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Espiritualidad

¿De dónde sacamos nuestra conciencia?

David Langness | Feb 9, 2022

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David Langness | Feb 9, 2022

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¿Recuerdas la primera vez que te sentiste mal por algo que hiciste?

Yo lo recuerdo claramente; de hecho, es uno de mis primeros recuerdos. A la edad de dos años y medio, ya tenía un hermanito y una hermanita. Mi madre preparó galletas para mi hermano, para mí y para nuestros primos, quienes iban a visitarnos para conocer al nuevo bebé esa noche. Ella horneó las galletas, las puso en nuestro tarro de galletas en la cocina y dijo: «David, no te comas ninguna, tenemos que guardarlas para esta noche».

Probablemente puedes adivinar lo que pasó después.

Sí, mi deseo de comer galletas superó mi capacidad de seguir las instrucciones de mi madre. En cuanto no hubo moros en la costa, me subí a la encimera de la cocina, abrí el tarro de las galletas prohibidas, cogí unas cuantas galletas calientes y se fueron para adentro. Deliciosas. Estaban tan buenas que me comí algunas más.

Después de la cena, cuando llegaron mis primos, oí a mi madre gritar «¡David Eric!» desde la cocina. Sabes que no va a salir bien cuando tu madre usa tu segundo nombre en vano.

No me pegó ni nada, pero la forma en que me miró me pareció aún peor que cualquier castigo físico. Recuerdo claramente la expresión de absoluta decepción en su rostro cuando vio el tarro de galletas vacío y luego me miró a mí. La había defraudado, la había desobedecido y había privado a mi hermano y a mis primos de sus galletas. Me sentí fatal, y no era solo por mi indigestión. Sentí que la había decepcionado profundamente, pero también se me ocurrió algo más en ese momento. Me había decepcionado a mí mismo. Una vocecita en mi interior me decía que había hecho algo muy malo, lo que me hacía sentir muy mal.

Esta autodecepción interior me tomó por sorpresa. Ahora me doy cuenta de que acababa de experimentar las primeras sacudidas de mi conciencia, la intuición y el juicio internos que nos ayudan a todos a distinguir el bien del mal. Puedo decir que no fue una experiencia agradable. Recuerdo haber pensado: ¿De dónde viene este sentimiento tan feo? Me preguntaba por qué me sentía tan mal, tan avergonzado de mí mismo, tan lleno de remordimientos. Amaba a mi madre y la había decepcionado. Le dije a mi madre que lo sentía, y ella me hizo ir a ver a mi hermano y a mis primos para pedirles disculpas. Eso fue muy duro. Tuve que admitir que había hecho algo malo, y decir que lo sentía una y otra vez, lo que me hizo sentir aún peor conmigo mismo.

Así que te haré la misma pregunta que se me ocurrió entonces: ¿De dónde viene este sentimiento de vergüenza y remordimiento, este árbitro interno del bien y el mal, la conciencia humana? ¿Dónde se origina? ¿Nos viene de la genética o de la educación, de la naturaleza o de la crianza?

Muchos creen que nuestra conciencia es innata, que cada persona viene equipada con una al nacer. Algunos no están de acuerdo y dicen que simplemente «imprimimos» o aprendemos nuestras normas morales de nuestros padres, nuestra cultura y nuestros compañeros. Sin embargo, varias investigaciones recientes indican que los bebés preverbales tienen tendencias de comportamiento altruista y consciente, lo que pone en duda la hipótesis de la «crianza».

La conciencia humana se ha convertido incluso en uno de los últimos campos de batalla en el debate moderno entre la fe y el ateísmo: las personas que tienen una perspectiva religiosa o espiritual tienden a creer que todas las personas tienen una conciencia dada por Dios; y los ateos, obviamente, tienen dificultades para llegar a esa conclusión, por lo que suelen mantener que proviene de nuestra composición genética o de la formación que recibimos de niños.

Sin embargo, independientemente del origen de la conciencia, todos tenemos interés en aumentar su impacto y eficacia. Si todo el mundo tuviera una conciencia bien desarrollada, si la mayoría de nosotros siguiera la Regla de Oro, si nuestra conciencia humana colectiva evitara la guerra y el crimen y el daño y el dolor que sufren tantas personas, el mundo se convertiría en un lugar mucho más seguro, más sano y más feliz.

¿Cómo podemos hacerlo? ¿Qué puede hacer cada persona para aumentar la capacidad global de conciencia del mundo, en sus hijos, sus familias, sus amigos? Para responder a estas importantes preguntas, veamos algo de sabiduría profunda sobre los orígenes de nuestra conciencia. Las enseñanzas bahá’ís sugieren que nuestra conciencia viene con nuestra alma, dada a cada uno de nosotros por el Creador:

¿Por qué debería el hombre, que está dotado con sentido de justicia y las sensibilidades de conciencia, tolerar que uno de los miembros de la familia humana sea considerado y catalogado como inferior? – La promulgación a la paz universal.

Cuando el hombre en respuesta a los favores de Dios manifiesta sentimientos de conciencia, el corazón es feliz, el espíritu se regocija. Estos sentimientos espirituales son la acción de gracias ideal. – Ibid.

¡Oh Dios! Elévame por encima de todo cuanto no seas Tú, purifícame de la escoria de pecados y transgresiones, y haz que posea un corazón y una conciencia espirituales. – Oraciones Bahá’ís.

… habéis investigado la verdad y os habéis librado de las imitaciones y las supersticiones, que observáis con vuestros propios ojos y no con los de los demás, que escucháis con vuestros propios oídos y no con los de otros y que descubrís los misterios con la ayuda de vuestra propia conciencia y no con la de los demás. – Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá.

La forma en que Abdu’l-Bahá enmarca el concepto: «…haz que posea un corazón y una conciencia espirituales», indica que la conciencia tiene una amplia gama de desarrollo potencial. Al igual que el corazón, la mente y el alma, la conciencia humana puede abarcar un amplio espectro, desde apenas funcional hasta altamente avanzado, desde material hasta espiritual, desde sociópata hasta empático.

Probablemente te hayas encontrado con personas en ambos extremos de ese espectro, incluidos aquellos que parecen no tener ningún problema en hacer daño a los demás, y aquellos que hacen todo lo posible por evitar ese daño. Estos resultados morales, y el carácter espiritual que las personas desarrollan a partir de sus acciones, ocurren como resultado directo de la funcionalidad relativa de la conciencia de cada persona. En las personas con una conciencia evolucionada y bien desarrollada, tendemos a ver niveles de moralidad muy avanzados, junto con una gran capacidad de amor desinteresado hacia los demás. En aquellos con una conciencia débil o que no funciona, tendemos a ver patrones de dominación, violencia y criminalidad (incluyendo el robo y consumo rápido de galletas recién horneadas).

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