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¿Cómo se llega al cielo?

Radiance Talley | Feb 11, 2021

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Radiance Talley | Feb 11, 2021

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Puertas perladas, grandes arpas y un reino que flota en el cielo: gracias a las pinturas de los antiguos maestros y a las películas de Hollywood, esas cosas simbolizan el cielo para la mayoría de la gente. Hasta podríamos imaginar que la voz de Morgan Freeman es como suena la voz de Dios.

Pero el cielo no es solo un lugar ficticio en el arte y las películas: la mayoría de los estadounidenses cree que existe. Una encuesta del Pew Research Center de 2015 reveló que el 72% de los estadounidenses cree en el cielo. En la encuesta, Pew definió el cielo como un lugar «donde las personas que han llevado una buena vida son recompensadas eternamente». Esa es una idea bastante común del cielo, y es lo que se le enseña a la mayoría de las personas a lo largo de su experiencia religiosa o espiritual. Pero, ¿es eso lo que realmente es el cielo y, si es así, cómo llegamos a él?

¿Qué es el cielo?

A menudo se piensa en el cielo como un majestuoso lugar físico e inmóvil donde todas las personas que han llevado una vida «buena» pueden relajarse y disfrutar. Pero los bahá’ís creen que el más allá «no es un lugar físico sino que está más allá del tiempo y el espacio».

Solo nuestros cuerpos físicos están confinados en lugares pequeños y con limitaciones de tiempo. Nuestras mentes y espíritus pueden, como dicen los escritos bahá’ís, “recorren todos los países y regiones, e incluso la ilimitada extensión de los cielos; abarcan toda la existencia y hacen descubrimientos en las esferas superiores y en la inmensa infinitud del universo. Esto se debe a que el espíritu no ocupa lugar: es una realidad fuera del espacio, y para el espíritu, la tierra y el cielo son lo mismo, ya que hace descubrimientos en ambos”.

Abdu’l-Bahá, el intérprete autorizado de los escritos bahá’ís y el hijo de Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, habló y escribió sobre el cielo. Dijo que el reino de Dios, o el cielo, “Es un dominio espiritual, un mundo divino, y es la sede de la soberanía del Señor todopoderoso. Está muy por encima de los cuerpos y de todo lo que es físico, y libre de las vanas conjeturas de los seres humanos”.

Por lo tanto, los detalles de la vida después de la muerte están más allá de lo que podemos concebir o comprender. Pero los bahá’ís creen que el crecimiento y el progreso espirituales son posibles después de la muerte. Bahá’u’lláh escribió:

Sabe tú ciertamente que el alma después de su separación del cuerpo, continuará progresando hasta que alcance la presencia de Dios, en un estado y condición que ni la revolución de las edades y siglos, ni los cambios o azares de este mundo pueden alterar. Perdurará tanto como el Reino de Dios, su soberanía, su dominio y fuerza perduren.

¿Cómo llegamos al Cielo?

Los escritos bahá’ís dicen que, comparada con la eternidad, esta vida que experimentamos ahora es como «una sombra que se desvanece más rápido que un abrir y cerrar de ojos». Y sin embargo, tendemos a gastar la mayor parte de nuestros pensamientos, energía y tiempo centrados en nuestra actual existencia temporal. Ocuparnos de nuestras responsabilidades en esta vida es esencial, pero ¿cómo planificar también el viaje eterno de nuestra alma y asegurarnos de que estamos construyendo los hábitos espirituales, los objetivos y las búsquedas necesarias para ayudarnos a «llegar al cielo»?

Cuando se le preguntó sobre «la vida eterna y la entrada en el Reino», Abdu’l-Bahá respondió “La entrada al Reino se logra mediante el amor a Dios, el desprendimiento, la santidad y la virtud, la veracidad y la pureza, la constancia y la fidelidad, y la abnegación”.

Este amor a Dios nos ayuda a ser firmes en la adhesión a los principios espirituales y nos inspira a amar y servir a la humanidad.

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Los bahá’ís creen que el propósito de la vida es adquirir virtudes -cualidades y comportamientos espirituales- y en la Fe bahá’í, «la veracidad es la base de todas las virtudes humanas».

Los escritos bahá’ís también dicen, “Sin la veracidad todo el progreso y el éxito en todos los mundos son imposibles para el alma. Cuando este bendito atributo se establezca en el hombre, todas las demás cualidades divinas se realizarán también”.

Es este esfuerzo diario y persistente por ser una persona honesta y vivir una vida honesta lo que nos permite practicar otras virtudes -bondad, justicia, desprendimiento y fidelidad, por ejemplo- que necesitamos en el otro mundo.

Los escritos bahá’ís también hacen hincapié en dedicar nuestras vidas al servicio de la humanidad. Mientras nos esforzamos por contribuir y transformar la sociedad, también podemos esforzarnos por transformar nuestra vida interior y nuestro carácter.

Durante los últimos 3.000 años, los Diez Mandamientos han sido la columna vertebral espiritual de la sociedad, una guía para vivir nuestras vidas y desarrollar las virtudes. Seguir estos principios espirituales sigue encaminándonos hacia una mejor preparación para la vida después de la muerte. De hecho, la Fe bahá’í afirma los Diez Mandamientos al tiempo que amplía su alcance y aclara su significado.

Pero Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe bahá’í, también escribió que las herramientas que necesitamos para nuestro crecimiento espiritual son “la rectitud de conducta, el sentido perdurable de justicia igualitaria”, liberarnos del “crecimiento canceroso del prejuicio racial” y “una vida virtuosa, pura y santificada”.

Podríamos tener la tentación de pensar que si simplemente evitamos comportamientos como la infidelidad o el robo, entonces iremos al cielo. Pero quizá no consideremos que dedicar nuestra vida a eliminar los prejuicios raciales en nuestra vida personal, en nuestra familia, lugar de trabajo y comunidad, nos ayuda a desarrollar las cualidades y virtudes espirituales necesarias en la otra vida.

Como escribió Bahá’u’lláh: “Bendita es el alma que en la hora de su separación del cuerpo esté purificada de las vanas imaginaciones de los pueblos del mundo. Tal alma vive y se mueve de acuerdo con la Voluntad de su Creador y entra al más elevado Paraíso. Las doncellas del cielo, habitantes de las más sublimes mansiones, la rodearán y los profetas de Dios y sus escogidos buscarán su compañía. Esta alma conversará con ellos libremente, y les contará lo que ha tenido que soportar en el sendero de Dios, el Señor de todos los mundos”.

Cada uno de nosotros puede hacer todo lo posible para que, cuando los ángeles y profetas de los que escribió Bahá’u’lláh nos rodeen y nos pregunten qué hemos hecho al final de este viaje físico, tengamos historias dignas que contarles.

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Por supuesto, no hay garantías en cuanto a lo que le sucede a nuestra alma después de morir – no hay una fórmula mágica a seguir que nos asegure que «llegaremos al cielo». Pero los bahá’ís creen que «las palabras santas y las acciones puras y buenas ascienden al cielo de gloria celestial». Así pues, todo lo que hagamos aquí en este mundo influirá ciertamente en nuestro estado espiritual, habilidades y logros en el otro mundo.

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