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Espiritualidad

Cómo luché contra mi ego para encontrar mi alma

Yasmin Roshanian | Ago 13, 2020

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Yasmin Roshanian | Ago 13, 2020

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Durante el último año, sentí que había llegado a un punto muerto en mi vida. Solía comparar mi vida con un árbol robusto, construido sobre las raíces del trabajo duro y la tenacidad. Pero sus ramas comenzaron a debilitarse y a caer, sus hojas se marchitaron demasiado, y luego murieron.

Había llegado a una encrucijada en mi carrera, mi entorno y mi espiritualidad. La vida que tan cuidadosamente había intentado construir para mí misma se deshizo repentinamente, y un proyecto en el que había trabajado durante cuatro años de forma constante dio resultados decepcionantes.

Empecé a orar seriamente, preguntándole a Dios por qué estaba siendo tan probada en casi todas las áreas de mi vida. Mi relación con el Creador se convirtió en una relación de hostilidad y confusión. Mis oraciones se sentían ignoradas, el curso de los acontecimientos a menudo se manifestaba en algo que no quería, o contra lo que había orado ardientemente. Me desilusioné, culpando a Dios por mis pruebas.

«Finalmente me di cuenta, después de un año de transiciones y dificultades, que la magnitud de mis pruebas vivía en mi propio ego»

En los momentos de dolor, podemos volvernos casi imprudentes en nuestra pena. Nos sentimos incompletos y desorientados, con una pérdida total de control. Nos cuesta articular las capas de nuestra tristeza, nos sentimos abatidos y perdidos. Cuando llegué a ese punto, sin embargo, con un alarmante reconocimiento, me di cuenta de que había culpado a Dios por mis propios errores. Aún más alarmante, reconocí el alcance de mis propios errores.

Finalmente me di cuenta, después de un año de transiciones y dificultades, que la magnitud de mis pruebas vivía en mi propio ego. Las había creado yo misma. Seguí una cierta trayectoria profesional no solo porque encarnaba una pasión, sino porque buscaba una validación externa.

Como perfeccionista, dediqué toda mi juventud a sobresalir académicamente, recogiendo elogios y aprobación con una necesidad embelesada. Este búsqueda de elogio y aprobación resurgió cuando comencé a tambalearme, deseando que alguien o algo me dijera que era maravillosa; que era capaz; que estaba en una trayectoria de éxito. Este deseo de aprobación estaba destinado a llenar un vacío significativo en mí, ya que yo misma no me sentía nada maravillosa. No me sentía capaz. Solo me sentía fracasada, con una decepción hirviente dentro de mí. En lugar de buscar la aprobación de Dios, había operado bajo la suposición de que mi mérito provenía de los elogios de la sociedad.

Muchos de nosotros vivimos en una realidad comercial que reemplaza la verdadera alegría y satisfacción por el valor monetario. En ese ambiente materialista, se nos hace fácil nutrir nuestro esqueleto externo y nuestra vida material, olvidando fomentar las cualidades espirituales que realmente nos fortalecen. Estas cualidades internas nos validan a los ojos de Dios. No nos definimos por lo que hacemos, o la riqueza que adquirimos, o las cuidadosas imágenes de nosotros mismos que seleccionamos para una audiencia. Estamos definidos por lo que somos, y por las virtudes espirituales que nos animan y nos hacen auténticos – la paciencia, la bondad, nuestra capacidad de irradiar compasión y humildad. Del mismo modo, nuestra espiritualidad solo puede ser nutrida a través del refinamiento de estas cualidades. Las enseñanzas bahá’ís dicen:

Las pruebas son favores de Dios, por lo que debemos estarle agradecidos. Las penas y las desgracias n o nos vienen por casualidad; la Misericordia Divina nos las envía para nuestro perfeccionamiento. – Abdu’l-Bahá, La sabiduría de Abdu’l-Bahá.

Encarnar estas virtudes solo en momentos de comodidad hace poco para elevar nuestra estación espiritual. Es tan fácil mantenerse firme y confiado en Dios cuando nuestra visión del mundo no es alterada o desafiada. No cuestionamos a Dios cuando permanecemos ignorantes, porque nos sentimos satisfechos. Pero una vez que nuestras creencias y nuestra satisfacción son desafiadas o desmanteladas, nos vemos obligados a enfrentarnos a nosotros mismos, enfrentando las ataduras internas que disminuyen nuestra luz.

