Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Las pruebas y las dificultades que enfrentamos marcan la historia de nuestra vida. Mientras pasamos por aquellas dificultades, es difícil ver algún propósito mayor en estas.
Pero cuando las vemos en retrospectiva, a menudo podemos ver que los desafíos que enfrentamos se convierten en los catalizadores de nuestro crecimiento espiritual. Independientemente de qué tan grande sea el desafío, todas las dificultades ponen a prueba los límites de nuestras habilidades espirituales y nos ofrecen la oportunidad de progresar de un nivel de desarrollo a otro.
Algunos problemas parecen simples y fáciles de tratar, mientras que otros permanecen sin resolver y nos visitan repetidamente a lo largo de nuestras vidas. Algunos problemas más grandes parecen endémicos, tan grandes que pueden extenderse por varias generaciones y no pueden resolverse en una sola vida o por una sola persona. Otras dificultades se sienten diseñadas especialmente para nosotros, con el único propósito de mejorar nuestro carácter.
Sin importar el tipo de dificultades que experimentemos, es útil darnos cuenta de que aprendemos algunas de las lecciones más valiosas de la vida principalmente de los esfuerzos que hacemos, y no necesariamente del resultado inmediato de los eventos que nos rodean. No estamos solos en este mundo, y el resultado de las cosas a menudo está fuera de nuestro control. Sin embargo, nuestra disposición a enfrentar los desafíos y aprender de ellos puede ser un factor esencial en nuestro crecimiento espiritual. Este tema aparece una y otra vez en las escrituras bahá’ís:
Las personas que no sufren no alcanzan la perfección. La planta más podada por los jardineros es la que, al llegar el verano, tendrá los capullos más bellos y los frutos más abundantes. – Abdu’l-Bahá, La Sabiduría de Abdu’l-Bahá, pág. 70.
Muchas veces nos preguntamos por qué debemos sufrir, preguntándonos si es que hay alguna sabiduría detrás de ello. Puede ser muy difícil ver el sufrimiento como algo más que una dura experiencia, y mucho menos como el mejor medio por el cual podemos crecer y mejorar espiritualmente. Inicialmente, tal visión puede parecernos algo masoquista. Sin embargo, si lo pensamos bien, es fácil ver que así como el árbol más podado por el jardinero crece mejor y produce la mayoría de los frutos, las pruebas y las dificultades nos ayudan a mejorar espiritualmente. Las enseñanzas bahá’ís dicen:
«La mente y el espíritu del ser humano avanzan cuando es probado por el sufrimiento. Cuanto más se are la tierra mejor crecerá la semilla y tanto mejor será la cosecha. Así como el arado surca la tierra profundamente, limpiándola de cardos y malezas, del mismo modo el sufrimiento y la tribulación liberan al ser humano de las mezquindades de esta vida mundana, hasta que alcanza un estado de completo desprendimiento. Su actitud en este mundo será de divina felicidad. El ser humano es, por así decirlo, inmaduro; el calor del fuego del sufrimiento lo madurará. Fijaros en el pasado y descubriréis que las personas más notables son las que más sufrieron. – Ibid, pág. 217.
El sufrimiento tiene un propósito espiritual. Al entenderla como una experiencia de la cual aprender y crecer, nos convertimos en mejores seres humanos. Sin embargo, es reconfortante saber que Dios nunca cargará a un alma más allá de su capacidad de soportar. Los escritos bahá’ís nos dicen que Dios:
Él nunca procederá injustamente con nadie, ni tampoco señalará a las almas una tarea superior a sus capacidades. Él es ciertamente el Compasivo, el Todo Misericordioso. – Bahá’u’lláh, Selecciones de los Escritos de Bahá’u’lláh, pág. 55.
Si te llegare la prosperidad no te regocijes, si te sobreviniese la humillación no te acongojes, pues ambas pasarán y dejarán de ser. – Bahá’u’lláh, Las Palabras Ocultas, pág. 16.
No os apenéis si, en estos días y en este plano terrenal, cosas contrarias a vuestros deseos han sido ordenadas y manifiestas por Dios, porque días de inmensa alegría, de delicia celestial, hay de seguro en abundancia para vosotros. – Bahá’u’lláh, Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh, pág. 173.
Nos volvemos más fuertes y más sabios a través de dos medios muy relacionados entre sí: las pruebas y el error personal, y la observación de las pruebas y los errores de otras personas. En ambos casos aprendemos no solo de los éxitos sino también de los errores.
Los errores pueden ser experiencias dolorosas, pero también son educadores muy efectivos. Este hecho a menudo se pasa por alto en una sociedad que pone demasiado énfasis en el valor del éxito material. Nuestro deseo por este tipo de éxito, como nuestra creencia en la búsqueda de la felicidad, no son erróneos en sí mismos, pero puede distraernos fácilmente del propósito principal de la vida. Tratar con las dificultades que se nos presentan es mucho más beneficioso espiritualmente que luchar por alcanzar el tipo de éxito que se mide en prestigio, poder o riqueza. Por su naturaleza, el prestigio, el poder y la riqueza son medidas relativas que nos obligan a comparar lo que tenemos con lo que tienen los demás. En sí mismas no hay nada de malo con estas cosas, a menos que se interpongan entre nosotros y Dios. Pero tener más fama, más influencia y más dinero que otros puede convertirse fácilmente en el objetivo de nuestra vida. Cuando esto sucede, tendemos a tratar a los demás de manera competitiva y el resolver problemas se vuelve en un medio para obtener ganancias personales y materiales:
No te acongojes por las aflicciones y calamidades que te han sobrevenido. Todas las calamidades y aflicciones han sido creadas para que el hombre desprecie este mundo mortal, que es un mundo al cual está muy apegado… Cuando experimenta severas pruebas y penalidades, su naturaleza siente rechazo y desea el dominio eterno, que es un dominio purificado de todas las aflicciones y calamidades.- Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 179.
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