Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿La ciencia y la vida espiritual interna alguna vez coinciden o se juntan? ¿Pueden trabajar juntas? Las enseñanzas bahá’ís responden a esas preguntas con un rotundo sí.
Aunque la mayoría de mis colegas más naturalistas podrían estar muy en desacuerdo, creo que hay suficientes instancias en la historia de la ciencia donde el proceso de descubrimiento ha ocurrido de una manera mística o reveladora que ya no podemos descartarlas por más tiempo.
Después de todo, los sueños de Einstein produjeron la teoría de la relatividad. Dmitri Mendeleev vio la Tabla Periódica en un sueño, y muchos sueños, visiones y experiencias místicas llenan nuestros libros de historia de la ciencia. Además, creo que la mayoría de los investigadores podrían querer reflexionar sobre cómo los problemas difíciles a veces parecían ser resueltos de repente, o una visión importante ocurría después de un sueño o un período de reflexión meditativa.
Bahá’u’lláh cita el Corán en el Libro de la Certeza:
Por tanto se ha dicho: “El conocimiento es una luz que Dios derrama sobre el corazón de quienquiera sea Su voluntad”.
Además, en la Tabla de Ornamentos, Bahá’u’lláh dice:
En este Día, todo lo que sirve para disminuir la ceguera y aumentar la visión es digno de considerarse. Esta visión actúa como agente y guía del verdadero conocimiento. En verdad, en opinión de los sabios, la sutileza del entendimiento se debe a la agudeza de la visión.
Cuando Abdu’l-Bahá visitó París durante los primeros años del siglo XX, ofreció un relato bastante positivo de las prácticas de la antigua escuela Persa Iluminati, donde, además de las conferencias estándar, se dedicaban a la reflexión meditativa silenciosa colectiva sobre diversos problemas científicos y espirituales. Terminaré esta serie de ensayos sobre espiritualidad y ciencia con los fascinantes comentarios de Abdu’l-Bahá sobre este tema:
Hace alrededor de mil años se formó en Persia una sociedad llamada la Sociedad de los Amigos, que se reunían en silenciosa comunión con el Todopoderoso. Ellos dividían la filosofía divina en dos partes: una de ellas es aquella cuyo conocimiento se puede alcanzar por medio de cursos y el estudio en escuelas y colegios. La segunda clase de filosofía era la de los Iluminados, o seguidores de la luz interior. La enseñanza de esta filosofía se hacía en silencio. Por medio de la meditación, y dirigiendo sus rostros hacia la Fuente de Luz, los misterios del Reino se reflejaban en los corazones de esta gente por medio de esa Luz central. Todos los problemas divinos eran resueltos por este poder de iluminación.
Esta Sociedad de los Amigos se desarrolló notablemente en Persia, y hasta la fecha aún existe. Sus líderes escribieron muchos libros y epístolas. Cuando se congregan en su centro de reunión se sientan calladamente y meditan; su líder inicia la sesión con alguna proposición, diciendo a la asamblea: «Debéis meditar sobre este problema.» Entonces, liberando sus mentes de cualquier otra cosa, se sientan y reflexionan y, al poco rato, la respuesta les es revelada. Mu – chas cuestiones divinas abstrusas son resueltas por medio de esta iluminación. Algunos de los grandes enigmas que se revelan por medio de los rayos del Sol de la Realidad sobre la mente del ser humano son: el problema de la realidad del espíritu humano; del nacimiento del espíritu; de su nacimiento desde este mundo al mundo de Dios; la cuestión de la vida interior del espíritu y de su destino después de su ascensión desde el cuerpo.
Ellos también meditan sobre los interrogantes científicos del momento, y éstos son resueltos del mismo modo. Estas personas, a quienes se llama «seguidores de la luz interior», alcanzan un grado superior de poder, y están enteramente libres de los ciegos dogmas e imitaciones. Las gentes confían en las aseveraciones de estos hombres: por ellos mismos, y en su interior, resuelven todos los misterios…
Bahá’u’lláh dice que hay un signo (de Dios) en cada fenómeno: el signo del intelecto es la contemplación, y el signo de la contemplación es el silencio, puesto que es imposible para una persona hacer dos cosas al mismo tiempo: no puede hablar y meditar a la vez.
Es un hecho axiomático que mientras se medita se está hablando con el propio espíritu. En tal estado mental, se hacen ciertas preguntas al espíritu y éste os contesta; la luz se abre paso y la realidad se manifiesta. No podéis aplicar la denominación de «ser humano» a cualquier ser carente de esta facultad de la meditación; sin ella, sería un simple animal, inferior a las bestias. A través de la facultad de la meditación, el ser humano alcanza la vida eterna; mediante ella recibe el soplo del Espíritu Santo; los dones del Espíritu son otorgados a través de la reflexión y la meditación. Durante la meditación, el espíritu humano es informado y fortalecido; a través de ella, cosas de las cuales éste no tenía conocimiento, se revelan ante su vista. Por medio de ella, recibe inspiración divina; gracias a ella, recibe el alimento celestial. La meditación es la llave que abre las puertas de los misterios. En ese estado, el ser humano se abstrae; en esa actitud se aísla de todos los objetos que le rodean; en este esta – do subjetivo se sumerge en el océano de la vida espiritual, y puede descubrir los secretos de las cosas en sí mismas. Para ilustrar esto, pensad en un individuo dotado con dos clases de vista: cuando usa el poder de la visión interior, el poder de la visión exterior no ve.
Esta facultad de la meditación libera al ser humano de la naturaleza animal, le hace discernir la realidad de las cosas y le pone en contacto con Dios. Esta facultad hace aparecer desde el plano invisible las ciencias y las artes.
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