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Espiritualidad

Cómo eliminar el óxido del egoísmo de nuestro corazón

Chris Kavelin | Feb 21, 2023

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Chris Kavelin | Feb 21, 2023

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En el verano de 1987 acababa de cumplir diecinueve años y trabajaba como voluntario en el Centro Mundial Baha’í de Haifa (Israel).

Una anciana afroamericana destacada en la Fe bahá’í, Magdalene Carney, me había invitado a cenar a su casa. Yo la admiraba por ser una persona de gran fe y humildad que había servido con sacrificio en la educación y como defensora de los derechos civiles.

Recuerdo la dignidad y la gracia de Magdalena, su nobleza y humildad, su sensibilidad de haber visto el sufrimiento pero de tener una gran capacidad para la alegría y el humor, su firme determinación e inquebrantable certeza y obediencia a Dios. También recuerdo su gentileza y su bondad genuina, que me infundían un sentimiento de seguridad.

Si yo hubiera sido un gato perdido, habría ido a su casa.

Aquella noche, sentí que podía abrirme a ella para explorar las preocupaciones y esperanzas de mi corazón como adulto en formación, intentando responsabilizarme de quién iba a ser en el mundo. Eso incluía hablar de experiencias oníricas que parecían significativas. Una de mis preocupaciones era el miedo a que mi ego se interpusiera en el camino del servicio puro a los demás.

Me sentía ansioso y atascado. Aquello me importaba mucho. En un intento de aclararlo todo, en un momento dado dije:

Sé que los ancestros y los ángeles del reino espiritual están todos alineados y esperando voluntarios para servir. Sé que tiene muy poco que ver con mi capacidad real de servir, sino con la de ellos. Ellos están esperando. Ni siquiera tengo que levantar el brazo para ofrecerme voluntario. Sólo tengo que mover el dedo meñique para decir «sí» y ellos se apresurarán a presentarse. Sé un poco de lo que son capaces. También sé que es probable que consigan muchas cosas grandes aunque lo único que yo haga sea levantar el dedo meñique; es probable que otros en este mundo piensen que yo estoy haciendo esas grandes hazañas y empiecen a atribuirme falsamente elogios. Me preocupa que cuando empiecen esas alabanzas yo empiece a creerles y a pensar que soy yo, y que entonces mi ego cada vez mayor acabe con mi capacidad de servir. En ti contemplo un servicio humilde combinado con grandes obras. ¿Cómo te libras del ego? ¿Cómo haces para que no se interponga en tu camino de servicio?

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Magdalena hizo una pausa y luego dijo con su suave acento sureño: «Simplemente lo hago». Otra pausa. «El ego siempre estará ahí. Yo digo: ’Hola, ego. Ahí estás. Qué mono eres’. Y entonces lo hago de todos modos».

Esto me recordó un pasaje de los escritos bahá’ís, donde Abdu’l-Bahá escribió:

… para las almas santas, las pruebas son como el regalo de Dios, el Exaltado; pero para las almas débiles son una calamidad inesperada. Esta prueba es tal como has escrito: limpia el óxido del egoísmo del espejo del corazón hasta que el Sol de la Verdad pueda brillar en él. Porque ningún velo es más grande que el egoísmo, y no importa cuán delgada pueda ser esa cubierta, ya que finalmente velará al hombre por completo y le impedirá recibir una porción de la munificencia eterna. [Traducción provisional de Oriana Vento]

La sencilla sabiduría de la abuela ha perdurado conmigo hasta el día de hoy. Todos tenemos ego. Nunca nos libraremos de él por completo, y no tiene sentido esperar a que desaparezca, o a que disminuya lo suficiente antes de lanzarnos de todo corazón al servicio de la humanidad, como hizo la campeona Magdalena.

Ahora ya no está en este plano físico de la existencia, pero yo la veo sonreír mucho.

Por eso las historias de esta serie de ensayos relatan lo que sucedió después de que finalmente decidiera levantar el dedo meñique.

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