Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Como médico de urgencias jubilado, llevo en el corazón y en la cabeza dos principios bahá’ís fundamentales: En primer lugar, la ciencia y la religión convergen; y en segundo lugar, la curación puede ser tanto física como espiritual.
El primer principio: la ciencia y la religión convergen
La ciencia y la religión deben estar en armonía, ya que sus naturalezas y observaciones sobre la realidad son complementarias, aunque no idénticas.
Este principio bahá’í, la armonía esencial de la ciencia y la religión, se basa en la verdad de que solo existe una realidad física, aunque la ciencia y la religión son fundamentalmente lentes diferentes a través de las cuales podemos ver esa única realidad. Esto significa, para mí, que la religión y la ciencia no pueden plantear conceptos en radical desacuerdo. (Aquí estoy dejando de lado a propósito el concepto teórico de un multiverso, que francamente me da dolor de cabeza tratar de entender).
En su libro «Rocks of Ages: Science and Religion in the Fullness of Life», el biólogo evolucionista Stephen Jay Gould aborda la dicotomía ciencia/religión con el concepto de que la ciencia y la religión son «magisterios que no se solapan» (lo que él denomina NOMA) y que deben mantener respetuosas distancias entre sí. Tanto la ciencia como la religión, según el libro de Gould, tienen ámbitos de especialización diferentes:
La ciencia intenta documentar el carácter factual del mundo natural y desarrollar teorías que coordinen y expliquen estos hechos. La religión, por otra parte, opera en el ámbito igualmente importante, pero totalmente diferente, de los propósitos, significados y valores humanos, temas que el dominio factual de la ciencia puede iluminar, pero nunca resolver.
Sobre este mismo tema, Abdu’l-Bahá dijo: “Cualquier religión que rechazase la Ciencia y el conocimiento sería una religión falsa. La Ciencia y la Religión debían avanzar juntas; más aún, deberían ser como los dedos de una misma mano”.
En un interesante eco del comentario de Abdu’l-Bahá, el famoso físico Albert Einstein, algunos años después, dijo: «La ciencia sin religión está coja, la religión sin ciencia está ciega». Esto no quiere decir que Einstein creyera en un «Dios personal», lo cual, según sus palabras, afirmó rotundamente que no creía, refiriéndose a tales creencias como «ingenuas» e «infantiles». Sin embargo, se explayó diciendo también:
La experiencia más hermosa y profunda que puede tener un hombre es el sentido de lo misterioso. Es el principio subyacente de la religión, así como de todo esfuerzo serio en el arte y la ciencia. Quien nunca ha tenido esta experiencia me parece, si no muerto, al menos ciego. Sentir que detrás de todo lo que se puede experimentar hay algo que nuestras mentes no pueden captar, y cuya belleza y sublimidad nos llega sólo indirectamente y como un débil reflejo: esto es religiosidad. En este sentido yo soy religioso. Para mí es suficiente maravillarme ante estos secretos e intentar humildemente captar con mi mente una mera imagen de la elevada estructura de todo lo que existe.
El comentario de Abdu’l-Bahá, que precedió al de Einstein por muchos años, señalaba que:
La diferencia de posición que hay entre el hombre y la Realidad Divina es miles y miles de veces mayor que la diferencia existente entre el vegetal y el animal. Y lo que evoque un ser humano en su mente no es sino la imagen quimérica de su propia condición humana; no abarca la realidad de Dios sino, por el contrario, es abarcada por ésta.
Aunque veo un claro paralelismo entre sus descripciones anteriores de «todo lo que existe», la concepción bahá’í de Dios difiere radicalmente de la de Einstein. Abdu’l-Bahá asegura que «… Dios es afectuoso, compasivo y misericordioso».
El segundo principio: La investigación independiente de la verdad
Abdu’l-Bahá explicó el principio primordial bahá’í de la investigación independiente de la verdad de esta manera:
Dios otorgó al hombre el don de la mente para que fuera el responsable moral de todos sus actos; por tanto, la verdad presentada a él debe poder juzgarse razonable. Que conforme a la razón acepte la verdad, pues todo lo que no sea por la razón y la ciencia puede descartarse como imaginación y superstición, como una fantasma, no como realidad.
En lo que respecta a nuestra salud, este principio adquiere mayor fuerza cuando se combina con la orientación de Bahá’u’lláh de «aceptar y cumplir» «lo que prescriban los médicos o cirujanos competentes». Ambos combinan los beneficios tanto de la ciencia como de la espiritualidad y pueden optimizar tanto la curación física como la interpersonal y espiritual.
La ciencia, especialmente la ciencia de la medicina, reconoce cada vez más el impacto del espíritu humano en la curación.
Uno de los mejores descriptores de esa verdad es el efecto placebo. La descripción de Herbert Benson del efecto placebo, tal y como se expone en su artículo de 1996, es sorprendentemente coherente con las declaraciones realizadas por Abdu’l-Bahá en 1906. Benson propuso que para que funcionara la curación por efecto placebo se necesitaba lo siguiente: creencias y expectativas positivas por parte del paciente; creencias y expectativas positivas por parte del médico o profesional sanitario; y una buena relación entre ambas partes.
Los comentarios históricos de Abdu’l-Bahá, extraídos de su libro de 1906 «Contestación a unas preguntas», fueron los siguientes:
Para finalizar, la relación cabal y perfecta entre el médico espiritual y el enfermo es una relación donde se cumple que cuando el médico espiritual se concentra plenamente y el enfermo concentra toda su atención en el médico espiritual (de quien espera que realice la curación), se origina una excitación de los nervios de la que resulta la mejoría. Pero todo ello tiene efecto sólo en cierto grado, y no siempre. Si alguien está malherido o aquejado de una enfermedad muy grave, remedios como los referidos no extirparán la enfermedad ni cerrarán o curarán la herida. Vale decir que todos estos remedios no tienen influencia en enfermedades graves, excepto si la constitución ayuda, porque una constitución fuerte a menudo vence la enfermedad.
Aunque el lenguaje varía ligeramente, el proceso de tres pasos descrito suena idéntico, con la declaración de Abdu’l-Bahá precediendo a la de Benson en 90 años.
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Se podría decir que se trata de una simple coincidencia, que dos individuos diferentes se encontraron por separado con un fenómeno inusual en dos momentos distintos de la historia. Sin embargo, hay que tener en cuenta que estas personas eran radicalmente diferentes en cuanto a su crianza, educación y objetivos en la vida. Estoy a favor de la explicación de que Abdu’l-Bahá, que sólo había recibido un año de educación formal a la edad de siete años, fue el receptor de la inspiración divina para revelar este concepto, mientras que Benson lo aprendió a través de una larga educación basada en la ciencia y el trabajo duro.
Este artículo es una adaptación del último capítulo del reciente libro del Dr. Remignanti «The Healing Connection: A Partnership for Your Health», y sólo representa un fragmento de lo que el libro presenta como un prolongado argumento basado en la ciencia a favor de la importancia perdurable de la relación médico-paciente, en la que se hace hincapié repetidamente en las enseñanzas bahá’ís. El libro en inglés puede adquirirse aquí.
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