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Espiritualidad

Sintiéndose abandonado por Dios

Susan Gammage | Abr 17, 2021

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Susan Gammage | Abr 17, 2021

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Los que han experimentado un trauma extremo en sus vidas sabrán lo solo y desolado que se siente cuando creemos con cada fibra de nuestro ser que Dios nos ha abandonado. 

Puede que no queramos admitirlo, ni siquiera a nosotros mismos. Pero creo que cuanto más hablemos de ello, más se alejará el aguijón de la soledad que sentimos cuando creemos que Dios nos ha abandonado. 

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Cuando era niña, tenía una intensa relación personal con Dios, como si fuera un amigo imaginario. Le contaba todos mis problemas, y eran muchos, ya que sufría continuos abusos en casa y en la escuela. Yo oraba «haz que se detenga; haz que se detenga» con creciente fervor a lo largo de los años, y cuando las cosas no hicieron más que empeorar, me convencí de que Dios no existía, y le di la espalda durante 10 años. 

Cuando conocí los escritos bahá’ís a los 25 años, algo cambió. Reconocí inmediatamente que estas enseñanzas solo podían venir de Dios. Este cambio ha sido el mayor regalo de mi vida y, 40 años después, es también el mayor misterio. Nunca entenderé la gracia de Dios al hacerme dar este giro de 180 grados tan rápido, ¡y estoy agradecida!   

Sin embargo, nos hallamos en buena compañía. Me sorprendió (y me animó) leer que la Madre Teresa se sintió abandonada por Dios desde el principio de su trabajo hasta su muerte cinco décadas después, pero eso no le impidió prestar todo su increíble servicio a la humanidad en nombre de un Dios cuya presencia no podía sentir. ¡Eso sí que es fe!

El profeta y fundador de la fe bahá’í, Bahá’u’lláh, incluso se sentía a veces abandonado por Dios, como vemos en esta cita del libro de sus «Oraciones y Meditaciones»:

¡Glorificado sea Tu nombre, oh Señor mi Dios! Tú ves el lugar en que habito, y la prisión en que he sido arrojado, y las penas que soporto. ¡Por Tu poder! No hay pluma que sea capaz de narrar, ni lengua alguna describir o enumerar. No sé, oh mi Dios, con qué propósito me has abandonado a Tus adversarios. ¡Tu gloria me lo atestigua! No me aflijo por las vejaciones que sufro por amor a Ti, ni me siento perturbado por las calamidades que me han atrapado en Tu sendero. Mi dolor se debe más bien a que demoras en cumplir lo que has señalado en las Tablas de Tu Revelación y ordenado en los libros de Tu decreto y sentencia.

Pero como Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, nos aseguró en su libro «El Día Prometido ha llegado», Dios nunca nos abandona: «Dios, el Vigilante, el Justo, el Amoroso, el Ordenador Omnipotente, no… quiere abandonar a Sus hijos a manos de su suerte…«.

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Encuentro que las veces que he puesto a prueba las leyes de Dios (a través de la desobediencia a esas leyes, incluso cuando creo que estoy haciendo lo que Dios quiere), es a menudo el momento en que me siento más abandonada. Por ejemplo, una vez, cuando estaba sirviendo a la fe bahá’í en una zona remota del ártico canadiense, no dejaba de intentar hacer cosas, y nada salía bien. Tenía frecuentes dolores de cabeza por sentir que me estaba golpeando contra una pared de ladrillos cada vez que intentaba hacer algo. En un periodo de 36 meses, tuve 23 «noes», varios de ellos de instituciones bahá’ís. Durante ese periodo encontré el título de un libro que me gustó mucho y que resumía mi experiencia: «Diría que ’sí’, Dios, si supiera lo que quieres».  Solo en retrospectiva puedo ver cuántos velos existían entre Dios y yo en aquella época: ¡el ego es uno de los más importantes! 

Desde que me hice bahá’í, he experimentado muchas pérdidas significativas -trabajos, marido, familia, ingresos- pero siempre he estado agradecida de que, a través de todo ello, nunca perdí mi fe, incluso en los momentos en que no podía sentir la presencia de Dios. 

Hubo muchos momentos en los que las oraciones quedaron sin respuesta y me sentí abandonada. Afortunadamente, nunca me amargué ni perdí el deseo de orar porque reconocí las confirmaciones espirituales en muchas otras áreas de mi vida. Al igual que la Madre Teresa, me mantuve en el servicio a la humanidad. Si no lo hubiera hecho, podría haber perdido completamente la fe. 

¿Te has sentido alguna vez abandonado por Dios, y si es así, cómo regresaste?

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