Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Qué podría ser más bello que este mundo material? Las olas del mar al amanecer, un bosque antiguo en primavera, el rugido de una cascada de Yosemite, una cría de zorro: ¡todo es tan, tan hermoso!
Es difícil no dar las gracias al Creador cada minuto de cada día por regalarnos una belleza tan asombrosa.
El mundo creado por el hombre también contiene una gran belleza: el arte, la música, la arquitectura, la moda, el cine, las elevadas catenarias de los puentes arqueados, incluso la humilde cuchara fabricada masivamente con la que desayuno, un triunfo del diseño, la utilidad, el equilibrio y simplemente lo acertado.
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Uno podría pasarse toda la vida sin nunca dejar de asombrarse por las maravillas y la belleza de este mundo material. De hecho, mucha gente lo hace.
Sin embargo, esa belleza seductora puede ser una trampa.
Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, dijo en un discurso que ofreció en Montreal: La misión de los profetas de Dios ha sido la de educar las almas de la humanidad, librándolas del cautiverio de los instintos naturales y las tendencias físicas.
¿Qué implica esto para nuestro amor y aprecio por la creación – y las creaciones humanas?
El otro día me llamó una querido amigo y me dijo que había pasado el fin de semana en un Concours d’Elegance. ¿Sabes lo que es eso? Es un término francés que significa «concurso de elegancia» y describe eventos en los que los propietarios de coches clásicos se reúnen en los verdes jardines de un club de campo para exhibir sus relucientes Duesenbergs, Rolls Royces y Bugattis restaurados.
Estas exhibiciones de coches de alta gama empezaron mucho antes de que existieran los automóviles, en la Francia del siglo XVII, cuando los aristócratas paseaban sus carruajes dorados, construidos a mano y de estilo rococó por los parques de París para hacer gala de su riqueza y estatus.
Aunque este tipo de eventos puedan parecer meras exhibiciones de excesos o espectáculos de gratificación del ego para multimillonarios –y claro, pueden ser exactamente eso–, yo mismo he asistido a unos cuantos y comprendo su encanto. Una vez ayudé a restaurar y también fui propietario de un Jaguar clásico de 1952 cuyo dueño original, Gwenn Graham, fundó el prestigioso Concurso de Elegancia de Pebble Beach. El elegante diseño de aquel coche, un XK 120 SE Fixed-Head Coupe negro, me cautivó la primera vez que lo vi y, a pesar de que lo vendí hace años, sigue apareciendo en mis fantasías. ¡Oh, esos flamantes guardabarros!
Así que sí, las cosas materiales exquisitamente diseñadas –un coche, un edificio, un monumento, un par de zapatos nuevos– tienen el poder de atraer nuestra admiración. Podemos apreciar la artesanía, adorar la belleza y deleitarnos con las espectaculares proezas de ingenio e ingeniería que se necesitaron para crear tales maravillas.
Sin embargo, como le dije a mi hijo el otro día, puedes amar los coches, pero los coches no te devolverán el amor. Lo mismo ocurre con cualquier cosa material.
Al final, todas las creaciones hechas por el hombre, e incluso los maravillosos espectáculos de la naturaleza, sólo durarán para nosotros lo que dure nuestra efímera vida física: son temporales, como temporal es este plano mundano de existencia. El mundo físico se desvanece inevitablemente para todas las criaturas que viven aquí, tú y yo incluidos. Cuando nos hayamos ido, se habrán ido. Los escritos bahá’ís nos recuerdan, al igual que las escrituras de todas las grandes religiones, que: «Los moradores de este mundo efímero, tanto encumbrados como de baja condición, pasan sus días y sus noches en pos de los asuntos mundanos sólo para sufrir, al final, una pérdida manifiesta». [Traducción provisional]
Este conmovedor pasaje de los escritos de Abdu’l-Bahá lo resume todo:
Estos pocos y breves días han de pasar; esta vida presente desaparecerá de nuestra vista; las rosas de este mundo dejarán de ser frescas y hermosas; ha de languidecer y desaparecer el jardín de los triunfos y delicias de esta tierra. La primavera de la vida dará paso al otoño de la muerte; el vivaz regocijo de los salones palaciegos ha de ceder paso a la oscuridad del sepulcro, sin luna. Por consiguiente, nada de esto es digno de ser amado en absoluto y a esto el sabio no fija su corazón.
El que tiene conocimiento y poder tratará más bien de encontrar la gloria del cielo, la distinción espiritual y la vida imperecedera. – Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, p. 292.
El mundo funciona así, dicen las enseñanzas bahá’ís, porque:
…la felicidad de esta tierra no depende de la riqueza. Encontraréis a muchos acaudalados expuestos a peligros y afligidos por dificultades, y en sus últimos momentos sobre el lecho de muerte les quede el remordimiento de que deben separarse de aquello a lo cual sus corazones se hallan apegados. Vienen a este mundo desnudos, y deben irse desnudos. Todo lo que poseen deben dejarlo atrás y fallecer solos, solitarios. A menudo en el momento de la muerte sus almas están llenas de remordimientos. – La promulgación de la paz universal, p. 56.
