Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Te sientes a veces impotente para solucionar los problemas del mundo, o incluso los tuyos propios? Si le resulta familiar, es posible que esté siendo afectado por la apatía, esa pérdida de emociones que nos roba la alegría y la esperanza.
El término viene de la palabra griega «pathos», que significa pasión o emoción. Comprensiblemente, el mundo actual puede hacernos sentir apáticos e impotentes, carentes de toda pasión o emoción.
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¿Qué puedo hacer si me siento apático?
Aquí estamos, a veces a miles de kilómetros de distancia de los terribles acontecimientos que están teniendo lugar, o justo en medio de ellos, y empezamos a creer que no tenemos ningún control, que no podemos influir en ellos aunque quisiéramos. Así que, después de años de ser bombardeados de esta manera, podríamos estar tentados a apagar nuestros sentimientos sobre la difícil situación de la gente al otro lado del mundo, o incluso en nuestra propia comunidad o país, levantar las manos y decir: «Están solos, no puedo ayudar. No hay nada que pueda hacer».
Las enseñanzas bahá’ís dicen que tales sentimientos derrotan nuestro propósito espiritual como seres humanos. Abdu’l-Bahá, en su libro El Secreto de la Civilización Divina, dijo «He aquí la mayor desdicha del hombre, a saber: que viva inerte, apático, embotado, ocupado sólo con sus apetitos inferiores”.
Cuando la apatía se apodera de nosotros, a menudo nos sentimos impotentes para influir en los resultados. Los problemas pueden parecer abrumadores; al fin y al cabo, parece que ocurren demasiadas cosas a cada momento en decenas de miles de lugares, mentes y corazones, como para que podamos siquiera esperar implicarnos y marcar la diferencia. Es comprensible que nos sintamos así. Con nuestros limitados recursos, nuestra limitada influencia y nuestros limitados conocimientos, tenemos la tentación de renunciar a intentar comprender plenamente lo que está ocurriendo, o incluso a esperar poder ayudar. Así que dejamos de intentarlo, o ni siquiera pensamos en ello: nos retiramos a nuestro capullo y tratamos de sentirnos seguros y protegidos de los demás y sus problemas.
Al fin y al cabo, nosotros tenemos nuestros propios problemas. En nuestro interior, en nuestro núcleo, nos preguntamos en silencio: «¿Quién me ayudará?». Cuando no podemos responder fácilmente a esa pregunta, cuando no hay un ser querido cercano al que acudir, o no tenemos recursos como dinero, un médico, programas sociales, grupos de apoyo o instituciones que se preocupan por nuestro bienestar, nos deprimimos y a veces no nos damos cuenta de por qué. En el proceso, la apatía puede incluso llevarnos a renunciar a nuestros propios problemas y a no afrontarlos de frente porque parecen insuperables.
De este modo, también podemos volvernos apáticos ante los problemas de los demás, especialmente si nos sentimos impotentes.
La apatía como enfermedad mental
La apatía es un asesino del progreso, un asesino del amor, un asesino de la esperanza, un asesino del cambio. La apatía, por definición, es la falta de interés, entusiasmo o preocupación. Es indiferencia. La apatía hace que no tengas motivación para hacer nada, o que simplemente no te importe lo que ocurre a tu alrededor. La apatía puede ser incluso un síntoma de depresión y otros problemas de salud mental, como Parkinson o Alzheimer. Puede provocar una falta de deseo de hacer cualquier cosa que implique pensar o involucre tus emociones.
En su libro Contestación a unas preguntas, Abdu’l-Bahá comparó la apatía con la escasez y las privaciones del invierno:
Llega el invierno, es decir, el frío de la ignorancia, y la inconsciencia envuelve al mundo, y predomina la oscuridad de los deseos rebeldes y egoístas. Sobrevienen la apatía y la arrogancia, con indolencia y necedad, degradación y cualidades animales, frialdad e insensibilidad de piedra, igual que cuando en el invierno el globo terrestre se ve privado de la influencia de los rayos del Sol y se vuelve desierto y desolado. Cuando el dominio de las mentes y pensamientos llega a esta etapa, no queda nada más que muerte perpetua e inexistencia sin fin.
Esta «frialdad e insensibilidad de piedra» describe las condiciones de algunos corazones y mentes cuando no pueden amarse a sí mismos o a los demás, cuando bloquean la conciencia de los talentos y capacidades que hay en nuestro interior. Cuando prevalece la apatía, un estado de inactividad o letargo físico o mental carcome nuestra voluntad. Seguramente, entonces, se produce «muerte perpetua e inexistencia sin fin», cuando no actuamos en nuestro propio interés y en el de la humanidad.
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Cómo luchan los bahá’ís contra la apatía
En un discurso que ofreció en París, Abdu’l-Bahá nos aconsejó a todos:
… llegue a ser justo, y dirija sus pensamientos hacia la unidad de la humanidad; que nunca perjudiquéis a vuestros vecinos, ni habléis mal de nadie; que respetéis los derechos de todos los seres humanos, y os preocupéis más por los intereses de los demás que por los vuestros propios.
Esa receta previene la apatía, porque hace que nuestra mente y nuestro corazón se dirijan a las necesidades e intereses de otros seres humanos, en lugar de dejarnos llevar por nuestros propios problemas y percepciones. Cuando esto ocurre, encontramos la alegría en el humilde servicio a la humanidad.
Los bahá’ís no dejan que la enfermedad de la apatía les afecte si pueden evitarlo. Tampoco queremos que el mundo se destruya a sí mismo, algo que las actitudes apáticas generalizadas producirán inevitablemente. Así pues, ¿cómo podemos combatir los sentimientos de apatía que engendra el mundo moderno? Los bahá’ís, junto con otros en cada una de sus comunidades, están comprometidos en un patrón global de activismo social que demuestra que la apatía no tiene cabida en la vida humana. En el siguiente ensayo de esta serie de dos partes, exploraremos uno de los antídotos bahá’ís contra la apatía.
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