Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Los bahá’ís de todo el mundo se esfuerzan por crear unidad donde quiera que vayan, ya que es el principio fundamental de la Fe Bahá’í:
Por lo tanto, es nuestro deber hacer nuestros mayores esfuerzos y convocar todas nuestras energías para que los lazos de unidad y acuerdo puedan establecerse entre la humanidad. Por miles de años hemos tenido derramamiento de sangre y lucha. Es bastante; ya es suficiente. Ahora es el momento de asociarse en amor y armonía. – ‘Abdu’l-Bahá, La Promulgación a la Paz Universal, p. 54.
Para poder lograr la unidad en el mundo, los bahá’ís están tratando de aprender cómo ayudar a crear unidad a través de programas educativos gratuitos localizados que atienden nuestra naturaleza espiritual. Los bahá’ís hacen esto organizando clases para niños, donde los niños de todos los orígenes religiosos aprenden sobre virtudes espirituales; programas pre-jóvenes en los que se ayuda a los jóvenes entre 12 y 15 años de edad a usar sus energías, talentos y capacidades crecientes al servicio de los demás; y una serie de cursos de instituto que aumentan la capacidad de adultos y jóvenes para ofrecer cada vez más actos complejos de servicio a sus comunidades.
Las escrituras bahá’ís dicen que este tipo de actividades educativas pueden ayudar a liberar el vasto potencial interno de la humanidad:
El Gran Ser dice: Considerad al hombre como una mina, rica en gemas de valor inestimable. Solamente la educación puede hacerle revelar sus tesoros y permitir a la humanidad beneficiarse de éstos. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh, p. 136.
Cuando tenía cinco años, mi familia se mudó a las hermosas islas de Fiji para ayudar a apoyar el crecimiento de la comunidad bahá’í allí. Al crecer, tuve la bendición de ser parte de una clase de niños bahá’í, y más tarde formé parte de uno de los primeros grupos pre-juveniles del país. Las personas que ayudan a los pre- jóvenes a reunirse, planear y estudiar juntos se llaman «animadores de grupos pre-juveniles», y fue a través de conversaciones con mis animadores que realmente comencé a apreciar todo lo que el programa hizo por mí y mis amigos. Decidí que en el futuro yo también me convertiría en animador.
A los 16 años, mi familia apoyó mis esfuerzos de comenzar a animar mi propio grupo pre-juvenil cerca de mi casa. Todas las semanas, mis hermanos, mi madre y yo caminábamos a través de un camino tapizado de tapioca hacia las humildes casas de los pre-jóvenes que participaban en mis clases. La cultura de la gente de Fiji es algo que me asombra. Eran tan abiertos, acogedores y confiados, al permitir que un completo extraño entrara en sus vidas y al confiar a sus hijos en ellos
A medida que adquirí experiencia como animador, el coordinador del programa de pre-jóvenes de mi área comenzó a organizar actividades de expansión en otro vecindario para tratar de abrir nuevos grupos. Todos podíamos percibir el cambio en los pre-jóvenes con la que estábamos trabajando a través de los conceptos que estudiaron, los actos de servicio que llevaron a cabo y las relaciones que estábamos formando con sus familias, así que queríamos ver cómo este tipo de educación, enfocada en los aspectos espirituales de los jóvenes, puede afectar a una comunidad si que todos los jóvenes de aquella comunidad se involucran.
El área que identificamos era un barrio llamado Wailea, y aunque nunca había estado allí antes, acepté ir a ayudar a abrir nuevos grupos. Los jóvenes que iban decidieron reunirse en una panadería por la que todos los días pasaba de camino a la escuela, esta estaba ubicada frente a una gasolinera y a un campo vacío donde la gente jugaba al rugby todas las tardes.
La tarde de las actividades de expansión, caminé hacia la panadería y me reuní con mis amigos. Comenzamos a caminar por el camino de tierra entre la gasolinera y el campo. Pensé que este era solo un camino en el que la gente estacionaba sus autos mientras jugaban en el campo, pero en realidad era un portal a otro mundo. El camino de tierra llevaba a cientos de hogares, construidos con marcos de madera y techos y paredes de hierro corrugado. Esto era lo que llamamos un asentamiento, donde las personas construyen rápidamente casas destartaladas en propiedades que no les pertenecían, con su propio conjunto de pequeños vendedores en la parte posterior de ciertas casas, un puente sobre un pequeño río y dos o tres iglesias. Realmente era como un pueblo escondido en un pequeño rincón de la ciudad. Muchas de las casas carecían de suministro de agua o electricidad. No me gusta llamarlo un barrio pobre, pero es definitivamente como algunos lo hubieran descrito.
Estaba impresionado. Había pasado por ahí todas las mañanas y, aun así, no tenía idea que existía. ¿Cuántas personas eran como yo, viviendo una vida protegida y ajenos a la pobreza que miles de personas enfrentaban en su propia ciudad?
Cuando comencé a compartir con la gente sobre el programa de pre-jóvenes, entendí más acerca de por qué habíamos elegido este lugar para comenzar nuevos grupos. Estas personas no solo eran muy receptivas al programa, sino que lo necesitaban. ¿Cómo se rompen los ciclos de pobreza? La experiencia ha demostrado que se puede lograr a través de la educación, la creación de capacidad y el servicio en las bases. A través del servicio a los demás, toda una comunidad puede progresar tanto material como espiritualmente, y las cosas que una vez parecían imposibles se vuelven alcanzables.
Quiero señalar aquí que, aunque las personas con las que nos encontramos pueden haber sido materialmente pobres, también tenían un mayor sentido de comunidad y espiritualidad. Donde sea que mires, serás reconocido y saludado con una sonrisa. Las personas sin nada lo llevarán a sus hogares y le ofrecerán té y refrescos. Tenían pocas posesiones materiales, pero habían amasado una porción considerable de riqueza espiritual y, a través del desarrollo de capacidades, podrían canalizar esto en actos recíprocos de servicio que también podrían beneficiarlos materialmente.
En muchos otros lugares de la sociedad enfrentamos otro tipo de pobreza, una espiritual. Privadas de un sentido de comunidad y espiritualidad, muchas áreas materialmente prósperas experimentan una especie de bancarrota espiritual, donde las personas se mantienen aisladas y solo actúan de manera que las beneficie. Una actitud en la que todo se considera aceptable, y la frase «cada uno a lo suyo» caracteriza los pensamientos y acciones de las personas, permite que se arraigue una parálisis y que los estándares de moralidad se disuelvan gradualmente. En muchos casos, son estas áreas las que tienen una gran necesidad de educación espiritual.
Han pasado casi cinco años desde que se iniciaron las actividades de expansión en Wailea, y ahora quienes se han graduado del programa de jóvenes se han convertido en animadores y en maestros de clase para niños.
Esta experiencia me hizo darme cuenta de cuán privilegiados somos muchos de nosotros. Tener una base espiritual sólida y una vida relativamente próspera materialmente genera un sentido de responsabilidad. Si se me ha otorgado este regalo de haber tenido una educación espiritual, debo compartirlo. ¿Quién soy yo para privar a otros de este regalo?
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