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Cómo dejar de compararte con los demás

Makeena Rivers | May 13, 2019

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Makeena Rivers | May 13, 2019

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A veces parece que compararse con otros es inevitable. En cierto sentido, es natural, ¿no? Somos criaturas sociales, por lo que nos miramos unos a otros para tratar de descubrir la vida.

Pero a menudo nos excedemos. Convertimos el buscar la guía de nuestros mayores en imitación ciega. La búsqueda de inspiración se transforma en la adoración a otros. A veces, cuando observamos para ver cómo otros persiguen un objetivo, nos vemos atrapados en una competencia desenfrenada.

Los bahá’ís creemos que la naturaleza humana es multifacética. Por un lado, tenemos un yo superior inspirado por la divinidad, y por el otro, compartimos las cualidades básicas de los animales en la naturaleza:

Como hemos indicado anteriormente, la realidad humana se encuentra entre lo superior y lo inferior, entre el mundo del animal y el mundo de la divinidad. Cuando la inclinación animal en el hombre se vuelve predominante, él se puede hundir incluso en lo más salvaje. Cuando los poderes celestiales triunfan en su naturaleza, se convierte en el ser más noble y superior en el mundo de la creación. Todas las imperfecciones del animal se encuentran en el hombre. En él hay antagonismo, odio y lucha egoísta por la existencia; en su naturaleza se esconden los celos, la venganza, la ferocidad, la astucia, la hipocresía, la codicia, la injusticia y la tiranía.

… Desde este punto de vista su naturaleza es triple; animal, humana y divina. La naturaleza animal es la oscuridad; la celestial es la luz dentro de la luz. – Abdu’l-Bahá, Los Fundamentos de la Unidad Divina, pág. 120.

Algunos creen que muchas de estas cualidades animales impulsan a la motivación humana. Economías enteras dependen de la existencia de nuestro lado competitivo. Algunos teóricos sociales intentan explicar el altruismo como egoísta, rechazando la idea de que los seres humanos puedan tener una naturaleza superior que nos permita reemplazar nuestras tendencias animales.

Ciertamente, estamos profundamente influenciados por nuestra naturaleza inferior, y es probable que motive mucho de lo que consideramos bueno. Existen muchos ejemplos en la historia humana de grupos de personas que canalizaron la agresión con el fin de perseverar por la justicia. La desesperación nos ha empujado a buscar formas más efectivas para establecer la paz. Los instintos protectores pueden fomentar la lealtad. Y la competencia puede proporcionarnos estructura, o incluso orientación, a medida que nos esforzamos por alcanzar la excelencia en cualquier cosa. Pero estas mismas cualidades también pueden amargar las cosas. Por ejemplo, la competencia a menudo alimenta los celos o la ira, y los escritos bahá’ís advierten sobre sus efectos:

Los celos consumen el cuerpo y la ira quema el hígado; evítales como evitarías a un león. – Bahá’u’lláh citado por J.E. Esslemont en Bahá’u’lláh y la Nueva Era, pág. 93.

¿Significa que es mejor simplemente alejarse? ¿Enfocarnos en nuestro propio camino e ignorar las acciones de los demás? Los escritos bahá’ís sugieren lo contrario:

Nunca os enojéis el uno con el otro. Que vuestros ojos se dirijan hacia el Reino de la Verdad y no hacia el mundo de la creación. Amad a las criaturas por amor a Dios y no por sí mismas. Jamás estaréis enojados o impacientes si los amáis por amor a Dios. La humanidad no es perfecta. Existen imperfecciones en cada ser humano; seréis siempre desdichados si miráis a la gente. Pero si miráis a Dios, los amareis y seréis amables con ellos, porque el mundo de Dios es el mundo de la perfección y de la completa merced. – Abdu’l-Bahá, La Promulgación a la Paz Universal, pág. 109.

Es mi esperanza que podáis considerar esta cuestión, que podáis buscar vuestras propias imperfecciones y no penséis en las imperfecciones de nadie más. Esforzaros con todo vuestro poder para estar libres de imperfecciones. Las almas negligentes están siempre buscando las faltas de los demás. ¿Qué puede saber un hipócrita de las faltas de otros cuando está ciego de las propias? … En tanto un hombre no encuentre sus propias faltas, jamás podrá ser perfecto. Nada es más fructífero para el hombre que el conocimiento de sus propios defectos. – Ibid., pág. 256.

Si nuestro enfoque es encontrar maneras de ver a Dios reflejado en los demás, entonces seremos inspirados. Podemos evitar los celos y la ira, suprimir aquellos impulsos por dominarnos o eclipsarnos unos a otros, y ayudarnos mutuamente a florecer.

Para centrarnos en el bien de los demás, debemos cambiar nuestra tendencia a corregir las fallas de otros y tratar corregir las nuestras. Toda nuestra energía acumulada puede dirigirse hacia nosotros mismos; de esa manera, no solo no nos preocupamos por competir contra otros, sino que también mejoramos nuestros propios corazones y almas en el proceso.

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