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Las enseñanzas bahá’ís llaman a la humanidad a unirse. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, dijo que él ha «venido para unir y soldar a todos los que moran en la tierra». Por eso los bahá’ís de todo el mundo trabajan por la unidad mundial.
Esta suprema causa espiritual y social, la unidad de la humanidad, es el principio primordial de la fe bahá’í. Pero, ¿cómo llegamos a ella?
Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, escribió este pasaje sobre cómo lograr la unidad humana a principios del siglo XX:
En ciclos pasados, aunque fuera establecida la armonía, sin embargo, debido a la falta de medios, no podría haberse logrado la unidad de la humanidad. Los continentes estaban muy distanciados; es más, incluso entre pueblos de un mismo continente eran poco menos que imposibles la asociación y el intercambio de ideas. En consecuencia, eran inalcanzables la intercomunicación, el entendimiento y la unidad entre todos los pueblos y linajes de la tierra. No obstante, en este día se han multiplicado los medios de comunicación y los cinco continentes de la tierra se han convertido prácticamente en uno solo… Asimismo, todos los miembros de la familia humana, ya sean pueblos o gobiernos, ciudades o aldeas, han llegado a ser cada vez más interdependientes. A ninguno le es posible ya bastarse a sí mismo, por cuanto los lazos políticos unen a todos los pueblos y naciones, y cada día se fortalecen más los vínculos del comercio y la industria, de la agricultura y la educación. De ahí que la unidad de toda la humanidad puede ser alcanzada en este día. En verdad, éste no es sino uno de los portentos de esta edad maravillosa, de este glorioso siglo. De ello fueron privadas todas las edades del pasado, pues este siglo –el siglo de la luz– ha sido dotado con una gloria, una iluminación y un poder únicos y sin precedentes. De ahí el milagroso despliegue de una nueva maravilla cada día. Con el tiempo se verá con cuánta luminosidad resplandecerán sus cirios en la comunidad de los hombres.
A continuación, Abdu’l-Bahá enumeró los «siete cirios» de la unidad, una secuencia simbólica de pasos que, según predijo, conducirían a la unidad mundial. Dijo: «El primer cirio es la unidad en el dominio político».
Este «cirio» se refiere a las condiciones políticas dentro de cada Estado o país independiente y soberano. En la actualidad, la mayoría de los gobiernos están dirigidos por órganos legislativos, pero los grupos partidistas dentro de esos órganos tratan de promover sus propias posiciones y políticas con respecto a los problemas a los que se enfrentan, con preferencia a las opiniones, políticas y preocupaciones de aquellos con una agenda o punto de vista diferente.
Imaginemos cuánto mejor sería el mundo si estos grupos pudieran aprender a trabajar juntos en un espíritu de armonía y cooperación, reconociendo cada uno que los demás tienen un punto de vista legítimo, preocupaciones legítimas e ideas legítimas para su resolución, en lugar de la actual actitud polarizada de «a mi manera o nada». Al esforzarse por alcanzar esta etapa inicial de unidad, los bahá’ís creen que con el tiempo surgirá una forma de gobierno más cooperativa y consultiva.
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Luego, Abdu’l-Bahá escribió: «El segundo cirio es la unidad de pensamiento en tareas mundiales».
Hoy en día nos enfrentamos a una serie de apremiantes retos mundiales, entre ellos el cambio climático. Científicos e investigadores coinciden en general en que la solución a este problema cada vez más complejo tendrá que ser de carácter global. Solo cuando todas las naciones del mundo consulten, formulen un plan y trabajen juntas para llevarlo a cabo, podremos remediar esta situación y llevarla a una conclusión satisfactoria.
Por supuesto, existen otros problemas globales, y podemos estar seguros de que habrá más en el futuro. Cada vez será más necesario el trabajo duro y la cooperación de todas las naciones del mundo para encontrar y aplicar soluciones. Esta unidad interdependiente de propósito, creen los bahá’ís, ayudará a unir a las naciones del mundo.
