Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Ser un miembro activo de la Fe bahá’í en Estados Unidos actualmente significa atravesar dos mundos – el espiritual y el material.
Las enseñanzas bahá’ís dicen:
… si la civilización material se organizase conjuntamente con la civilización divina, si el hombre de integridad moral y agudeza intelectual se uniera para el mejoramiento y la elevación humana con el hombre de capacidad espiritual, la felicidad y progreso de la raza humana estarían asegurados. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 119.
¿Entonces qué es lo que esto realmente significa? ¿Cómo puede una persona estar enfocada en los valores intangibles del espíritu – nobleza, altruismo y paz – mientras experimenta las fragilidades humanas de odio, avaricia y violencia?
Estos terribles rasgos son la antítesis del Espíritu Divino, que según los libros sagrados del mundo existe potencialmente en la realidad espiritual de cada ser humano.
Reflexionemos sobre lo que los escritos bahá’ís dicen que es el tema más vital y desafiante de Norteamérica como ejemplo principal. Reflexionando sobre el materialismo esencial del racismo y los prejuicios raciales, vivimos ahora en tiempos en los que la humanidad es testigo de respuestas diametralmente opuestas a los actos de injusticia racial. Vemos tanto el odio extremo como el amor extremo en este sentido, con respuestas que a menudo dependen de la raza de las personas involucradas o quien atestigua, lee o experimenta estos actos.
Dentro de la sociedad norteamericana, el odio racial, la enemistad y la intolerancia más feroz siguen existiendo, más de medio siglo después de la aprobación de las Leyes de Derechos Civiles de los Estados Unidos. Por otra parte, todos podemos ser testigos del crecimiento de los males del racismo, la pesadilla de la supremacía blanca; sin embargo, existe una creciente colaboración interreligiosa, interracial e intencional por parte de los ciudadanos norteamericanos preocupados por la construcción de una comunidad en busca de la curación y la armonía racial.
¿Podemos atribuir esta división racial en el comportamiento humano a la obra de Dios? ¿O proviene de defectos espirituales en el carácter de un individuo? ¿Es el resultado de la ignorancia, la falta de conocimiento y conciencia de lo que los maestros Divinos – Krishna, Moisés, Buda, Jesucristo, Muhammad, Bahá’u’lláh – enseñaron acerca de la naturaleza del ser humano, de ser 99,9% igual a todos los demás miembros de la familia humana? ¿Revela una incapacidad para reconocer que la existencia humana tiene dos dimensiones, la espiritual y la material, o tal vez niega el desafío de ser humano de desarrollar simultáneamente esas realidades internas y externas?
Para mí, nacida en los Estados Unidos como mujer de ascendencia africana, estas preguntas y esta existencia dual me han proporcionado una fuente de reflexión y aprendizaje durante toda mi vida adulta.
Desafortunadamente, mi vida se ha desbordado con experiencias de prejuicios raciales y odio desde la infancia, y preveo que estas experiencias continuarán afectándome, directa o indirectamente, hasta la muerte. Me he enfrentado al hecho obvio de que la animadversión racial y la injusticia social y racial sistémica que impregna la sociedad americana no disminuirá significativamente durante mi vida.
La realidad material de ese clima divisivo y potencialmente destructivo de las relaciones raciales en los Estados Unidos de América hoy en día desafía mi crecimiento como ser espiritual.
En respuesta, el desarrollo de mi espíritu al volverme hacia el Creador en oración y meditación se ha convertido en algo tan absolutamente esencial como la respiración. Con tantos males sociales y políticos que escapan de mi control, lejos de mi esfera de influencia o de mi poder de cambio, sí puedo reconocer que tengo la capacidad individual de actuar de manera inclusiva, amorosa y pacífica hacia los demás.
Leer y reflexionar sobre la Palabra de Dios refuerza mi espíritu y mi resistencia interior al golpe de tambor negativo de las disparidades raciales, e influye en mis inclinaciones positivas a seguir adelante, a elegir el amor, a actuar a través de la fe y a demostrar la unidad racial dentro de mi comunidad. Las enseñanzas bahá’ís me dan esperanza:
En breve habrán pasado vuestros fugaces días y habrán desaparecido sin dejar rastro la fama y las riquezas, las comodidades, las alegrías proporcionadas por este montón de escombros que es el mundo. Emplazad, entonces, a las gentes ante Dios, e invitad a la humanidad a seguir el ejemplo del Concurso de lo alto. Sed padres amorosos para el huérfano, un refugio para los desamparados, un tesoro para los pobres y una curación para los enfermos. Sed los auxiliadores de toda víctima de la opresión, los protectores de los desfavorecidos. Pensad en todo momento en prestar algún servicio a todo miembro de la raza humana. No prestéis atención a la aversión y al rechazo, al desdén, la hostilidad, la injusticia: actuad del modo contrario. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los Escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 15-16.
Así que el malestar del racismo, la supremacía blanca y el privilegio blanco puede parecer una pandemia floreciente, pero los escritos bahá’ís nos dicen que podemos curarlo, siempre y cuando nos unamos.
Sí, eso suena como una meta imposible, dadas las condiciones y conflictos de hoy en día. En esta serie de ensayos, sin embargo, veamos la receta bahá’í para la unidad, y exploremos cómo esta podría potencialmente funcionar en una sociedad tan llena de animosidad racial, prejuicios y odio.
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