Cuando le preguntamos a Dios por qué y cómo, se nos pide que nos evaluemos, que miremos hacia dentro y reconciliemos lo que encontramos allí. Se nos pide que podemos esas experiencias y esas cualidades menores que nos han dejado entumecidos, para superar nuestros egos y nuestros apegos poco saludables en el proceso. De esta manera, entonces, la voluntad de Dios se revela. Se abre y revela a través de los destellos de nuestras debilidades; las grietas y fisuras de nuestros defectos, y en última instancia, el rechazo a enfrentar nuestras imperfecciones. La Voluntad de Dios se impone solo cuando trabajamos en conjunto con nuestro Creador. No le corresponde a Dios acelerar nuestro crecimiento, o aliviar nuestras incomodidades, sino que nos hace responsables, evaluando diligentemente nuestras acciones.

Cuando empecé a desentrañar las diversas facetas de mis ansiedades y mi sofocante perfeccionismo, preguntándome de dónde venía esta necesidad de obtener validación, me pregunté cómo podría evolucionar más allá de ellas. Continué orando y meditando, pero vi que las realidades de mis tribulaciones solo se manifestaban a través de mis acciones. Mientras que una acción necesaria para mi bienestar implicaba el uso continuo de terapia, la otra se convertía en una conciencia espiritual consagrada. Cuando cambié mi enfoque y mis esfuerzos, una nueva comprensión surgió, me pregunté qué significaba realmente vivir una vida fructífera. En última instancia, las enseñanzas bahá’ís nos dicen que vivimos para ayudar a los demás, agudizando esos lazos de comunidad a nuestro alrededor. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, escribió: «Preocupaos fervientemente de las necesidades de la edad en que vivís y centrad vuestras deliberaciones en sus exigencias y requerimientos».Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh.

He servido activamente a las comunidades que me rodean, pero en mis momentos de profundo odio a mí misma y miseria, me obligué a desprenderme de mí misma tratando de responder a las necesidades de los demás. Solo cuando me comprometí a ayudar al grupo juvenil de mi vecindario o respondí activamente a las necesidades de mi comunidad local y mi comunidad bahá’í, empecé a olvidarme de mí misma.

Como resultado, mi conciencia se elevó, mi espiritualidad se profundizó y una mayor conciencia de mis defectos me dio la oportunidad de purificarlos. Aprendí que debemos, en todo momento, esforzarnos por elevar nuestras capacidades espirituales. A menudo, esto significa hacerme estas preguntas difíciles: ¿Cuáles son esas cualidades y esos hábitos que me alejan de Dios? Si soy consciente de ellas, ¿por qué estoy apegada a ellas? Si me siento demasiado aferrada a mis errores, ¿no debería intentar ajustarlos, humillándome ante Dios?

«La mente y el espíritu del ser humano avanzan cuando es probado por el sufrimiento. Cuanto más se are la tierra mejor crecerá la semilla y tanto mejor será la cosecha. Así como el arado surca la tierra profundamente, limpiándola de cardos y malezas, del mismo modo el sufrimiento y la tribulación liberan al ser humano de las mezquindades de esta vida mundana, hasta que alcanza un estado de completo desprendimiento. Su actitud en este mundo será de divina felicidad. El ser humano es, por así decirlo, inmaduro; el calor del fuego del sufrimiento lo madurará. Fijaros en el pasado y descubriréis que las personas más notables son las que más su frieron”. – La sabiduría de Abdu’l-Bahá.

Solo a través de nuestras pruebas y nuestras penas se imponen estas preguntas, y a pesar de mi reciente angustia, estoy agradecida por los destellos de verdad que me enseñaron. Me siento humilde por haber tenido la oportunidad de hacerme estas preguntas, las cuales crearon un período de profunda auto-reflexión. Aunque es importante la excelencia en una vocación, ahora entiendo que mis esfuerzos en todas las cosas deben fluir a través de la vena de la humildad. Solo cuando vivimos una vida fuera de nosotros mismos encontramos la verdadera satisfacción. Las seguridades de la carrera, la riqueza y la prosperidad pueden ser dolorosamente fugaces – solo Dios es eterno, y solo el servicio a Él nos da la corona de la verdadera alegría.

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