Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Hace unos días mi hija de 10 años se sentó a mi lado mientras hacía yoga en el jardín y me dijo: “Mamá, no quiero que mueras nunca”. El sol empezaba a quemar y los ejercicios ya me habían agotado, sin embargo, fueron sus palabras las que me dejaron sin aliento.
Muchos niños han perdido a sus abuelos durante la pandemia, y considero que explicarles qué nos pasa después de morir es muy importante para ayudarlos en el proceso de aceptación por la pérdida de un ser amado.
La noche que falleció mi padre, hace dos meses, mis hijos me escucharon llorar. En ningún momento pude ocultar mi tristeza, y creo que nunca antes me habían visto llorar. Fue impactante para ellos, y a la vez, les fue muy fácil comprender que algo terrible acababa de suceder.
Nunca pasó por mi cabeza ocultarles el drama que se estaba viviendo. Los dejé llorar conmigo y desahogarse, y sentí que nos abrazamos por horas. Sabía que era necesario que desahoguen la tristeza de ese momento. Cuando por fin pude emitir palabra, les dije, con voz entrecortada por el intenso dolor, la enseñanza del fundador de la Fe bahá’í que me daba esperanza: “Bahá’u’lláh ha prometido que esta separación será de corta duración, pronto volveremos a abrazar a mi querido papá”.
Esa noche fue en definitiva la noche más larga de nuestras vidas. Hablamos acerca de cómo los escritos bahá’ís comparan este mundo con el vientre de la madre. Al igual que el bebé, después de haber desarrollado sus órganos y extremidades en la matriz, deja atrás su pequeño mundo y nace en este; así también naceremos en el otro mundo algún día, después de haber desarrollado cualidades espirituales como la bondad, el desprendimiento, la justicia, etc.
Considera cómo en el mundo de la matriz la criatura estaba sorda, ciega y muda; cómo estaba privada de toda percepción. Mas al abandonar ese mundo de oscuridad y pasar a este mundo de luz, su ojo comenzó a ver; su oído, a oír; su lengua, a hablar. De igual modo, una vez que ha partido presuroso de este mundo de mortalidad para dirigirse al Reino de Dios, entonces habrá nacido en el espíritu; luego se abrirá el ojo de su percepción, el oído de su alma escuchará y se le harán comprensibles y claras todas las verdades que anteriormente ignoraba. – Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá.
También, hablamos acerca de la paciencia que tuvo su abuelo: había esperado tantos años desde que sus padres fallecieron y ahora por fin iba en búsqueda del tan esperado reencuentro con ellos. Les aseguré que, a pesar de nuestra tristeza, ese día era muy especial para el abuelo y que en definitiva él estaba disfrutando en el más allá.
Los misterios de los cuales el hombre es negligente en este mundo terrenal, los descubrirá en el mundo celestial; allí él será informado del secreto de la verdad; con cuánta mayor razón reconocerá o descubrirá a las personas con quienes ha estado asociado. Sin duda, las almas santas que encuentran un ojo puro y están favorecidas con la comprensión, en el Reino de la Luz, serán informadas de todos los misterios, y buscarán la merced de atestiguar la realidad de toda gran alma. Aún ellas contemplarán manifiesta la Belleza de Dios en ese mundo. Igualmente encontrarán a todos los amigos de Dios, tanto los de los tiempos pasados como de los tiempos recientes, reunidos en la asamblea celestial. – Tablas de Abdu’l-Bahá.
Para que puedan conciliar el sueño aquella dolorosa noche, les prometí que en sus sueños él vendría a visitarlos. Les dije que el mundo de los sueños era parte de los mundos espirituales y que allí podrían abrazar y conversar con su abuelo porque ya no existían las barreras de tiempo ni espacio. Aunque mañana no lo recuerden, o piensen que no han soñado nada, tengan por seguro que si lo desean con todo su corazón él podrá visitarlos, les dije. Gracias a Dios así fue: a la mañana siguiente con el rostro emocionado mi hija venía a contarme cómo había sido ese fascinante encuentro en sus sueños con su abuelo.
