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Justicia

¿Cuál quieres: justicia o venganza?

David Langness | Dic 17, 2020

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David Langness | Dic 17, 2020

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¿Por qué ponemos a la gente en prisión? En la mayoría de los países donde rige un estado de derecho, las sociedades encarcelan a las personas para castigar a quienes cometen delitos, rehabilitarlos y proteger así a la sociedad en general.

Pero la verdadera razón por la que encarcelamos a los delincuentes sentenciados, según algunos expertos en encarcelamiento, es una más oscura y menos noble: la de exigir nuestra venganza emocional colectiva en nombre de las víctimas. Yo mismo he tenido alguna experiencia con esa emoción.

Hace unos años, mientras estaba en una intersección con mi familia en el carro, un joven que conducía una camioneta se estrelló contra nosotros por detrás. Se estrelló contra la parte trasera de nuestro carro, empujándonos al carro de enfrente. Ni siquiera frenó, y probablemente iba a 30 o 40 millas por hora cuando ocurrió la violenta colisión. Después de comprobar frenéticamente si mi esposa e hijos estaban heridos, por suerte, todos teníamos puestos los cinturones de seguridad y no pude detectar ninguna herida grave, salí del coche y fui a asegurarme de que los demás habían sobrevivido. Encontré al conductor que nos había atropellado sentado en su camión destrozado sonriendo y riendo, con las pupilas tan dilatadas que pude ver inmediatamente que estaba severamente drogado.

Me avergüenza decir que me puse muy furioso, y casi perdí el control. La adrenalina inundó mi sinapsis. De repente quise vengarme. Normalmente soy una persona pacífica, así que la intensidad de mis sentimientos me aturdió. Sólo mi compromiso con la no violencia como bahá’í me impidió sacar al tipo de su camión y hacerle daño. Nunca me siento así, pero en ese momento, esperaba que el tonto irresponsable sufriera en prisión por su crimen. Podría haberme matado a mí y a toda mi familia, pensé, enfurecido.

¿Alguna vez has experimentado ese tipo de emoción visceral repentina? Puede parecer una respuesta humana normal: cuando alguien nos convierte en víctimas, nos estafa, nos asalta, incluso nos hiere, a menudo sentimos una necesidad inmediata de algún tipo de justicia dura, de desquite, de venganza.

Abdu’l-Bahá señaló en «Contestación a unas preguntas» que las enseñanzas bahá’ís rechazan este razonamiento y nos llaman a todos a un estándar moral más alto y más humano:

Hay dos clases de sanción: la venganza y el castigo. El hombre no tiene derecho de vengarse; pero la comunidad sí tiene el derecho de castigar al criminal, en cuyo caso el castigo tiene por objeto advertir y evitar que ninguna otra persona se atreva a cometer un crimen similar. Dicho castigo tiene por objeto la protección de los derechos del hombre; no es una venganza, pues ésta aplaca la ira del corazón contraponiendo un mal contra otro en lo que constituye un acto carente de legitimidad. Y es que el hombre no tiene el derecho de cobrarse venganza. Por otro lado, si los criminales fueran enteramente perdonados, el orden del mundo sufriría un vuelco. De ahí que el castigo sea una de las necesidades esenciales para la seguridad de la sociedad. Mas quien sufra opresión por parte de un transgresor no tiene el derecho de cobrarse venganza. Por el contrario, debería disculpar y perdonar, puesto que ello es digno de la condición humana.

Sin embargo, los bahá’ís creen firmemente que la sociedad debe tener formas prácticas y factibles de responder a la delincuencia:

Las comunidades deben castigar al opresor, al homicida, al malhechor, a fin de advertir y evitar que otros cometan los mismos crímenes…
Pero la comunidad tiene derecho a defenderse y protegerse. Por otra parte, la comunidad no siente odio ni animosidad hacia el criminal o delincuente; lo encarcela o castiga únicamente para la protección y la seguridad de los demás. No es con el propósito de vengarse sobre el criminal, sino de imponer un castigo con que protegerse. Si la comunidad y los herederos de la víctima perdonaran y devolvieran bien por mal, las personas crueles maltratarían constantemente a las demás, y continuamente ocurrirían asesinatos. Los perversos, como lobos, exterminarían a las ovejas de Dios. En contraste, la comunidad no siente mala voluntad ni rencor al infligir un castigo, ni busca apaciguar la ira del corazón; al castigar, su intención es proteger a los demás para que no se cometan atrocidades.

¿Pero qué pasa con lo de poner la otra mejilla, como Cristo aconsejó? Abdu’l-Bahá respondió a esa pregunta cuando dijo “La continuidad de la humanidad depende de la justicia, no de la clemencia». Las enseñanzas bahá’ís dicen que, como individuos, debemos tratar de perdonar, pero como cuerpo colectivo de personas, debemos esforzarnos por administrar justicia de manera imparcial y desapasionada, con el objetivo de proteger a toda la comunidad.

Así que las enseñanzas bahá’ís tienen una perspectiva bastante práctica sobre la continuidad de la prisión, que, según parece implicar Abdu’l-Bahá, seguirá siendo una necesidad mientras persista el actual estado moral y espiritual de nuestro mundo. Sin embargo, los bahá’ís también creen que será posible en algún momento futuro, mediante la aplicación de nuevas leyes y principios espirituales, y a través de un enfoque muy diferente de la crianza de los niños y la educación moral, mejorar enormemente el estado del mundo, reducir la delincuencia y, por tanto, disminuir significativamente nuestra necesidad de encarcelamiento y prisión.

Podemos lograr esto al darnos cuenta de que dos cosas nos protegen a todos de las malas acciones: la ley y la fe.

Las leyes de una sociedad intentan castigar a los delincuentes y actúan como elemento disuasorio para otros que podrían considerar la posibilidad de cometer delitos, pero la verdadera religión va mucho más allá de lo que pueden las leyes de la civilización, con su orientación moral interna y su énfasis en la adquisición de virtudes humanas como el amor, la justicia, la bondad, la paz, la abnegación y la preocupación y el respeto por los demás. La verdadera religión habla de la realidad interior, la conciencia y el alma de cada creyente y, como escribió Abdu’l-Bahá, por consiguiente, ejerce una enorme influencia en el comportamiento de las personas:

Observa entonces cuán amplia es la diferencia entre la civilización material y la divina. Por la fuerza y mediante castigos la civilización material pretende disuadir a la gente de hacer el mal, de infligir daño a la sociedad y de cometer crímenes. Pero en una civilización divina, el individuo está condicionado de tal forma que sin temor al castigo, evitará la perpetración de crímenes, ve en el crimen el más severo de los tormentos y con presteza y alegría se dispone a adquirir las virtudes de la humanidad, a promover el progreso humano, y a esparcir luz a través del mundo.

¿Y qué pasó con ese conductor drogado hasta las nubes? La policía vino y los dejé para que se ocuparan de él, esa es una de las grandes ventajas de vivir en una sociedad que opera dentro del estado de derecho en vez de la venganza o la violencia. Por suerte, los principios de mi fe me impidieron tratar de vengar personalmente lo que hizo, porque buscar venganza sólo habría agravado el acto original en lugar de resolver algo, y porque probablemente habríamos terminado en la misma celda. Gracias, Bahá’u’lláh.

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