia. La civilización material sin una luz espiritual que la acompañe tiende a producir conflicto, injusticia, codicia, egoísmo, pobreza, guerra y, en última instancia, gran sufrimiento.

La civilización espiritual, en cambio, representa una realidad que emana de Dios a través de sus mensajeros, como señalan las enseñanzas bahá’ís: «… todos los profetas se han esforzado por hacer que el amor se manifieste en los corazones de los hombres».

Este espíritu -que fluye de Dios a la humanidad, a través de los profetas del pasado y ahora, en este momento, a través del último de esos mensajeros, Bahá’u’lláh- anima y da forma a una cultura que tiene el poder de producir unidad, cooperación, paz y seguridad. Potencia el esfuerzo científico y artístico, hace que se manifieste el amor a la humanidad, crea autodisciplina y ordena a todos la búsqueda del conocimiento. Eleva el servicio a la humanidad como el más alto honor para un individuo. Con el tiempo, creará una civilización unificada, segura y próspera, pues como dicen los escritos bahá’ís, «la unidad es la expresión del poder amoroso de Dios y refleja la realidad de la divinidad».

Las enseñanzas bahá’ís señalan la necesidad más acuciante del mundo en la actualidad: construir una civilización espiritual. Así como las dos alas de un pájaro, tanto el ala material como el espiritual son necesarias para que la humanidad progrese. Esto pavimenta el camino hacia adelante para salir de este derroche de sufrimiento, oscuridad, muerte y destrucción de nuestro mundo, proporcionando los elementos esenciales necesarios para un futuro pacífico y seguro para nosotros, nuestros hijos, para toda la humanidad. En su libro El Orden Mundial de Bahá’u’lláh, Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, caracterizó el impacto de esta nueva revelación no solo como otro renacimiento religioso, sino como una llamada a todos nosotros a «los límites más lejanos en la organización de la sociedad humana”:

La Revelación de Bahá’u’lláh, cuya misión suprema no es otra que el logro de esta unidad orgánica y espiritual del conjunto entero de naciones, debería ser considerada, si hemos de ser fieles a sus implicaciones, como la señal del advenimiento de la madurez de toda la raza humana. No debería ser tomada como si fuera meramente otro renacimiento espiritual dentro de la siempre cambiante suerte de la humanidad, ni sólo como una etapa más de la cadena de Revelaciones progresivas, y ni siquiera como la culminación de una serie de recurrentes ciclos proféticos, sino como la señal de la última y más elevada etapa de la asombrosa evolución de la vida colectiva del ser humano en este planeta. El surgimiento de una comunidad mundial, la conciencia de una ciudadanía mundial, el establecimiento de una civilización y una cultura mundiales —todo ello sincronizado con las etapas iniciales del desenvolvimiento de la Edad Dorada de la era bahá’í— deberían ser considerados, por su propia naturaleza y por lo que a esta vida planetaria se refiere, como los límites últimos en la organización de la sociedad humana, aunque el ser humano, como individuo y además como resultado de esa consumación, deberá continuar indefinidamente su progreso y desarrollo.

Los bahá’ís de todo el mundo invitan a toda la humanidad a unirse a nosotros en la construcción de esta nueva civilización espiritual.

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