Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Cómo podemos realmente prevenir el crimen? Es decir, ¿cómo podemos lograr un cambio en el corazón y la mente de las personas que les impida cometer delitos en primer lugar?
Simplemente esperar lo mejor no lo logrará nada. La mejor educación no siempre funciona, ni la mejor crianza de los hijos. En demasiados casos, ni siquiera la amenaza de un castigo severo funciona.
Cada uno de los gobiernos del mundo, desde el local, el regional y el nacional, intenta con leyes de represalia impedir que sus ciudadanos cometan crímenes, empleando castigos que van desde leves a severos hasta la muerte. Los sistemas de justicia de demasiados países castigan a los pobres y eximen a los privilegiados. Para muchas personas que cuentan con asesoría legal efectiva y de alto costo, los castigos penales parecen ser una posibilidad muy remota.
Las cárceles y prisiones abundan. Desde las cárceles municipales hasta las grandes cárceles de condado, pasando por las cárceles estatales y luego las cárceles federales aquí en los Estados Unidos, la Iniciativa de Política Penitenciaria estima que nuestro país encarcela ahora a 2.298.300 personas de una población de 324,2 millones. Esto significa que casi el uno por ciento de la población de Estados Unidos mira al mundo tras las rejas. Ningún otro país del mundo encarcela a un porcentaje tan alto de sus ciudadanos – Estados Unidos, con el 4,4% de la población mundial, encarcela al 22% de los presos del mundo, la gran mayoría de ellos pobres o gente de color.
Pero este encarcelamiento masivo sólo cuenta una pequeña parte de la historia. Junto con los millones de personas tras las rejas, el Buró de Justicia de Estados Unidos informa que en un momento dado casi 5 millones de adultos adicionales están bajo alguna forma de «supervisión comunitaria»: libertad condicional, libertad vigilada o servicio comunitario forzado. La sociedad estadounidense utiliza las sentencias de prisión, la libertad condicional y el servicio comunitario para obligar a los delincuentes a expiar sus actos indecorosos o ilegales a un ritmo más elevado que en cualquier otro país de la Tierra.
Lo ideal sería que el castigo rehabilitara al delincuente, pero en nuestro sistema eso no sucede con mucha frecuencia. Una vez que una persona ha cumplido su tiempo en «el sistema», es probable que esta regrese nuevamente. A eso se le llama reincidencia, y la Oficina de Estadísticas de Justicia de los Estados Unidos informa, en un estudio de 405.000 presos en 30 estados realizado en 2005, que el 77% de los antiguos presos fueron arrestados de nuevo dentro de los cinco años siguientes a su liberación.
Según insisten algunos, es más fácil convertir el plomo en oro antes que cambiar la intención criminal una vez que una persona considera la posibilidad de cometer un delito.
Entonces, ¿cómo cambiamos aquella consideración en sí misma? ¿Cómo impacta una sociedad en la motivación del individuo para hacer algo ilegal o para actuar de manera reprobable? ¿O realizar una cosa no ética? ¿O una cosa hiriente? ¿Cómo convencen las civilizaciones a sus poblaciones para que actúen de manera civilizada?
Las enseñanzas bahá’ís ofrecen respuestas a esas importantes preguntas:
Las comunidades deben castigar al opresor, al homicida, al malhechor, a fin de advertir y evitar que otros cometan los mismos crímenes. No obstante, lo más esencial es que las gentes sean educadas de manera que no lleguen a cometer delito alguno. Pues es posible educarlas tan eficazmente que no sólo logren abstenerse de perpetrar delito alguno, sino que conciban el crimen en sí mismo como el mayor de los tormentos, castigos y condenas. Sobre esta premisa no se cometería delito que precisara castigo.
Día y noche las sociedades se dedican a elaborar leyes penales así como a preparar y organizar los instrumentos y medios de castigo. Construyen prisiones, fabrican cadenas y grillos, escogen lugares de exilio y destierro, y diferentes clases de penalidades y torturas, creyendo que por estos medios disciplinarán a los criminales, siendo así que en realidad lo que hacen es destruirles la moral y provocar la perversión de su carácter. La comunidad, por el contrario, debería empeñarse y esforzarse día y noche, con el mayor celo y energía, por llevar adelante la educación de los hombres, para que ese celo sea la causa de que progresen cada día más, mejoren en ciencia y conocimiento, adquieran virtudes y buena moral, y eviten los vicios a fin de que no se cometan delitos. En la actualidad prevalece lo contrario, la comunidad siempre piensa en imponer leyes penales, preparar medios correctivos, instrumentos de muerte y castigo, lugares de encarcelamiento y destierro; para al final quedarse a la espera de que se cometan los delitos. Nada podría ser más contraproducente. – Abdu’l-Bahá, Contestación a unas preguntas, pág. 324.
¿Qué puede cambiar estas inclinaciones y políticas de parte de los individuos, instituciones y gobiernos?
Las estadísticas demuestran que una población educada tiene generalmente una tasa de criminalidad más baja. Pero la escolarización académica formal no es el único tipo de educación que los escritos bahá’ís recomiendan – los bahá’ís también hacen hincapié en la educación moral y espiritual:
…Pero si la sociedad se esforzara por educar a las gentes, el conocimiento y las ciencias se incrementarían constantemente, el entendimiento se ensancharía, la sensibilidad se desarrollaría, las costumbres mejorarían y la moral se normalizaría; en una palabra, habría progreso en todas estas clases de perfecciones, y habría menos crímenes.
Está comprobado que entre los pueblos civilizados los delitos son menos frecuentes que entre los pueblos no civilizados. Por civilizados se entiende aquellos pueblos que han alcanzado la verdadera civilización, o sea la civilización divina, la que reúne en sí todas las perfecciones espirituales y materiales. Puesto que la ignorancia es la causante de los delitos, cuanto más aumente el conocimiento y las ciencias, más disminuirán los crímenes. – Ibid., pág. 327.
Las enseñanzas bahá’ís impulsan al mundo hacia una nueva visión del propósito de la humanidad y la creación, una visión de respeto y amor, una visión de esperanza hacia el futuro. En términos de los sistemas de justicia penal del mundo, los bahá’ís creen que se pueden tomar medidas prácticas para cambiar el comportamiento humano positivamente. En el ensayo final de esta serie, vamos a explorar esos pasos.
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