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¿Los milagros fortalecen nuestra fe o la debilitan?
Gran parte de la visión contemporánea de las grandes religiones se centra en la aceptación de los milagros que se dice que ocurrieron durante su historia. La lógica es que dado que su profeta realizó maravillas físicas, uno debe aceptarlas y creer en ellas. Incluso a lo largo de la historia bahá’í, se registraron eventos que parecen tener causas sobrenaturales, las cuales nos hacen recordar a los supuestos milagros de Cristo. El más conocido y bien documentado de ellos fue la ejecución del Báb, el precursor de Bahá’u’lláh, el profeta de la fe bahá’í, por 750 fusiles en Tabriz, Irán, en 1850.
Un relato del enviado británico Sir Justin Sheil cuenta la historia: «El fundador de la secta ha sido ejecutado en Tabreez. Fue asesinado por una ráfaga de mosquete, y su muerte estuvo a punto de dar a su religión un lustre que incrementaría en gran medida sus prosélitos. Cuando el humo y el polvo se disiparon después de la descarga, el Báb había desaparecido, y el pueblo proclamó que había ascendido a los cielos. Las balas habían roto las cuerdas por las que estaba atado, pero luego fue extraído del recinto donde, tras una búsqueda, fue descubierto y fusilado. Su muerte, según la creencia de sus discípulos, no hará ninguna diferencia ya que el Báb debe existir siempre».
Curiosamente, el Báb y más tarde el Bahá’u’lláh prohibieron categóricamente a sus seguidores atribuir milagros a su persona.
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Hay otro episodio durante la vida de Baháʼu’lláh que ilustra la actitud correcta hacia las cosas que al principio parecen ’milagrosas’. A mediados de 1860, Baháʼu’lláh estaba exiliado en la ciudad de Adrianópolis del Imperio Otomano, ahora Edirne, Turquía. Después de un intento de asesinato, mientras caminaba por las calles de Adrianópolis hacia la mezquita, su presencia tuvo un impacto tan carismático en todos los observadores que las multitudes en la calle dejaron de hacer lo que estaban haciendo para abrirse paso y lo siguieron hasta la mezquita. A su llegada, el predicador se quedó sin palabras en medio de su sermón. Más tarde, Bahá’u’lláh visitó a una comunidad de derviches arremolinados, que al aparecer él también dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se quedaron en silencio. Muchos espectadores se sintieron abrumados por estos acontecimientos y atribuyeron poderes milagrosos a Baháʼu’lláh.
Sin embargo, encuentro interesante leer cómo el mismo Bahá’u’lláh relata este evento público. En un relato de Haji Mirza Haydar-’Ali, un devoto seguidor de Bahá’u’lláh, en lugar de exaltarse a sí mismo o hacer afirmaciones de poderes sobrenaturales, se dice que Bahá’u’lláh observó:
«Cuando entramos en la abarrotada mezquita, el predicador olvidó las palabras de su sermón, y cuando llegamos dentro del takyih [establecimiento religioso], los derviches se llenaron repentinamente de tal asombro y maravilla que se quedaron sin habla y en silencio. Sin embargo, debido a que la gente está instruida para creer en vanas imaginaciones, consideran neciamente tales eventos como actos sobrenaturales y los consideran como milagros». [Traducción provisional].
En otro caso, Bahá’u’lláh parecía estar dando a la humanidad una lección vital sobre el papel de los milagros y la sinceridad. Años antes, cuando Bahá’u’lláh vivía exiliado en Bagdad, los clérigos locales se acercaron a él para comprobar su afirmación de ser un Mensajero divino enviado por Dios. Le pidieron que hiciera un milagro para corroborar su afirmación.
Bahá’u’lláh respondió: «Aunque no os asiste derecho alguno pues es propio de Dios probar a sus criaturas y no las criaturas a Dios, sin embargo permito y acepto vuestra petición… deben reunirse y, de común acuerdo, hacer constar por escrito que, después de realizado dicho milagro, ya no albergarán más dudas acerca de mí y confesarán la verdad de mi Causa. Que sellen ese documento y me lo traigan. Este debe ser el criterio a convenir: si el milagro se realiza, no les quedará ninguna duda; en caso contrario, seremos convictos por impostura».
Al oír esto, los clérigos locales se negaron a seguir con el asunto, preocupados de que se vieran obligados a seguirlo si producía alguna maravilla. Así expusieron tanto su inherente insinceridad como el problema fundamental de usar las maravillas físicas como prueba de fe. Este es un tema que se repite en los escritos bahá’ís: que no debemos aferrarnos a los llamados eventos sobrenaturales como fundamento de nuestra creencia. En lugar de esto, la creencia debe basarse en pruebas y evidencias racionales. El único milagro que los bahá’ís pueden atribuir a Bahá’u’lláh es su revelación: la aparición de enseñanzas y escritos que transforman la sociedad y el alma. Podemos observar directamente el impacto positivo que sus enseñanzas han tenido en las comunidades en las que la gente se ha comprometido con ellos y en los individuos que han sido transformados.
Si la métrica de la fe se basara en la realización de maravillas físicas, entonces se podría establecer la verdad espiritual simplemente señalando quién posee los poderes tecnológicos más avanzados. Usando el ejemplo del regreso de Cristo: si mañana un ser apareciera realmente en el cielo en la forma imaginada de Jesús, ¿cómo se sabría que se trata de un individuo enviado por Dios y no solo una demostración de tecnología avanzada?
La posición de Cristo como manifestación de Dios no se establece por sus milagros, ni reconocerla requiere que uno sea testigo de ellos. En cambio, su verdad se demuestra claramente en virtud del impacto que sus enseñanzas y palabras tuvieron en toda la civilización humana, reformulando nuestra comprensión de la ética, la moral y el orden social. Baháʼu’lláh amonestó a sus seguidores a no reducir la posición de las Manifestaciones de Dios a simples realizadores de milagros: “Instamos a Nuestros amados a no manchar la orla de Nuestra vestidura con el polvo de la falsedad, ni tampoco permitir que las referencias a lo que ellos han considerado como milagros y prodigios degrade Nuestro rango y posición, o mancillen la pureza y santidad de Nuestro nombre”.
Esto no quiere decir que los bahá’ís no admitan la posibilidad de milagros o sucesos sobrenaturales – pero el papel de estos educadores espirituales y el propósito de aparecer en el mundo no es realizar maravillas para establecer creencias, sino educarnos y elevar la humanidad.
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