Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando reflexionas sobre el papel de la religión, ¿en qué piensas inmediatamente? ¿Piensa en dogmas, rituales o normas? Según las enseñanzas bahá’ís, eso no es la religión en absoluto, sino que la religión es aprendizaje.
En sus escritos, Abdu’l-Bahá lo expresó de esta manera:
Hay ciertos pilares que han sido establecidos como los apoyos firmes de la Fe de Dios. El más fuerte de ellos es el saber y el empleo de la mente, la expansión de la conciencia y el estudio de las realidades del universo y de los misterios ocultos de Dios Todopoderoso.
¿Este importante principio bahá’í significa que podríamos considerar «religiosas» expediciones científicas como el telescopio espacial James Webb? Al fin y al cabo, ese proyecto entero nos da «una visión de las realidades del universo», ¿no?
¿O significa que expandir nuestra conciencia –encontrar, investigar y considerar con imparcialidad otras ideas, conceptos y culturas– puede constituir un acto religioso?
¿O significa que educarse a uno mismo, «el saber y el empleo de la mente», es emprender un viaje espiritual y religioso?
Sí, dicen las enseñanzas bahá’ís, a cada una de esas preguntas.
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Los bahá’ís valoran la educación, y no solo la educación formal. Todas las personas se educan a sí mismas cuando buscan constantemente el conocimiento. Podemos encontrarlo en todas partes: leyendo, yendo a la escuela, explorando la naturaleza, participando en el activismo comunitario, en la meditación o la oración, trabajando por la paz, la justicia y la unidad, o incluso navegando por Internet.
Desde una perspectiva bahá’í, este tipo de actividades educativas ayudan a todos a alimentar nuestras mentes, ampliar nuestra conciencia y otorgarnos niveles crecientes de percepción de los misterios, las verdades y las realidades de la vida. Examinemos cada uno de esos tres «poderosos pilares» y veamos lo que implican.
1. El saber y el uso de la mente
Normalmente, al menos en la sociedad occidental, tendemos a considerar que el aprendizaje es sinónimo de educación formal: un título universitario, un posgrado, un doctorado. Nuestra cultura tecnocrática valora la pericia y eleva a diversos «expertos» hiperespecializados a altos cargos políticos en el gobierno y el mundo académico. Pero las enseñanzas bahá’ís ofrecen una definición mucho más amplia del aprendizaje, que también incluye un conocimiento amplio y exhaustivo de la filosofía, la religión, la historia, el derecho y las costumbres de otras culturas.
Escribiendo sobre este tema en El Secreto de la Civilización Divina en 1875 –un libro dirigido específicamente a la nación y la población de Persia en aquel momento– Abdu’l-Bahá resumió las áreas temáticas necesarias para adquirir un aprendizaje real y maximizar el uso de la mente:
El primer atributo de la perfección es el saber y los logros culturales de la mente, y esta estación eminente se consigue cuando la persona combina en sí misma un conocimiento pleno de las realidades complejas y trascendentes referidas a Dios, de las verdades fundamentales de la ley política coránica y religiosa, de los contenidos de las sagradas Escrituras de los demás credos, así como de las normas y disposiciones que han de contribuir al progreso de la civilización de este distinguido país. Además, debería estar informado de las leyes y principios, costumbres, usos y condiciones, así como de las virtudes materiales y morales que caracterizan el gobierno de las demás naciones; y debería estar bien versado en todas las ramas útiles del saber contemporáneo, y estudiar los testimonios históricos de los pueblos y gobiernos pretéritos.
Este tipo de educación liberal, que hace hincapié en una base de conocimientos expansiva, cosmopolita y progresista que va mucho más allá de los confines de una sola sociedad y sus costumbres, puede convertir a un entusiasta buscador de aprendizaje en un ciudadano global. Nos anima a trascender nuestros condicionamientos culturales y a ser más tolerantes, comprensivos y universales. Según los escritos de Bahá’u’lláh, este emblemático principio bahá’í es uno de los objetivos primordiales de todo bahá’í:
Bienaventurado y dichoso aquel que se levanta para promover los mejores intereses de los pueblos y razas de la tierra… No debe enorgullecerse quien ama a su patria, sino más bien quien ama al mundo entero. La tierra es un solo país, y la humanidad sus ciudadanos.