«El tercer cirio es la unidad en libertad», escribió Abdu’l-Bahá.
El 10 de diciembre de cada año se celebra en todo el mundo el Día Internacional de los Derechos Humanos, que conmemora la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En diciembre de 1966, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó otros dos acuerdos internacionales, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
«Esos dos Pactos», dice la declaración oficial de la ONU, «junto con la Declaración Universal de Derechos Humanos, constituyen la Carta Internacional de Derechos Humanos, en la que se enuncian los derechos civiles, políticos, culturales, económicos y sociales que son patrimonio de todos los seres humanos».
Esta idea de los derechos humanos universales concedidos a todos es en realidad bastante nueva en el curso de la historia de la humanidad. Una de sus primeras apariciones es la 1ª Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que garantiza la libertad de expresión y de religión. El presidente Franklin Roosevelt amplió este concepto en su discurso sobre el Estado de la Unión de 1940, que se conoce como «El discurso de las cuatro libertades». En él, añadió «Libertad frente a la miseria» y «Libertad frente al miedo». Estas cuatro libertades se convirtieron en la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Para ser verdaderamente libre, dicen las enseñanzas bahá’ís, la humanidad debe superar su instinto natural de resolver las disputas mediante el conflicto, la lucha y la guerra, y aprender a resolverlas mediante la consulta, la conciliación y la negociación. La verdadera libertad requiere una vida orientada al amor por todos, la comunicación y la paz universal.
«El cuarto cirio es la unidad de religión», dijo Abdu’l-Bahá.
Hay una historia sobre un hombre que se mudó a una nueva ciudad. Como parte de su proceso de adaptación, preguntó a uno de los ciudadanos locales por los lugares de culto de la ciudad. El ciudadano estaba encantado de que le hicieran la pregunta, y aún más orgulloso de la respuesta que dio.
«Hay una iglesia católica al final de la calle», dijo, «y un poco más abajo hay una sinagoga judía. Al otro lado de la calle hay una iglesia protestante y un poco más allá un templo budista. Un poco más allá hay una mezquita, y al final de la calle hay incluso un ashram».
El nuevo residente sacudió lentamente la cabeza y sonrió. «Espero que Dios tenga sentido del humor», dijo.
Cada uno de estos lugares de culto fue creado con el propósito de alabar al mismo Dios y glorificar su nombre. Sin embargo, cada religión parece insistir en que su forma de alabar y glorificar a Dios es la única correcta, que el mensajero que trajo su fe al mundo, ya fuera Abraham, Krishna, Moisés, Zoroastro, Buda, Cristo o Muhammad, fue el único mensajero verdadero de Dios y trajo la Verdadera Palabra de Dios al mundo y que todos los demás son, en el mejor de los casos, profetas o maestros menores de la Palabra de Dios.
Los bahá’ís creen que cada uno de estos santos mensajeros es un verdadero representante de Dios, que todos ellos trajeron la verdadera Palabra de Dios a la humanidad.
Gran parte de la confusión surge porque vinieron en diferentes momentos de la historia del mundo, vinieron a diferentes zonas del planeta y se enfrentaron a diferentes circunstancias durante sus vidas. Pero si examinamos los mensajes que trajeron, descubriremos que su mensaje sigue siendo el mismo de un mensajero a otro: que debemos amar a nuestros semejantes y anteponer su bienestar al nuestro.
Los bahá’ís creen que ninguno de estos mensajeros es más o menos importante que los demás. Esto incluye a los mensajeros divinos más recientes: el Báb, el heraldo de la fe bahá’í, y Bahá’u’lláh, su profeta y fundador.
Cuando nosotros, como personas, nos demos cuenta de la verdad de esta unidad espiritual, cuando aceptemos que toda religión procede del mismo Dios, que todos los mensajeros son verdaderos representantes de Dios y que trajeron el mismo mensaje al mundo, lograremos, de hecho, la unidad religiosa, y la religión dejará de ser una fuente de conflicto entre las personas.
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