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Las opiniones y puntos de vista expresados en este artículo pertenecen al autor únicamente, y no necesariamente reflejan la opinión de BahaiTeachings.org o de alguna institución de la Fe Bahá'í. El sitio web oficial de la Fe Bahá’í es Bahai.org y el sitio web oficial de los bahá’ís de los Estados Unidos es Bahai.us.
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Abdu’l-Bahá y un deseo espiritual que se convirtió en matrimonio

Barron Harper | Nov 22, 2021

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Barron Harper | Nov 22, 2021

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Hace medio siglo, los bahá’ís de todo el mundo esperaban con impaciencia el quincuagésimo aniversario de la Ascensión de Abdu’l-Bahá el domingo 28 de noviembre de 1971. Yo participé, y cambió mi vida.

En respuesta al llamamiento de la Casa Universal de Justicia -el órgano de liderazgo global democráticamente elegido de los bahá’ís del mundo- las comunidades bahá’ís de todo el mundo reservaron ese fin de semana para celebrar reuniones que culminarían a la 1:00 de la madrugada en esa noche cargada de recuerdos como fuente de inspiración y dedicación renovada.  

Como joven que asistía a la Universidad de Texas en Arlington, me uniría a otros bahá’ís para el evento en la Universidad de Arkansas en Little Rock, a 310 millas de distancia. Puesto que la anfitriona sería una maravillosa bahá’í de larga data llamada Edna True, esperábamos con ansias asistir a la conmemoración.

Edna fue una figura histórica. En 1903, cuando abrazó la Fe bahá’í a los 15 años de edad junto con su madre, ella le escribió a Abdu’l-Bahá, preguntándole cómo llegar a ser una mejor bahá’í. Él le respondió:

Tu carta fue una fuente de alegría y felicidad para mí, ya que su significado era una súplica y un ruego a Dios para que te convierta en una sierva pura, exenta de todo deseo material, santificada y desvinculada de todo excepto de Dios, para que te puedas caracterizar con los atributos de los ángeles celestiales… En verdad, ruego a Dios que te alimente con el pecho de la generosidad y te críe de tal manera que todos los sabios se asombren, y que te convierta en un milagro de guía entre los siervos. [Traducción provisonal]

Menos de cuatro años después, en 1907, él le pidió directamente a su madre, Corinne True, que asumiera la abrumadora tarea de trabajar en la construcción de la Casa de Adoración bahá’í en Wilmette, Illinois. Por sus esfuerzos incondicionales y exitosos para cumplir esa misión durante un período de 45 años, Corinne llegó a ser conocida como la Madre del Templo. En 1952 Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, nombró a Corinne True como Mano de la Causa, una institución de honor compuesta por bahá’ís prominentes y devotos.

Edna estuvo íntimamente involucrada con su madre en el trabajo de completar el Templo, sirviendo en el comité de construcción desde 1947 hasta 1953, contribuyendo con su experiencia en el diseño interior, y planeando la dedicación formal en 1953.

En los años intermedios, Edna sirvió incansablemente como presidenta y secretaria del Comité Interamericano Baha’í, como secretaria de actas durante 22 años en la Asamblea Espiritual Nacional de los bahá’ís de los Estados Unidos, como presidenta del Comité de Enseñanza Europeo de 1946 a 1964, y como Consejera de 1968 a 1980.

Además de este notable legado de servicio, Edna conoció de primera mano a Abdu’l-Bahá, a quien conoció en 1912 en la dedicación de los terrenos del Templo en las afueras de Chicago y de nuevo en 1919 en Tierra Santa. Como miembro de una unidad de socorro de la universidad, había recibido sus elogios por sus esfuerzos para ayudar a las personas desplazadas y heridas en la devastada Francia durante la Primera Guerra Mundial. Más que capacitada para ser la anfitriona de la conmemoración en 1971, era un tesoro que muchos de nosotros subestimamos.

Tal vez anticipando que compartiría sus experiencias personales con Abdu’l-Bahá, Edna preparó un artículo titulado «Sexto Aniversario de los Viajes de Abdu’l-Bahá al Mundo Occidental». Publicado en el número de noviembre de 1971 de Baha’i News, ella lo describió citando:

Sus maravillosas cualidades, su vida ejemplar, su radiante y amorosa personalidad, su sabiduría y su dinámico poder espiritual. … Todas las puertas y caminos de acercamiento», recordó además, «parecían abrirse misteriosamente para Él. Fue cordialmente invitado a pronunciar discursos en varias universidades, a hablar ante asociaciones científicas, organismos socialistas y organizaciones asistenciales. Fue el orador invitado de honor en iglesias, templos, sinagogas, clubes de mujeres y grupos metafísicos. … En reunión tras reunión y en conversaciones privadas, una y otra vez, exhortó a los creyentes agrupados en torno a Él a esforzarse por adquirir las virtudes bahá’ís, ya que, afirmaba, ’sin el cambio interior y el desarrollo del carácter, no se puede lograr ningún bien exterior’».

