Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando una guerra termina y los disparos se detienen, los combatientes tienen dos posibles caminos por escoger: el camino del odio, la ira y la venganza, o el camino del perdón. ¿Cuál es el camino más heroico?
Imagínate a ti mismo como un soldado en una larga guerra que finalmente ha terminado, como la guerra de Afganistán. Has pasado por un infierno. El feroz fuego del combate te ha marcado de por vida. Has sobrevivido, pero muchos de tus amigos y compañeros más cercanos no lo consiguieron. Algunos murieron junto a ti. Has sufrido heridas graves y debilitantes en tu cuerpo, o en tu mente y tu alma.
En mi caso, después de sobrevivir al combate en Vietnam durante más de un año, volví a casa con cicatrices, enojado y herido. Mis heridas no eran físicas, sino que la guerra había erosionado profundamente mi fe en la propia humanidad y en mi capacidad de amar y confiar en los demás. Cuando la gente intenta matarte a diario, tiendes a perder tu sentido de la esperanza, el optimismo y la ecuanimidad.
Teniendo en cuenta estas realidades, es sorprendente que alguien pueda reunir la fuerza espiritual para perdonar, pero es algo que ocurre. Incluso después del horror absoluto de la guerra, los soldados y los civiles encuentran en sus corazones la posibilidad de perdonar a aquellos contra los que una vez lucharon. Yo lo he visto, y es un espectáculo hermoso.
Después de todo, los soldados del enemigo no empezaron la guerra. Las batallas comienzan cuando las fuerzas geopolíticas, los políticos y los generales, muy por encima del nivel salarial de cualquier combatiente, deciden hacer la guerra. Entonces, ¿por qué guardar rencor a los soldados del otro bando, que probablemente tampoco querían estar allí?
Las enseñanzas bahá’ís nos piden a todos no solo que perdonemos a nuestros enemigos, sino que hagamos algo aún más difícil: amarlos. Abdu’l-Bahá, en una charla que dio en Oakland, California, en 1912, dijo:
Entre las Enseñanzas de Bahá’u’lláh hay una que requiere que el hombre perdone bajo todas las condiciones y circunstancias, que ame a su enemigo y que considere a aquel que le desea el mal como si deseara el bien. Esto no quiere decir que se deba considerar a alguien como enemigo y entonces soportarlo… y ser indulgente con él. Esto sería hipocresía y no verdadero amor. No, debe verse a los enemigos como si fueran amigos, a los que nos desean el mal como si nos desearan el bien, y tratarlos de acuerdo con esto. Vuestro amor y bondad deben ser verdaderos, no sólo indulgencia, porque si la indulgencia no viene del corazón es hipocresía.
¿Cómo es esto posible? Examinémoslo.
La dinámica del perdón después de la guerra
Teniendo en cuenta las dos posibles opciones de posguerra -odio y venganza; o amor y perdón-, ¿cuál elegirías?
En mi vida, he visto las consecuencias de ambas opciones. Mi padre luchó en el Teatro del Pacífico como soldado de infantería de marina durante la Segunda Guerra Mundial. No era bahá’í, así que llevaba un arma y disparaba a matar. Resultó terriblemente herido por un obús japonés y mató a muchos soldados japoneses en las islas de Guadalcanal, Tarawa e Iwo Jima.
La guerra traumatizó a mi padre por el resto de su vida. Su odio hacia Japón y el pueblo japonés nunca cambió: se negó, incluso en el siglo XXI, mucho después de que Japón y Estados Unidos se hubieran convertido en estrechos aliados, a comprar cualquier producto japonés. Tomó el camino de la venganza en lugar del camino del perdón, y eso tuvo un efecto duradero en su vida interior. En lugar de una resolución pacífica, la guerra continuó en su interior, y la libró hasta que falleció a la edad de 90 años. Emocionalmente, la guerra nunca le abandonó.
