Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Mi comprensión de la unidad ha evolucionado a lo largo de décadas de interacción diaria con mi familia: una familia formada por diferentes etnias y culturas, unida por una devoción al amor y la bondad.
Mi esposa y yo hemos regresado recientemente de la boda de nuestro hijo en Nueva York. Aunque el evento fue pequeño por razones de seguridad, creó una oportunidad para que una familia enormemente diversa se reuniera en amor y unidad, para celebrar la unión de un hombre afroamericano y una mujer persa. En esta alegre asamblea había padres, hermanos, hermanas y amigos de las culturas negra, blanca, persa e hispana. Fue una celebración de las diferencias, resaltada por una mezcla de culturas a través de la comida, la vestimenta, la música, la danza y las perspectivas.
Me di cuenta de que este tipo de alegría no tiene por qué ser un acontecimiento ocasional. Puede ser la forma en que vivamos todo el tiempo, experimentando las pruebas de la vida juntos como una familia, sin pasar por alto los errores del mundo que deben corregirse para crear comunidades verdaderamente amorosas y justas.
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Las enseñanzas bahá’ís explican que los seres humanos pueden ir más allá de simplemente vivir y trabajar juntos de forma justa y armoniosa: podemos construir una sociedad libre de conflictos y enfrentamientos en todos los niveles. Esta idea de unidad ha circulado en el pensamiento y los corazones humanos durante más de un siglo, tomando forma a través de la formación de nuevos modelos de organización, aprendizaje y acción, y hoy es más posible que nunca.
Los movimientos sociales afirman que el poder no concede nada si no se le exige. El movimiento bahá’í, sin embargo, es de naturaleza espiritual. Sus escritos dicen que la justicia verdadera y duradera nunca se logrará solo a través de movimientos sociales o educativos: más bien, se logrará a través de una transformación de los corazones humanos, y esto solo puede ocurrir a través de medios espirituales.
Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, explicó la importancia de reconocer nuestra unidad como hermanos y hermanas en la familia humana. De lo contrario, no se puede lograr nada de valor perdurable en el mundo. Él escribió:
¡Oh hijos de los hombres! ¿No sabéis por qué os hemos creado a todos del mismo polvo? Para que nadie se exalte a sí mismo por encima de otro. Ponderad en todo momento en vuestros corazones cómo fuisteis creados. Puesto que os hemos creado a todos de la misma substancia, os incumbe, del mismo modo, ser como una sola alma, caminar con los mismos pies, comer con la misma boca y habitar en la misma tierra, para que desde lo más íntimo de vuestro ser, mediante vuestros hechos y acciones, se manifiesten los signos de la unicidad y la esencia del desprendimiento.
Esta noción radical de unidad, escribió Bahá’u’lláh, es el requisito previo para alcanzar la justicia social y racial:
El bienestar de la humanidad, su paz y seguridad son inalcanzables, a menos que su unidad sea firmemente establecida… Sois los frutos de un solo árbol y las hojas de una sola rama. Proceded uno con otro con extremo amor y armonía, con amistad y compañerismo. ¡Aquel, quien es el Sol de la Verdad, es mi testigo! Tan potente es la luz de la unidad que puede iluminar toda la tierra.
Sin embargo, reconocer nuestra unidad esencial es solo el principio. El reconocimiento debe ir acompañado de un esfuerzo constante para curar las heridas de la injusticia que se han acumulado en grandes franjas de la familia humana a lo largo de la historia. Las falsas doctrinas del racismo, el sexismo, el materialismo y el clasismo deben ser reconocidas como lo que son: realidades tóxicas que han traumatizado profundamente a todos los miembros de la familia humana, especialmente a nuestros hermanos y hermanas negros y morenos.
Estos males son síntomas de desunión: una falta de comprensión y aplicación de la unidad esencial de la familia humana. La justicia verdadera y duradera en el mundo solo se logrará mediante un compromiso universal con la unidad.
Este gráfico destaca el racismo, porque las enseñanzas bahá’ís reconocen esta enfermedad social y espiritual como el problema más vital y desafiante que la comunidad estadounidense debe superar en el proceso de establecer una sociedad verdaderamente unificada.
Imagínese a diez carpinteros intentando construir una casa con diez conjuntos diferentes de planos mientras la madera es devorada por las termitas. Una vez que los carpinteros se pongan de acuerdo en un único conjunto de planos, podrán avanzar rápidamente en la construcción de la casa y trabajar juntos para eliminar las termitas.
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Si hubiera existido unidad entre los carpinteros al principio, habrían prestado mucha atención al bienestar de la casa y no habrían permitido que las termitas se multiplicaran y ganaran fuerza. Sin embargo, si los carpinteros hubieran reconocido el peligro que representaban las termitas y hubieran tratado de vencerlas solo en este o aquel rincón, mientras se obstinaban en construir la casa según sus propios planos y trabajaban unos contra otros, las termitas habrían seguido corroyendo la casa y finalmente la habrían destruido.
Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, compartió instrucciones claras y sucintas sobre cómo llevar a cabo esta monumental tarea de rehacer el mundo para que el dolor se transforme en armonía y justicia:
Debéis manifestar completo amor y afecto por toda la humanidad. No os exaltéis con los otros, sino considerad a todos como iguales, reconociéndolos siervos del único Dios. Sabed que Dios es compasivo con todos, amad a todos desde lo más profundo de vuestros corazones, preferid a todos los religiosos antes que a vosotros mismos, estad rebosantes con el amor por todas las razas, y sed bondadosos con las gentes de todas las nacionalidades. Nunca habléis desdeñosamente de otros, más bien alabad sin distinción. No contaminéis vuestras lenguas hablando mal de otros. Reconoced a vuestros enemigos como amigos, y considerad a aquellos que os desean el mal como desadores del bien. No debéis ver el mal como tal y luego acomodar vuestra opinión, pues tratar en forma suave y amable a alguien que consideraréis malo o enemigo es hipocresía, y esto no es loable ni permisible. Debéis considerar a vuestros enemigos como amigos, mirad a los que os desean el mal deseándoles el bien, y tratadles de acuerdo a ello. Actuad de manera tal que vuestro corazón esté libre de odio. Que vuestro corazón no se ofrenda con nadie. Si alguien comete un error o daño en vuestro perjuicio, debéis perdonarlo instantáneamente. No os quejéis de otros. Absteneos de reprenderlos, y si deseáis amonestarlos o aconsejarles, hacedlo de modo que no agobie a quien lo reciba.
Aplicad todos vuestros pensamientos para llevar alegría a los corazones. ¡Cuidado! ¡Cuidado! No sea que ofendáis algún corazón. Asistid al mundo de la humanidad tanto como sea posible. Sed la fuente de consuelo para todo entristecido, ayudad a los débiles, sed un apoyo para los indigentes, cuidad a los enfermos, sed la causa de la glorificación de todos los humildes y amparad a aquellos que están dominados por el temor.
Bahá’u’lláh nos dio los medios, por primera vez en la historia, para curar las heridas que los seres humanos se han infligido unos a otros, y para establecer una justicia verdadera y duradera en el mundo.
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