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Cuando Abdu’l-Bahá dejó este mundo

From the Editors | Nov 26, 2020

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El día de hoy los bahá’ís de todo el planeta observarán el aniversario del fallecimiento de Abdu’l-Bahá, quien murió hace 99 años, dejando un legado de gran servicio y devoción a los ideales bahá’ís de paz, amor y unidad.

¿Cómo era ese legado de amor?

Abdu’l-Bahá vivió una vida dedicada a amar y servir a los demás. En una charla definió cómo debiera ser el legado amoroso de cualquier persona, describiendo inadvertidamente su propio legado:

«Es mi esperanza que por las dádivas del Señor de las Huestes lleguéis a ser la esencia espiritual y el esplendor mismo de la humanidad, enlazando los corazones de todos con lazos de amor; que por el poder de la Palabra de Dios deis vida a los muertos que ahora están sepultados en las tumbas de sus deseos sensuales; que con los rayos del Sol de la Verdad restituyáis la vista a aquellos cuyo ojo interior está ciego; que llevéis curación espiritual a los espiritualmente enfermos. Éstas son las cosas que espero de las mercedes y las dádivas del Amado.

En todo momento hablo de vosotros y os recuerdo. Ruego al Señor y con lágrimas Le imploro que haga descender todas estas bendiciones sobre vosotros y alegre vuestros corazones, y haga dichosas vuestras almas, y os conceda gran gozo y delicias celestiales…». – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 30.

A la edad de 77 años, el 28 de noviembre de 1921, el líder de la comunidad bahá’í, cuyo nombre de pila era Abbas Effendi y al que llamaban cariñosamente «El Maestro», hijo de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, y el Centro de su Alianza; muy amado y reverenciado en todo el mundo por su servicio a la humanidad y su defensa de la paz y la unidad; nombrado caballero por el Imperio Británico por su trabajo alimentando a los pobres y evitando la hambruna en Palestina durante la Primera Guerra Mundial; pasó al siguiente mundo.

Abdu’l-Bahá fue prisionero y exiliado la mayor parte de su vida, pero su encarcelamiento nunca comprometió su alegría, su amor o su servicio a la humanidad.

Su fallecimiento desató un torrente de profunda angustia y dolor, no sólo para los bahá’ís de todo el mundo, sino para todos los que le conocían o sabían de él. Gente de todas las religiones y de ninguna lloraron profundamente. El servicio funerario de Abdu’l-Bahá reunió incluso a la dividida Tierra Santa, atrayendo a admiradores de todas las razas, edades, orígenes, clases y condiciones sociales. Una gran sensación de pérdida y dolor se apoderó de los asistentes, y su intensidad los unió. En Tierra Santa, el impacto sin precedentes de Abdu’l-Bahá, y la efusión de emoción que lo acompañó, dio como resultado un funeral completamente sin precedentes.


Abdu’l-Bahá fue conmemorado y sepultado el martes 29 de noviembre de 1921 en la ladera del Monte Carmelo en Haifa, Palestina. Miles y miles de personas caminaron por la empinada ladera de la montaña, «Una gran multitud», escribió el Alto Comisionado Británico de Palestina, «se había reunido, lamentando su muerte, pero también regocijándose por su vida».

El Gobernador de Jerusalén dijo: «Nunca he conocido una expresión más unida de pesar y respeto de lo que fue invocado por la absoluta simplicidad de la ceremonia».

Los periodistas estimaron que asistieron más de diez mil personas: árabes, turcos, persas, kurdos, armenios, europeos, estadounidenses, judíos, católicos, ortodoxos, anglicanos, musulmanes, drusos y bahá’ís, funcionarios gubernamentales y clérigos y los más ricos y los más pobres, todos allí para mostrar su profundo respeto por el hombre que un periódico llamó «La personificación del humanitarismo».

Luto, gemidos y lamentos, la gran multitud colectivamente sintió una sensación tan profunda de pérdida que muchos de los asistentes lucharon poderosamente con sus emociones. Los sonidos de los sollozos y los llantos invadieron el ambiente. Los dolientes reunidos habían perdido a alguien tan único y humilde, tan sabio y desinteresado y dedicado al servicio de los demás, que temían haber perdido algo irreemplazable, algo enormemente precioso, no solo un hombre, sino un alma verdaderamente heroica y trascendente.

Tenían razones para llorar. Muchos en esa multitud gigantesca literalmente le debían la vida a Abdu’l-Bahá, ya sea por las generosas donaciones que les había dado a los pobres durante décadas o por el grano que había almacenado para alimentar a las personas hambrientas de Palestina durante la Primera Guerra Mundial o por su largo historial de atención a los enfermos, o por el amable consejo espiritual que había dado a todos.

Un viejo dicho afirma que puedes juzgar a un hombre por las lágrimas derramadas en su funeral. Si eso es cierto, entonces el entierro de Abdu’l-Bahá produjo uno de los derramamientos de lágrimas más espontáneos, profundos y públicos, una expresión de afecto, calidez y ternura que Tierra Santa jamás había presenciado, y demostró la enseñanza de Abdu’l-Bahá de que el amor dura eternamente.

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