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Espiritualidad

El creador, lo creado y la vasija de barro

Judy Cobb | Oct 10, 2023

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Judy Cobb | Oct 10, 2023

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¿Por qué debo escuchar a Dios? La respuesta corta y fácil: porque así lo dice Dios. Sin embargo, esa respuesta probablemente era suficiente cuando éramos niños espirituales, pero no siempre funciona bien para los adultos.

En nuestra edad espiritual adulta, la respuesta paternal «porque así lo dice Dios» se queda corta, pues ya no es adecuada para satisfacer lo que ahora somos capaces de preguntar.

Pero como es una pregunta importante, y tiene que ver con nuestra relación con el Creador, merece la pena seguir explorándola.

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En nuestro nivel humano, digamos que decidimos hacer una vasija de barro. Como creador de esa vasija de arcilla, decidimos cómo se utilizará y las propiedades que necesitará. ¿Qué hay que tener en cuenta en cuanto a frío, calor y resistencia? ¿Cómo podemos elegir la arcilla y la construcción adecuadas? Tendremos que añadir un esmalte protector y cocer la vasija en un horno durante un tiempo y a una temperatura determinados para fortalecerla, pero sin destruirla en el proceso. En resumen, le inculcamos lo necesario para que tenga una vida larga y útil. De hecho, hemos establecido las normas y parámetros para su uso futuro. Si no se respetan sus limitaciones, el objeto es propenso a dañarse y romperse.

Cuando la vasija está terminada, al inspeccionar los resultados de nuestro arduo trabajo, sabemos con certeza que no se creó a sí misma. Lo mismo ocurre con los seres humanos, como dicen las enseñanzas bahá’ís:

… el hombre no se creó así mismo. Al contrario, su creador y diseñador es otro y no Él mismo. Resulta evidente e indiscutible que el creador del hombre no es semejante al hombre, ya que una criatura impotente no puede crear a otro ser. Para poder crear, el hacedor y creador ha de poseer todas las perfecciones.

Esencialmente, tenemos la misma relación con Dios que nuestra vasija con nosotros. Somos la creación de un Ser Supremo. Nuestro Creador nos conoce, entiende de qué estamos hechos y sabe qué nos mantendrá íntegros, permitiéndonos avanzar tanto material como espiritualmente por la vida y sin quemarnos en el proceso.

Sí, es una analogía simple, pero instructiva. Al contemplar nuestra creación, también somos conscientes de que la vasija no tiene la capacidad de conocer y comprender a su creador. Lo mismo ocurre con los humanos.

Es evidente para todo corazón perspicaz e iluminado que Dios, la Esencia incognoscible, el Ser divino, es inmensamente excelso por encima de todo atributo humano, tal como existencia corpórea, ascenso y descenso, salida y retorno. Lejos está de Su gloria que lengua humana alguna haya de referir apropiadamente Su alabanza, o que algún corazón humano comprenda Su misterio insondable. Él está, y siempre ha estado, velado en la antigua eternidad de Su Esencia, y permanecerá en Su Realidad eternamente oculto a la vista de los hombres. “Ninguna visión Le abarca, pero Él abarca toda visión; Él es el Sutil, Quien todo lo percibe”.

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Una vez más, tenemos con Dios la misma relación que nuestra vasija tiene con nosotros. Nosotros, los creados, nunca podremos conocer a nuestro Creador. Por suerte para nosotros, aquí es donde nosotros y nuestra vasija tenemos la capacidad de separarnos. El amor de Dios nos ha dado un alma, que nos diferencia del mundo puramente material. Con esa alma tenemos la capacidad de conocer y amar a Dios; sin embargo, Dios sigue oculto a nuestra vista. Así como nosotros sabemos lo que se necesita para nuestra creación, Dios sabe lo que nosotros necesitamos. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, escribió:

Mensajeros de Dios siempre han sido los canales de Su abundante gracia, y todo cuanto el hombre ha recibido de Dios ha sido por intermedio de esas Personificaciones de la santidad y Esencias del desprendimiento, esos Depositarios de Su conocimiento y Exponentes de Causa.

Es humillante pensar que tenemos cosas en común con algo hecho con nuestras propias manos. Pero, en realidad, se nos ha dado la opción de permanecer en ese nivel –de naturaleza puramente material– o pasar de ahí a un plano espiritual superior.

Sin embargo, sin la guía de Dios, nuestro comportamiento puede caer mucho más bajo que el de cualquier animal guiado por el simple instinto ciego, pero tenemos la bendición de poder escuchar a nuestro Creador. Así pues, cada uno de nosotros tiene que tomar una decisión: ¿estamos a la altura de ser aquello para lo que hemos sido creados, o no?

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