Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
A menudo vemos la ciencia y la religión como dos polos opuestos: Una es racional, práctica y objetiva. La otra es emocional, mística y subjetiva.
Cada lugar o cultura valora la ciencia y la religión de forma diferente, y a menudo parece que hay que elegir. ¿Creo en Dios o en el Big Bang? ¿Creo en la oración o en la medicina moderna? ¿Existe la inspiración divina o solo el intelecto humano?
Estas aparentes contradicciones han sido fuentes de división desde siempre. Han provocado miedo, rechazo e incluso guerras. A medida que nos adentramos en una sociedad cada vez más avanzada tecnológica y científicamente, muchos nos preguntamos: ¿tiene la espiritualidad cabida en la sociedad moderna?
Pero aún estamos lejos de ser capaces de decir que hemos respondido a todas las preguntas. Muchas de nuestras preguntas más básicas y fundamentales son aún un misterio, como por ejemplo: ¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde viene la vida? ¿Qué hace que los humanos sean humanos? ¿Sobrevive la conciencia después de la muerte?
La ciencia no ha sido capaz de responder a estas preguntas, todavía. Pero la religión ha intentado responderlas desde el principio. Y para muchos científicos, eso no es una contradicción, sino que significa que aún nos queda camino por recorrer.
Albert Einstein dijo: «Lo más hermoso que podemos experimentar es lo misterioso».
Louis Pasteur dijo una vez «Un poco de ciencia te aleja de Dios, pero más de ella te lleva a Él».
Aun así, la religión no nos da respuestas de forma rotunda. Al igual que la ciencia, encontrar la verdad requiere cuestionar, investigar y aprender colectivamente. Sí, así es: el método científico. La religión no es estática. Como dijo una vez Abdu’l-Bahá, una de las figuras centrales de la Fe bahá’í: «La religión es la expresión externa de la realidad divina. Por lo tanto, debe ser viva, animada, en movimiento y progresiva». [Traducción provisional de Oriana Vento].
Él añadió que la religión: «… debe resistir el análisis de la razón. Debe estar de acuerdo con los hechos y pruebas científicos para que la ciencia fortalezca la religión y la religión fortifique la ciencia. Ambas están indisolublemente unidas y juntas en la realidad”.
Pero para ello debemos desprendernos de nuestro ego y de nuestro deseo de verdadera objetividad, y eso supone un gran esfuerzo. Por eso vemos tanto fanatismo en la religión… al igual que vemos corrupción en la ciencia.
Sin desprendimiento e investigación sincera, no podemos encontrar la verdad en la ciencia ni en la religión.
¿Y si, en lugar de clasificar la ciencia y la religión como dos áreas completamente opuestas, pudiéramos tratarlas como dos herramientas cruciales para la investigación de la realidad? Como dijo una vez Marie Curie, «Nada en la vida debe ser temido, solo debe ser comprendido».
¿Y si utilizáramos el método científico para determinar qué prácticas espirituales mejoran nuestra salud mental y nuestras relaciones con los demás? ¿Y si investigáramos las palabras de diferentes profetas de todas las culturas para comprobar las «fuentes» de las religiones del mundo?
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¿Y si la ciencia pudiera ayudarnos a comprender mejor la belleza de la creación divina que nos rodea, a descubrir los secretos de su funcionamiento armónico y el lugar que ocupamos en ella?
Desde el principio, los seres humanos hemos tenido fe en algo más grande que nosotros mismos, y un decidido deseo de investigar el mundo que nos rodea. Ambas capacidades nos han llevado a nuevas formas de organizar nuestra sociedad, a nuevos inventos, a formas más constructivas de pensar y relacionarnos.
¿Por qué no podemos ver esto como un siguiente paso en nuestra evolución: no deshacerse de la religión ni de la ciencia, sino integrarlas y utilizarlas como dos alas para entender la realidad mientras nos elevamos hacia el futuro?
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