Como me hice bahá’í unos años antes de que me reclutaran en el ejército de los Estados Unidos y me enviaran a la guerra de Vietnam, tuve la ventaja de contar con cierto apoyo y orientación espiritual cuando era joven, algo que mi padre nunca tuvo. Las enseñanzas bahá’ís me influyeron profundamente, especialmente pasajes como éste de los escritos de Abdu’l-Bahá:
¡Oh ejército de Dios! Cuidado, no sea que hagáis daño a algún alma, o que hagáis entristecerse a algún corazón; no sea que con vuestra palabra hiráis a algún hombre, ya sea conocido o desconocido, ya sea amigo o enemigo. Orad por todos; que todos sean bendecidos, que todos sean perdonados. Cuidado, cuidado, no sea que alguno de vosotros busque venganza, aunque fuese contra alguien que está sediento de vuestra sangre. Cuidado, cuidado, no sea que hiráis los sentimientos de alguien, aun cuando fuere un malhechor y os deseare el mal. No consideréis a las criaturas, volveos a su Creador. No veáis a las gentes pertinaces, sino al Señor de las Huestes. No miréis el polvo, alzad la vista hacia el radiante sol, el cual ha hecho que todo pedazo de tierra oscura resplandezca de luz.
¡Oh ejército de Dios! Cuando irrumpa la calamidad, sed pacientes y estad calmados. Por muy aflictivos que sean vuestros sufrimientos, permaneced impasibles y, con perfecta confianza en la abundante gracia de Dios, afrontad la tempestad de las tribulaciones y las feroces pruebas.
Como resultado, cuando volví a casa al finalizar la guerra de Vietnam, intenté encontrar en mí mismo la forma de perdonar. No voy a decir que haya sido fácil -no lo ha sido-, pero el proceso de reflexionar, meditar y orar sobre ello desde una perspectiva bahá’í acabó por darme paz y consuelo, liberándome así de los duros rencores y del odio que los acompaña.
Finalmente, descubrí que podía perdonar. Me di cuenta y luego reconocí que cuanto más tiempo me aferrara a mis sentimientos de legítima ira por lo ocurrido en las selvas de Vietnam hace medio siglo, más tiempo sufriría. La ciencia ha demostrado que aferrarse a un antiguo rencor produce daños emocionales y físicos, no solo a los demás, sino a uno mismo.
Tomando el camino del amor
He descubierto que tomar el camino del amor y el perdón implica una única decisión consciente: evaluar, cada día, por qué hacemos las cosas que hacemos. Apoyados en la sabiduría y la perspicacia espiritual de los escritos sagrados de las religiones del mundo, simplemente decidimos reflexionar diariamente sobre el estado de nuestras propias almas, y priorizar -y repetir- aquellas decisiones que surgieron de un sentido de amor y bondad. Este tipo de reflexión diaria significa que practicamos la aplicación de los consejos espirituales de todos los grandes maestros y mensajeros que el Creador nos ha enviado -Abraham, Moisés, Krishna, Buda, Cristo, Muhammad y Bahá’u’lláh, entre muchos otros- e intentamos incorporarlos a nuestras vidas.
Para ello, las enseñanzas bahá’ís recomiendan rendirnos cuentas a nosotros mismos haciéndonos cada día preguntas de autoevaluación como éstas ¿Por qué he actuado así? ¿Qué me llevó a tratar así a una persona? ¿Mis acciones surgieron de un sentimiento de perdón? ¿Me centré en mis propios defectos, en lugar de los defectos de los demás? ¿Actué por amor?
De este modo, investigando de forma independiente nuestra propia verdad interior, podemos examinar gradualmente, día a día, nuestros motivos y decidirnos a alinearlos con los verdaderos valores espirituales. Bahá’u’lláh pidió a todos los seres humanos que participaran en este proceso diario de revisión de sí mismos:
Pon ante tus ojos la infalible Balanza de Dios, y como si estuvieras en su Presencia, pesa en esa Balanza tus acciones cada día, cada momento de tu vida. Haz un examen de conciencia antes que seas llamado a rendir cuenta…
Así pues, a medida que la larga guerra estadounidense de 20 años en Afganistán va llegando a su fin, y el dolor y la furia de ambos bandos comienzan a disminuir, los veteranos de la guerra, e incluso los que nunca luchamos allí, tenemos estas dos mismas opciones: podemos seguir luchando en nuestro interior, o podemos tratar de encontrar en nuestras almas la forma de perdonar. Insto a todos a elegir el camino del perdón.
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