Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Cuando realmente queremos acercarnos a Dios, dedicamos más tiempo a la oración y la alabanza, pero ¿qué pasa con todo el tiempo que pasamos trabajando?
Históricamente, los actos de devoción han llevado a muchos buscadores espirituales a una vida de monacato o reclusión, de completo desapego del mundo material. Los bahá’ís, por otro lado, buscan vivir una vida espiritual en ese mundo real. Junto con la oración, las enseñanzas bahá’ís dicen que el trabajo en sí mismo también puede calificarse como un acto de amor, devoción y adoración. Bahá’u’lláh escribió:
A cada uno de vosotros se os ordena que os dediquéis a alguna forma de ocupación, como un oficio, un arte y otras similares. Nosotros hemos exaltado misericordiosamente vuestro trabajo al rango de la adoración a Dios, el Verdadero. Ponderad en vuestros corazones acerca de la clemencia y las bendiciones de Dios y dadle gracias al atardecer y al amanecer.
Aquí, Bahá’u’lláh pinta un retrato diferente de una vida espiritual que la que siempre hemos imaginado en el pasado; una en la que el creyente no vive una vida puramente pasiva de oración y meditación, sino una vida activa de trabajo y servicio a la humanidad. Por supuesto, él o ella también tiene tiempo para reflexionar y orar, pero ahora puede darse cuenta de los frutos de esta soledad en cada acción.
Así que, si el trabajo es una forma de devoción, ¿consideran las enseñanzas bahá’ís cualquier tipo de trabajo como una adoración? Yo diría que la mayoría de las formas de trabajo son adoración porque añaden algún tipo de beneficio al mundo. Entonces al dedicar nuestro tiempo a estas cosas, contribuimos a otros. Cuando un panadero hornea el pan, le da a la gente el sustento, y eso puede ser un servicio amable a los demás. Pero nuestro esfuerzo e intención espiritual en nuestro trabajo también marcan la diferencia. ‘Abdu’l-Bahá dice:
En la Causa Bahá’í, las artes, las ciencias y todos los oficios son [considerados como] adoración. La persona que fabrica un pedazo de papel con toda la habilidad de que es capaz, concienzudamente, concentrando sus fuerzas en perfeccionarlo, está alabando a Dios. En pocas palabras, todo esfuerzo y dedicación realizados por una persona con todo su corazón, es adoración, si están inspirados en motivos elevados y el deseo de servir a la humanidad. Esto es adoración: servir a la humanidad y proveer las necesidades de las gentes. El servicio es oración. Un médico atendiendo a los enfermos cariñosa, tiernamente, libre de prejuicios y creyendo en la solidaridad de la raza humana, está ofreciendo alabanzas.
Si el trabajo es adoración, entonces, todos deberíamos trabajar. Pero eso no significa que debamos trabajar todo el tiempo. El trabajo representa una faceta de nuestras vidas, y tenemos otros roles y responsabilidades que debemos cuidar y a los que también debemos dedicar tiempo. A muchas personas les resulta demasiado fácil dedicar todo su tiempo y energía a una profesión, y dejan muy poco para sus familias, amigos y comunidades. El equilibrio y la moderación, según las enseñanzas bahá’ís, es la clave:
Un buen carácter es, a los ojos de Dios y de Sus escogidos poseedores de perspicacia, la más excelente y elogiable cosa, pero siempre a condición de que su centro de emanación sea la razón y el conocimiento y su base se asiente en la verdadera moderación.
Una de las razones por las que las personas no pueden lograr un equilibrio moderado y razonable entre trabajo y vida es su apego al dinero. A menudo ni siquiera son conscientes de ello. Sin embargo, Bahá’u’lláh explica que el dinero no es un fin en sí mismo:
El mérito del hombre reside en el servicio y la virtud, y no en la pompa de las riquezas y la opulencia.
Estamos rodeados, o más bien sumergidos en el consumismo y el materialismo, tanto que a menudo no podemos ver los motivos que nos inculcan. A menudo estamos tan acostumbrados a seguir al rebaño que no cuestionamos nuestros verdaderos deseos y necesidades interiores, por lo que perseguimos deseos superfluos con la urgencia de las necesidades. Esto nos hace sacrificar tiempo y relaciones por el trabajo, cuando en realidad los sacrificamos por el dinero. Sin embargo, la excusa que podríamos darnos fácilmente es: «el trabajo es adoración».
No podemos aferrarnos a una parte de las sagradas escrituras y tratarla como la totalidad. Sí, el trabajo es adoración, pero también lo es la oración, la crianza de un niño, el compromiso con la comunidad. Por lo tanto, como todas las cosas, debemos trabajar con moderación, pero cuando trabajemos, debemos dedicarnos plenamente con la intención de servir a la humanidad.
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