Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Finalmente, en diciembre de 1852, el Sha liberó a Bahá’u’lláh del Pozo Negro, la peor mazmorra de Persia.
Ahora, con 35 años, Bahá’u’lláh estaba ahora físicamente encorvado por el peso de las cadenas y los pesados collares de acero que lo habían atado, su salud afectada por un intento de envenenamiento mientras estaba en su celda. Pero espiritualmente, la revelación que experimentó mientras estaba encarcelado había elevado su alma:
«Estando sumidos en tribulaciones oí una voz por demás maravillosa y dulce que llamaba por encima de Mi cabeza. Al dar vuelta el Rostro, vi a una Doncella que era la encarnación del recuerdo del nombre de Mi Señor, suspendida en el aire ante Mí. Tanto se regocijaba ella en su misma alma, que el semblante le brillaba con el ornamento de la complacencia de Dios, y sus mejillas fulguraban con el brillo del Todomisericordioso. Entre el cielo y la tierra hacía un llamamiento que cautivaba los corazones y mentes de los hombres. A Mi ser interior y exterior le impartía buenas nuevas que regocijaban Mi alma y las almas de los siervos honrados de Dios». – Bahá’u’lláh, El llamamiento al Señor de las Huestes, p.10.
Bahá’u’lláh supo, desde ese momento en esa prisión, que estaba destinado a convertirse en un mensajero de Dios.
Poco después llegó una orden del Sha anunciando que Bahá’u’lláh abandonar Persia en un mes. Aquella orden de exilio a Bagdad desterró a Bahá’u’lláh de su tierra natal de por vida, y resultó en la confiscación de sus propiedades, sus tierras y todas las demás posesiones. Todo lo que las multitudes no habían robado, el primer ministro lo tomó por decreto. Él transfirió las escrituras a algunas de las propiedades de Bahá’u’lláh a su propio nombre.
Cuando la familia consideró las dificultades de viajar a Bagdad en pleno invierno, temieron que Bahá’u’lláh y el hijo menor de su esposa Navvab, Mihdi, no sobrevivieran al exilio. Era muy joven y con una salud delicada. Para protegerlo, sus padres tuvieron que dejarlo bajo el cuidado de familiares en Persia. Pasarían varios años antes de que este pudiera reunirse nuevamente con sus padres.
El agotador exilio de Bahá’u’lláh desde Persia a Irak requirió un viaje de tres meses y seiscientas millas, de enero a abril. Las setenta personas en el grupo de exiliados caminaron y cabalgaron en caballos o mulas. Avanzaron lentamente durante aquel severo invierno, particularmente cuando pasaron sobre las montañas, y debido a que los exiliados más pobres no tenían ropa de abrigo para protegerlos del clima, la congelación afligió a muchos. Las manos y los pies de Abdu’l-Bahá se congelaron después de haber cabalgado todo el día en el frío gélido. Cabalgaron y caminaron a través de la cruda y desnuda blancura del invierno en las montañas, sin tener idea de lo que les esperaba más adelante.
Al acercarse la primavera, las montañas se iban alejando detrás de ellos. Al acercarse a Bagdad, Bahá’u’lláh y su familia y seguidores acamparon en un campo de naranjos en plena floración para el feriado persa del año nuevo, llamado Naw-Ruz, que ocurre durante el equinoccio de primavera en marzo. A pesar del destierro de Bahá’u’lláh del gobierno, ya pesar de su escolta de guardias montados de Persia, Bahá’u’lláh continuó enseñando la Fe Babi a través de las aldeas mientras viajaban. Cuando pasaron de Persia a Irak, Bahá’u’lláh encontró seguidores entre los kurdos y los árabes. Algunos de los seguidores árabes y kurdos viajaron con ellos hasta las puertas de Bagdad.
A mediados del siglo XIX, Bagdad era una gran ciudad del imperio otomano, conocida por sus grandes mezquitas y plazas. Bahá’u’lláh y su familia encontraron una pequeña casa en el casco antiguo de Bagdad, ahí comenzaría su exilio. Ellos nunca regresarían a su país natal.
La llama encendida por el Bab y alimentada por las esperanzas y vidas de tantos babis estaba casi extinguida. La campaña de exterminio genocida del gobierno persa había hecho su mejor y más sangriento esfuerzo para eliminar a la Fe Babi. Los creyentes, ahora aterrorizados, traumatizados y dispersos, tenían que practicar su nueva Fe en secreto. Muchos de los que no habían perdido la vida habían perdido la esperanza. El Bab y la mayoría de los líderes de su nueva Fe murieron a manos de un gobierno brutalmente represivo. Las esperanzas de esta nueva Fe nunca habían sido más débiles.
En medio de todo esto, Bahá’u’lláh decidió ir solo al desierto. Al igual que los profetas de la antigüedad, entró en una especie de autoexilio en las regiones montañosas del Kurdistán en lo que ahora es el norte de Iraq.
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