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¿Cómo medir la verdadera prosperidad?

Abdu'l-Missagh Ghadirian | Ago 26, 2018

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Abdu'l-Missagh Ghadirian | Ago 26, 2018

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Desde épocas muy antiguas, las personas tradicionalmente han producido bienes para satisfacer sus necesidades. Hoy en día, eso ha cambiado, ahora solemos confundir nuestras necesidades con nuestros deseos.

Después de la Revolución Industrial, el progreso de la tecnología y la difusión del consumismo han afectado las actitudes y la mentalidad de las personas. Sus necesidades han sido explotadas para crear una sensación de deseo y anhelo de bienes que a menudo no necesitamos, hasta el punto en que las personas ahora esperan que se satisfagan no solo sus necesidades sino también sus deseos.

Este cambio en el paradigma y el cambio de conciencia de las necesidades a los deseos se ha convertido en un hábito cultural, lo que tiene como consecuencia el desarrollo de poblaciones enteras que tienen todo lo que quieren, pero no necesariamente lo que necesitan. En otras palabras, no están contentos.

Un viejo proverbio español dice «Ya que no podemos obtener lo que nos gusta, hagamos que nos guste lo que obtenemos».

¿Pueden el dinero y la riqueza traer felicidad? ¿Estaríamos verdaderamente satisfechos si es que tuviésemos todo lo que queremos? Los escritos bahá’ís nos dicen que:

“La riqueza es digna de elogio en máximo grado, si la persona la adquiere por su propio esfuerzo y por la gracia de Dios, mediante el comercio, la agricultura, las artes e industrias, y si es dedicada a propósitos altruistas. – Abdu’l-Bahá, El Secreto de la Civilización Divina, p. 18.

Sin embargo, si la felicidad se percibe como una mercancía o un objeto que uno puede poseer o consumir, dicha acumulación y dependencia excesiva de la riqueza puede convertirse en un velo entre el individuo y su Creador.

De hecho, la investigación actual ha encontrado que el dinero no siempre trae felicidad. El resultado de esta desconexión espiritual es el actual descontento desenfrenado. A pesar de que las personas están aparentemente bien desde el punto de vista material, por dentro no son felices y sufren de una alta depresión prevaleciente. Perciben un vacío o sed interior que nada puede satisfacer. Este vacío existencial, básicamente un fenómeno espiritual, se ha vuelto casi universal en nuestras culturas materialistas. Por lo tanto, en nuestra búsqueda de satisfacción, todos requerimos un equilibrio entre la realización material y espiritual.

A nivel de sociedad, esta situación se manifiesta en la disparidad entre ricos y pobres; situación que, según las enseñanzas bahá’ís, ha alcanzado actualmente un nivel de crisis de grandes proporciones:

“Hoy día, todos los pueblos del mundo están entregados a su propio provecho y dedican el máximo de su esfuerzo y empeño a la promoción de sus intereses materiales. Se adoran a sí mismos y no a la realidad divina ni al mundo de la humanidad.”- Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, p.  79.

El New York Times informó recientemente que a nivel mundial desechamos alrededor de 1.300 millones de toneladas de alimentos cada año, lo que constituye un tercio de todos los alimentos que consume el mundo. – Somini Sengupta, 12 de diciembre de 2017. Este enorme desperdicio de alimentos también contribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, los informes sobre los alimentos descartados muestran que, especialmente en los Estados Unidos y Canadá, aproximadamente el 40 por ciento de los alimentos desechados son desechados por los mismos consumidores.

La comida desperdiciada por las naciones ricas podría mitigar el hambre, la enfermedad y la desesperación de millones de personas en otros países del mundo.

En marcado contraste con este estilo de vida derrochador, la difícil situación de las poblaciones pobres -como se refleja en un informe sobre pobreza global y disparidad económica entre pobres y ricos- encontró que el 40% más pobre de la población mundial representa solo el 5% del ingreso mundial; mientras que el 20% más rico del mundo representa el 75% de él. Casi la mitad de la población mundial vive con menos de US $ 2 por día. Según UNICEF, entre 26,500 y 30,000 niños mueren cada día como resultado de la pobreza. Mueren sin mucho asombro en algunos de los pueblos más pobres de la tierra. – UNICEF, Estados de los niños del mundo, 2008, p. 1.