2. La Expansión de la conciencia
Los seres humanos tienen poderes y percepciones únicos que ninguna otra criatura posee –y las enseñanzas bahá’ís se refieren a esas cualidades y habilidades utilizando el término «conciencia». En un discurso que dio a la Sociedad Teosófica en Boston en 1912, Abdu’l-Bahá señaló que los humanos somos seres conscientes porque tenemos el poder de descubrir las realidades internas de las cosas:
El hombre posee las emanaciones de la conciencia, tiene percepción, ideación y es capaz de descubrir los misterios del universo. Todas las industrias, invenciones y medios que rodean nuestra vida cotidiana fueron en alguna época secretos ocultos de la naturaleza, pero la realidad del hombre los penetró y los hizo esclavos de sus propósitos. De acuerdo con las leyes de la naturaleza debían permanecer latentes y ocultos; pero el hombre, habiendo trascendido esas leyes, descubrió esos misterios y los sacó del plano de lo invisible trayéndolos al reino de lo conocido y visible. ¡Cuán maravilloso es el espíritu del hombre!
Las enseñanzas bahá’ís nos piden que expandamos continuamente nuestra conciencia, que desarrollemos una forma más profunda de ver la vida, una que nos lleve a encontrar y reconocer sus verdades espirituales. En el mismo discurso, Abdu’l-Bahá dijo que esta expansión de la conciencia se produce cuando potenciamos nuestros atributos espirituales:
El hombre trasciende la naturaleza mientas que el mineral el vegetal y el animal están irremediablemente sujetos a ella. Esto sólo puede lograrse a través del poder del espíritu, porque el espíritu es la realidad.
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3. La comprensión de las realidades del Universo y los misterios ocultos de Dios Todopoderoso
Bahá’u’lláh enseñó y escribió extensamente sobre los «misterios ocultos» que un buscador espiritual puede llegar a descubrir. En este pasaje lírico de su Libro de la Certeza, Bahá’u’lláh nos pidió que en nuestra búsqueda del verdadero significado de la vida involucráramos no solo nuestras mentes, sino también nuestras emociones, corazones y almas. Aconsejó buscar esos misterios ocultos con «esfuerzo ardiente», «deseo anhelante» y «arrobamiento y éxtasis».
Solo cuando la lámpara de la búsqueda, del esfuerzo ardiente, del deseo anhelante, de la devoción apasionada, del amor fervoroso, del arrobamiento y del éxtasis, se haya encendido en el corazón del buscador, y sople en su alma la brisa de Su bondad, será disipada la oscuridad del error, será dispersada la bruma de las dudas y los recelos, y su ser será envuelto por la luz del conocimiento y de la certeza. En ese momento, el Heraldo Místico, portador de las felices nuevas del Espíritu, aparecerá resplandeciente como la mañana desde la Ciudad de Dios, y mediante el son de trompeta del conocimiento, despertará del sueño de la negligencia al corazón, al alma y al espíritu. Entonces los múltiples favores y la efusión de gracia del santo y eterno Espíritu conferirán al buscador una nueva vida tal que se hallará dotado de vista nueva, oído nuevo, corazón nuevo y mente nueva. Contemplará las manifiestas señales del universo y penetrará los misterios ocultos del alma.
Primero viene el aprendizaje, dicen las enseñanzas bahá’ís. Debemos aprender a utilizar nuestra mente, nuestras facultades racionales y de razonamiento. Luego se produce gradualmente la expansión de la conciencia: a medida que aprendemos, nuestra conciencia crece y nuestras almas amplían sus capacidades. Por último, llega el discernimiento y la gozosa comprensión de que nuestro ser interior está destinado a desentrañar los misterios ocultos en nosotros mismos y en el universo.
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