Durante su charla, Edna había invitado a los asistentes a reunirse en el gran anfiteatro de la Universidad de Arkansas a medianoche. Al sentarme cerca de la fila más alta para tener una vista panorámica, la presencia de Edna levantó mi espíritu y el de todos los que me rodeaban. Algunos de los asistentes, como ella, habían conocido a Abdu’l-Bahá. Entonces, al acercarse el momento de la conmemoración, nos dijo: «Sabéis, amigos, que podéis pedir un deseo a Abdu’l-Bahá y él os lo concederá».

Mi reacción fue de pura emoción. En ese momento mi anhelo más profundo era encontrar a alguien con quien pudiera compartir una vida en la que estuviera muy involucrada la Fe bahá’í y sus profundos principios. Así que a la 1 de la madrugada, en medio de las oraciones, pedí mi deseo. 

De vuelta a Arlington al día siguiente, encontré una carta de Nancy Lee en el correo. Por aquel entonces, ella estaba estudiando en la Real Academia de Música de Londres. Nos habíamos conocido en 1969 a través de una pareja bahá’í en Austin, justo después de que ella se hiciera bahá’í. Aunque no surgió nada romántico durante aquel encuentro inicial, percibí en ella una capacidad espiritual que me conmovió el corazón.

Sin embargo, poco después de conocernos, ella se comprometió con otro bahá’í. Pero tras varios intentos de obtener el consentimiento de sus padres, quienes habían jurado no aceptar que se casara con un bahá’í, Nancy rompió el compromiso y se marchó a Londres. Mientras tanto, aceptó que nos escribiéramos en lo que finalmente se convirtió en un noviazgo a distancia por correo.

En su carta, Nancy escribió que volvía a casa en Arkansas para ver a sus padres por Navidad, a 235 millas al este de donde yo vivía en Texas. Durante sus vacaciones, pudimos confirmar el amor que teníamos el uno por el otro. Pero como el consentimiento parecía imposible, y el consentimiento de los padres es necesario para una unión bahá’í, ella regresó a Londres sin que consideráramos el matrimonio.

Mientras tanto, desconcertado, busqué refugio en la oración y la reflexión. Sorprendentemente, un amigo ciego y compañero de las enseñanzas bahá’ís me telefoneó inesperadamente y me dijo enfáticamente «¡Bahá’u’lláh tiene la intención de que tú y Nancy os caséis!».

Asombrado, no supe hasta más tarde que Nancy seguiría un impulso irresistible de dejar Londres para volver a Arlington, donde decidió encontrar empleo y establecerse, y estar cerca de mí.

A los dos días de su regreso a Estados Unidos para alojarse con un amigo bahá’í en común, encontré una nota de mi compañero de apartamento para que llamara por teléfono a la madre de Nancy, que había descubierto que su hija había dejado Londres y había conseguido mi número de teléfono. En la llamada, que hicimos juntos, su madre le preguntó a Nancy: «¿Lo amas?» «¡Sí!» contestó Nancy inmediatamente y con énfasis. «Pues tu padre y yo hemos decidido darte el consentimiento para casarte. Tu antiguo pretendiente nos explicó que el consentimiento no supone la aprobación de la Fe bahá’í». Tres semanas después, Nancy y yo celebramos un matrimonio bahá’í al que asistieron amigos y familiares cercanos. 

Este año los bahá’ís conmemoran el centenario de la Ascensión de Abdu’l-Bahá. En esta hora histórica, como en años anteriores, cualquier cosa que le pidamos requerirá sinceridad y pureza de motivos.  Tal vez Nancy y yo le pidamos que bendiga a Edna True, que dejó este mundo en 1988, y que plantó la semilla de nuestra unión hace medio siglo -cuando, quizás con un brillo en sus ojos, instó a su audiencia a abrir sus corazones a Abdu’l-Bahá, quien se dice que proclamó:

Hay un poder en esta Causa, un poder misterioso, lejos, muy lejos de la comprensión de los hombres y los ángeles. Ese poder invisible… rompe en mil pedazos todas las fuerzas de oposición. Crea nuevos mundos espirituales. Este es un misterio del Reino de Abhá. … Pide lo que desees solo a Él; busca lo que desees solo de Él. Con una mirada Él concede cien mil esperanzas, con una mirada Él cura cien mil males incurables, con un movimiento de cabeza Él pone bálsamo en cada herida, con una mirada Él libera los corazones de los grilletes del dolor. – [Traducción provisional]

Unos meses después de esta conmemoración del centenario, mi dulce Nancy y yo celebraremos nuestro 50º aniversario de boda y los maravillosos recuerdos amorosos de una vida bahá’í compartida.

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