Casi la mitad de la población de los países en desarrollo padece de problemas de salud causados por la falta de agua potable y un saneamiento adecuado. Cada año, 350-500 millones de personas sufren de malaria. Alrededor del 90% de estas muertes causadas por la malaria se producen en África, mientras que los niños representan el 80% de estas muertes en todo el mundo. De los 2.200 millones de niños en el mundo, mil millones viven en la pobreza.

Podemos evitar este sufrimiento y la muerte ocasionadas por la pobreza, ahora. Tenemos los medios y el conocimiento necesarios para terminar con esta. El siguiente informe de globalissues.org demuestra el grado de disparidad económica entre las personas ricas y pobres en el mundo. Las cifras indicadas están en miles de millones de dólares estadounidenses por año:

Cosméticos en los Estados Unidos: 8

Helado en Europa: 11

Perfume en Europa y Estados Unidos: 12

Alimentos para mascotas en Europa y Estados Unidos: 17

Total $ 48 mil millones

Por otro lado, se estima que el costo del acceso a los servicios sociales básicos en los países en desarrollo durante el mismo período habría sido el siguiente:

Educación básica para todos: 6

Agua y saneamiento para todos: 9

Salud reproductiva para todas las mujeres: 12

Salud básica y nutrición: 13

Total $ 40 mil millones

Como señalé en mi libro “El Materialismo”, los gastos reales combinados para solo tres ítems de la primera lista (helados, perfumes y alimentos para mascotas en Europa y Estados Unidos) hubieran sido suficientes para financiar las cuatro prioridades mundiales en la segunda lista. – pp. 121-123. El Programa Mundial de Alimentos dice:

Todos los días, demasiados hombres y mujeres de todo el mundo luchan por alimentar a sus hijos con una comida nutritiva. En un mundo en el que producimos alimentos suficientes para alimentar a todos, 815 millones de personas, es decir uno de cada nueve, aún se acuestan con el estómago vacío cada noche. Aún más, uno de cada tres sufre de algún tipo de desnutrición. – www.wfp.org

A la luz de las estadísticas anteriores y junto con el principio bahá’í para que la humanidad elimine los extremos de riqueza y pobreza, es importante darse cuenta de que:

“Pero si las condiciones son tales que, algunos son felices y confortables y otros viven en la miseria; si algunos están acumulando exorbitantes riquezas, mientras que otros se encuentran en continua necesidad, bajo tal sistema es imposible para el hombre conseguir la felicidad o ganar la Buena Voluntad de Dios”. – Abdu’l-Bahá, Fundamentos de la Unidad Mundial, p. 45

El verdadero significado de la prosperidad en relación con la riqueza necesita ser redefinido. La verdadera prosperidad, desde la perspectiva bahá’í, se basa en la justicia social, la reciprocidad y la equidad. Requiere el bienestar de todos los miembros de la sociedad.

Para llevar a la realidad esta visión de una nueva sociedad, todos debemos adoptar una nueva actitud hacia la adquisición y el uso de la riqueza: practicar la moderación y reflexionar sobre el verdadero propósito de nuestro viaje de vida en este planeta. Las enseñanzas bahá’ís nos advierten que si seguimos siendo egoístas y apegados a la riqueza y olvidadizos de Dios, podemos convertirnos en «cautivos de la naturaleza y del mundo de los sentidos«. Ibíd., p. 303. En cambio, tenemos que entender que la prosperidad no se produce únicamente mediante la adquisición de riqueza y bienestar material, que, como escribió la Casa Universal de Justicia en 2013, «la verdadera prosperidad es el fruto de una coherencia dinámica entre los requisitos materiales y espirituales de la vida«.

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