“En la oración hay una estación entremezclada, una fusión de condiciones. Rezad por ellos ¡tal y como ellos rezan por vosotros! Si atravesáis apuros y estáis en actitud receptiva, ellos son capaces, sin que os percatéis, de haceros sugerencias. Algunas veces esto es lo que ocurre en sueños”. – Abdu’l-Bahá en Londres.
Explicarles lo que dicen los escritos bahá’ís les ayuda a desarrollar un pensamiento abstracto sobre la vida y la muerte. Mis hijos aseguran haber comprendido que la muerte no es el final, y tienen la certeza que volverán a ver a su amado abuelo algún día, aunque todavía lo extrañan mucho. Esa mañana en el jardín le dije a Rafaella: “No voy a morir nunca, hija. Mi cuerpo quedará aquí algún día, sin embargo, yo no moriré, mi alma viajará al siguiente mundo a encontrarse con tu abuelo y allí te esperaremos hasta que sea tu momento”. Mientras tanto, tenemos que desarrollar la virtud de la paciencia para esperar el próximo reencuentro.
Creo que ayudarlos a afrontar la muerte de esta manera prepara al niño para la vida, que de alguna u otra manera está llena de pérdidas. Ayudarlos a comprender la irreversibilidad de la muerte en este plano físico y a comprender el paso a la siguiente vida según lo que dicen los escritos bahá’ís es realmente un regalo.
Cuando una persona fallece, en inglés se dice simplemente que pasó: pasó al más allá. Es decir, pasó de este mundo al siguiente. Así jamás lleguemos a comprender como será esa transición, debemos motivarlos a desarrollar un pensamiento abstracto sobre aquello. Bahá’u’lláh nos dice que «después de la muerte la naturaleza del alma nunca podrá ser descrita. No es conveniente ni permisible revelar todo su carácter a los ojos de los hombres«. Pero Él mismo nos consuela diciéndonos que el alma después de su separación del cuerpo continuará progresando hasta alcanzar la Presencia de Dios.
La vida, los primeros días, semanas o meses después de una pérdida pueden parecer muy extraños, mientras uno se acostumbra a la ausencia física. Hablar con los niños acerca del dolor, la tristeza o la alegría que nos traen nuestros recuerdos me parece esencial para ayudarlos a manejar la ansiedad. Creo que jamás deberíamos pretender olvidar o no hablar de la persona fallecida: al contrario, siempre es mejor recordar el lugar especial que tiene esa persona en nuestra vida y hacer oraciones juntos por ellos.
“Los lazos espirituales son mucho más profundos; son sempiternos y perduran más allá de la muerte, en tanto que los lazos físicos, sino se sustentan en vínculos espirituales, están limitados a esta vida”. – Shoghi Effendi, de una carta escrita el 08 de mayo, 1942.
Cuando me preguntaron, “mamá, ¿qué tan lejos está el otro mundo?, ¿dónde está el cielo?”. Recordando y parafraseando a Abdu’l- Bahá, les expliqué que al igual que al reino mineral le es imposible comprender al reino vegetal, y al igual que el reino vegetal está separado del reino animal y no puede entenderlo a pesar de estar tan cerca, así de igual manera nosotros jamás podremos comprender la esencia del reino espiritual. Pero está muy cerca de nosotros, a pesar de que no lo podamos percibir con nuestros sentidos. La fe bahá’í explica que “esta transformación nunca puede ser considerada como aniquilación, pues los elementos de lo compuesto permanecen intactos y están siempre presentes y existen, como hemos visto, en el recorrido del átomo a través de los reinos sucesivos; por consiguiente, no hay muerte; la vida es eterna”. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal.
Creo firmemente que hay que educar a nuestros hijos para la vida y también para afrontar la muerte cuando llegue el momento. Considero que para esto es imprescindible ayudarles a desarrollar cualidades espirituales como la paciencia, el desprendimiento, el amor a Dios, la fe y el conocimiento divino. Sé que mi papá hubiese querido que yo estuviera más preparada para afrontar su muerte, me faltaron muchas cualidades. Ahora mis hijos y yo las estamos practicando juntos: el desprendimiento, la compasión, la paciencia, una a una todas aquellas cualidades espirituales que algún día serán como nuestros ojos, oídos y extremidades en el mundo venidero.
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