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Espiritualidad

Cuando llama la muerte, incluso los reyes y las reinas deben obedecer

David Langness | Abr 19, 2023

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David Langness | Abr 19, 2023

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Si quieres hacer un interesante viaje en el tiempo, prueba esto: trata de recordar el nombre del gobernante que, hace doscientos años, gobernaba la zona donde vives ahora.

A principios del siglo XIX, en mi ciudad del norte de California, ese gobernante era probablemente un remoto gobernador español de tierras concedidas o un jefe tribal indígena. No tengo ni idea de quiénes eran esas personas. Ni siquiera sé sus nombres.

¿Conoces los nombres de las personas que gobernaron tu pueblo o ciudad hace unos siglos? Pocos de nosotros lo sabemos, lo que debería darnos una idea de lo temporal y pasajero que puede ser el poder terrenal.

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La gente puede haberse inclinado ante esos gobernantes en su momento, o temerles, o incluso venerarles como semidioses durante un tiempo –pero una visión a largo plazo de la historia los olvida y descarta por completo. Como escribió Abdu’l-Bahá en una carta, el tiempo entierra a todos: a los débiles, a los mansos y a los fuertes:

Sabed, en verdad, os digo que las condiciones de este mundo mortal, incluso si se tratara de la realeza de toda la extensión de este globo, es efímera. Es una ilusión. No termina en nada; ni contiene resultado alguno, ni, en la estimación de Dios, es igual al ala de un mosquito.

¿Dónde están los reyes y las reinas? ¿Dónde están los palacios y sus amantes? ¿Dónde están los tronos imperiales y las coronas de piedras preciosas? ¿Dónde están los poderosos soberanos de Persia, Grecia y Roma? En verdad, sus palacios están en ruinas y desolados, sus tronos destruidos y sus coronas arrojadas al polvo. [Traducción Provisional de Oriana Vento].

Recientemente, en uno de tantos ejemplos, los arqueólogos desenterraron la cámara funeraria de una reina egipcia llamada Naert en un yacimiento próximo a la pirámide del rey Teti, el primero de los gobernantes de la Sexta Dinastía del Reino Antiguo egipcio, durante el periodo en que se construyeron las pirámides egipcias.

Al principio, los científicos no encontraron ningún nombre en el interior de la pirámide, pero el año pasado nuevas excavaciones en el complejo –que incluye un templo de piedra y tres almacenes de adobe que contenían ofrendas funerarias y herramientas destinadas a acompañar a la reina en su viaje al más allá– revelaron su nombre grabado en una pared y escrito en un obelisco caído cerca de la entrada de la tumba.

Zahi Hawass, uno de los egiptólogos que descubrieron su tumba y antiguo Ministro de Antigüedades de Egipto, declaró: «Nunca antes había oído hablar de esta reina. Por lo tanto, añadimos una pieza importante a la historia egipcia, la de esta reina».

Más allá de nuestra fascinación natural por estos gobernantes del pasado, podemos aprender algo profundamente espiritual de sus tumbas. Abdu’l-Bahá, en una charla que dio en París a principios del siglo XX, dijo:

Todas las criaturas dependen de Dios, por muy grande que pueda parecer su conocimiento, su poder e independencia. Observad a los poderosos reyes de la tierra; tienen todo el poder del mundo que se puede conceder a una persona y, no obstante, cuando la muerte los llama, tienen que obedecer, como cuando llama a las puertas de los campesinos.

¿Has oído hablar de cuando Diógenes, el famoso filósofo griego investigador de la verdad, conoció a Alejandro Magno, que conquistó Egipto? Al rey no le fue muy bien.

Diógenes, conocido en todo el mundo por su filosofía estoica, que rechazaba el materialismo y las limitaciones artificiales de la sociedad griega, vivía en un barril en la calle en Corinto. Había renunciado a todo lo que poseía y se había convertido voluntariamente en un vagabundo para mostrar su desprecio por el materialismo. Plutarco escribió que Alejandro Magno, que buscó y se emocionó al conocer al famoso filósofo, se paró frente a un Diógenes sentado y le preguntó si podía hacer algo por él.

«Sí», respondió Diógenes. «Apártate de la luz de mi sol».

El filósofo, cuya atención estaba fija en un montón de huesos humanos que tenía delante, siguió mirando fijamente el montón, y Alejandro Magno, hijo del rey Felipe II, el hombre más poderoso del mundo en aquel momento y alumno de Aristóteles, le preguntó a Diógenes qué estaba haciendo.

«Estoy buscando los huesos de tu padre», dijo Diógenes, «pero no puedo distinguirlos de los de un esclavo».

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Esta ilustrativa historia, apócrifa o no, ha sobrevivido tanto tiempo porque relata una importante verdad. En la vida, nuestras posiciones pueden ser muy diferentes, pero en la muerte nos convertimos en iguales. La riqueza terrenal, la fama, el poder, la pompa y las circunstancias no significan nada en la tumba. Bahá’u’lláh escribió:

Al mirar a los que duermen bajo lápidas, engastadas en el polvo, ¿podría alguien distinguir entre la calavera descompuesta del Monarca y los huesos deshechos del súbdito? ¡No, por Aquel Que es el Rey de reyes! ¿Ha de distinguirse el señor del vasallo o aquellos que han disfrutado de riqueza y opulencia, de quienes no poseían ni calzado ni esterilla? ¡Por Dios! Toda distinción se ha borrado, salvo para quienes defendieron lo recto y quienes gobernaron con justicia.

Por eso, cuando oímos hablar de un nuevo descubrimiento arqueológico, en el que los científicos descubren pruebas de un monarca desconocido hasta entonces, puede ayudarnos a evaluar la importancia relativa de nuestros gobernantes actuales. Desde luego, son importantes para nosotros, porque esos líderes pueden determinar en gran medida nuestra realidad contemporánea, pero a la larga, como dijo Bahá’u’lláh, sólo serán recordados aquellos «que gobernaron con justicia».

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