Así que sí, todos podemos buscar belleza, solaz y consuelo en la naturaleza o en las cosas hechas por el hombre, pero sólo estamos aquí como turistas, viajeros, transeúntes, destinados a partir e ir a nuestro verdadero hogar cuando caduquen nuestros pasaportes terrenales. Y además caducan con rapidez. Quizá por eso Abdu’l- Bahá escribió: «El hombre sabio, por consiguiente, no se apega a esta vida mortal y no depende de ella…». – Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, p. 267.
¿Cómo podemos lograr este objetivo tan importante? Cristo, Buda, Muhammad, Abraham, Krishna – todos los santos mensajeros y profetas nos piden que nos desapeguemos de este plano pasajero, aceptemos la realidad de nuestra mortalidad y nos preparemos para la próxima vida. Abdu’l- Bahá nos recomendó:
…no estéis apegados a las lujurias de este mundo efímero, libraos de todo apego, y esforzaos con corazón y alma para estableceros completamente en el Reino de Dios. Ganad Tesoros Celestiales. Día tras día sed más iluminados. Acercaos más y más al Umbral de la Unidad. Convertíos en los manifestadores de los Favores Espirituales y los lugares del amanecer de Luces Infinitas. – Las tablas del plan divino, p. 54.
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Personalmente, debo admitir que esto no me resulta fácil. Amo este mundo y sus placeres, y probablemente me he apegado demasiado a ellos durante mi vida. Me resulta difícil imaginar lo que nos deparará la próxima vida y cómo sus placeres podrían superar a los que encontramos aquí, pero las enseñanzas bahá’ís así lo indican:
… el honor y la gloria del ser humano no residen solamente en los deleites materiales y beneficios terrenales. Esta felicidad material es completamente secundaria, mientras que la gloria de una persona reside principalmente en esas virtudes y logros que son los adornos de la realidad humana. Consisten en bendiciones divinas, dádivas celestiales, emociones profundas, el amor y el conocimiento de Dios, la educación de las gentes, las percepciones de la mente y los descubrimientos científicos. Consisten en la justicia y la equidad, la veracidad y la benevolencia, la valentía interior y la humanidad innata, la salvaguardia de los derechos de los demás y la preservación de la inviolabilidad de los pactos y los acuerdos. Consisten en la rectitud de conducta en todas las circunstancias, el amor a la verdad bajo todas las condiciones, la abnegación por el bien de todos, la bondad y la compasión para con todas las naciones, la obediencia a las enseñanzas de Dios, el servicio al Reino celestial, la guía de toda la humanidad y la educación de todas las razas y naciones. ¡Esta es la felicidad del mundo humano! ¡Esta es la gloria del ser humano en el mundo contingente! ¡Esta es la vida eterna y el honor celestial!
Sin embargo, estos dones solo se ponen de manifiesto en la realidad humana mediante un poder celestial y divino, y mediante las enseñanzas del cielo, pues requieren un poder sobrenatural. En el mundo de la naturaleza pueden también aparecer vestigios de estas perfecciones, pero son tan fugaces y efímeros como los rayos del Sol sobre una pared. – Contestación a unas preguntas, p. 52.
Intentaré desprenderme y adquirir esas cualidades espirituales imperecederas, por supuesto, pero me ayuda recordarme a mí mismo que ser bahá’í no significa retirarse de este mundo, como un asceta o un monje. Las enseñanzas bahá’ís no piden a nadie que se prive de las alegrías de este plano físico, como explicó Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, en su libro «El advenimiento de la justicia divina»:
… el mantener tales altas normas de conducta moral, no debe ser asociado o confundido con ninguna forma de ascetismo o de puritanismo excesivo y fanático. Las normas inculcadas por Bahá’u’lláh, no tratan bajo ninguna circunstancia de negar cualquier derecho o privilegio legítimo por obtener la mayor ventaja y beneficio de las múltiples felicidades, bellezas y placeres con las que el mundo ha sido tan abundantemente enriquecido por un Creador Todo Amoroso. «Si un hombre», el Mismo Bahá’u’lláh nos reasegura, «deseare adornarse con los ornamentos de la tierra, vestir sus prendas, o participar de los beneficios que ésta puede conferirle, ningún daño podrá acaecerle, con tal que no permita que nada intervenga entre él y Dios, pues Dios ha ordenado todas las cosas buenas creada en el cielo o en la tierra, para los siervos Suyos que realmente creen en Él. Comed, oh pueblo, de las cosas buenas que Dios os ha permitido, y no os privéis de Sus maravillosas dádivas. Dad gracias a Él y alabadle, y sed de aquellos que de verdad, son agradecidos.» – p. 33.
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