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¿Los seres humanos tienen algo que la naturaleza no?

David Langness | Jul 3, 2019

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David Langness | Jul 3, 2019

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El gran astrónomo y físico Carl Sagan dijo: «[los seres humanos] somos el medio para que el cosmos se conozca a sí mismo». Él sabía un hecho sobresaliente: los humanos tenemos algo que la naturaleza no tiene.

Dentro de cada uno de nosotros, tenemos una conciencia que nos permite hacer lo que la naturaleza no puede hacer: pensar, reflexionar, soñar, apreciar lo visible y considerar lo invisible. Algunos con inclinaciones espirituales lo llaman el espíritu humano; aquellos con una orientación más científica podrían llamarlo la mente humana, pero como sea de la forma como se llame, la conciencia trasciende lo físico.

Pero como personas, no estamos separados de la naturaleza; de hecho, somos mamíferos que debemos toda nuestra existencia física al mundo natural. Sin embargo, como especie, a veces hemos cometido el error de pensar colectivamente que estamos separados de nuestro entorno natural. Hace unos pocos cientos de años, cuando la humanidad cambió una economía basada en la tierra a un mundo urbano e industrializado, nuestra alienación de la naturaleza aumentó. Aquel movimiento masivo de la población del planeta de la vida rural a una existencia más urbana amplificó esa tendencia. Tanto antes como durante ese cambio, surgió la idea de que necesitábamos conquistar, dominar y dominar la naturaleza para florecer y sobrevivir.

Sin embargo, durante el siglo pasado, hemos empezado a ver un giro significativo de esa tendencia. El movimiento ambiental, la creciente conciencia científica de la importancia del mundo natural y el creciente reconocimiento de nuestra interdependencia con él han impulsado una nueva forma de pensar: que los humanos somos básicamente una criatura más en la red de la vida. Los filósofos actuales nos dicen que nosotros nos estamos separados de la naturaleza, simplemente somos una parte de ella, al igual que una planta o un ratón. Algunos pensadores distópicos incluso han llegado a la conclusión de que la Tierra estaría mejor sin gente.

Puedes ver esta idea en pegatinas y consignas omnipresentes como «Earth Bats Last». La metáfora del béisbol sugiere que la humanidad no tendrá un impacto permanente, ya que la naturaleza, sin importar lo que hagamos los humanos por explotarla, siempre tendrá la última palabra. En otras palabras:

…de las premisas propuestas por los materialistas, se extraen las conclusiones de que la naturaleza es la soberana y la gobernante de la existencia y que todas las virtudes y perfecciones son exigencias y resultados naturales. Además, se desprende que el hombre es sólo una parte o miembro de lo que la naturaleza es el todo. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 97.

De alguna manera, especialmente dado el desorden ambiental global que indudablemente hemos provocado los seres humanos, esto puede parecer una idea correcta y reconfortante. Si los seres humanos solo representan una criatura natural más en el bioma global, entonces inevitablemente perderemos nuestra utilidad en algún momento y nos convertiremos en una especie en peligro de extinción como la otra flora y fauna que hemos cazado o sobrepescado o sobreexplotado. Tarde o temprano, sugiere esta oscura filosofía, la gente se extinguirá y el planeta volverá a su equilibrio de vida normal y saludable.

Las enseñanzas bahá’ís contradicen directamente esa visión antihumana. Debido a que las personas tienen algo que el resto de la naturaleza no tiene, no solo tenemos la responsabilidad de ser buenos administradores de la naturaleza, también tenemos la capacidad, la inteligencia y la voluntad de revertir nuestro curso destructivo y vivir en armonía con la Tierra y con unos y otros:

El hombre posee ciertas virtudes que la naturaleza no tiene. Emplea la volición; la naturaleza no tiene voluntad. Por ejemplo, una exigencia del sol es dar luz. Está controlado – no puede hacer otra cosa que irradiar luz – pero no es volitivo. Una exigencia del fenómeno eléctrico es que se revela en chispas y destellos bajo ciertas condiciones, pero no puede iluminar voluntariamente. Una exigencia o propiedad del agua es la humedad; pero no puede separarse a sí misma de esta propiedad por su propia voluntad. De igual forma, todas las propiedades de la naturaleza son inherentes y obedientes, no volitivas; por lo tanto, se proclama filosóficamente que la naturaleza no tiene volición ni percepción innatas. En esta aseveración y principio estamos de acuerdo con los materialistas. Pero la cuestión que alimenta la reflexión es ésta: ¿cómo es que el hombre, que es una parte del plan universal, posee ciertas cualidades de las cuales la naturaleza está desprovista? ¿Es concebible que una gota esté imbuida con cualidades de las cuales el océano carece completamente? La gota es una parte; el océano es el todo. ¿Puede existir un fenómeno de combustión o iluminación el cual, la gran luminaria, el sol mismo, no manifiesta? ¿Es posible que una piedra posea propiedades inherentes de las cuales carece la totalidad del reino mineral? Por ejemplo, ¿podría la uña que es una parte de la anatomía humana estar dotada de propiedades celulares de las cuales carece el cerebro?

El hombre es inteligente, instintiva y conscientemente inteligente; la naturaleza no lo es. El hombre está fortalecido por la memoria; la naturaleza no la posee. El hombre es el descubridor de los misterios de la naturaleza; ella misma no tiene conciencia de esos misterios. Es evidente, por lo tanto, que el hombre tiene dos aspectos: como animal está sujeto a la naturaleza, pero en su ser espiritual o consciente transciende el mundo de la existencia material. Sus poderes espirituales, siendo más nobles y más elevados, poseen virtudes de las cuales la naturaleza intrínsecamente no tiene evidencia, por lo cual ellos triunfan sobre las condiciones naturales. Estas virtudes o poderes ideales en el hombre, sobrepasan o abarcan a la naturaleza, comprenden las leyes naturales y los fenómenos, penetran los misterios de lo desconocido e invisible, y los ponen de manifestó en el dominio de lo conocido y visible. Todas las artes y ciencias que existen fueron alguna vez ocultos secretos de la naturaleza mediante el dominio y control de la misma, el hombre las sacó del plano de lo invisible y las reveló en el plano de lo visible, considerando que de acuerdo a las exigencias de la naturaleza estos secretos hubiesen permanecido latentes y ocultos. De acuerdo a los reclamos de la naturaleza, la electricidad habría sido un poder oculto y misterioso; pero el penetrante intelecto del hombre la ha descubierto, la sacó del reino de los misterios e hizo de ella un obediente servidor del hombre. En su cuerpo físico y sus funciones, el hombre es un cautivo de la naturaleza; por ejemplo, él no puede continuar su existencia sin dormir, una exigencia de la naturaleza; debe comer y beber, lo cual es una demanda y requerimiento natural. Pero en su ser espiritual e inteligencia, el hombre domina y controla la naturaleza, la soberana de su físico. A pesar de esto, se exponen opiniones contrarias y puntos de vista materialistas los cuales relegarían al hombre a una completa servidumbre a las leyes de la naturaleza Ello equivale a decir que el grado comparativo supera al superlativo, que lo imperfecto incluye lo perfecto, que el alumno sobrepasa al maestro – todo lo cual es ilógico e imposible. ¿Cómo podemos decir que él es esclavo y cautivo de la naturaleza, cuando es claramente manifiesto y evidente que la inteligencia del hombre, su facultad constructiva, su poder de penetración y descubrimiento, trasciende la naturaleza? Esto indicaría que el hombre está privado de las munificencias de Dios, que está retrocediendo al estado del animal, que su aguda súper-inteligencia no funciona y que se estima a sí mismo como un animal, sin distinción alguna entre su reino y el de aquél. – Ibid., pág. 98-99.

Entonces, ¿qué significa en el último análisis el hecho de que los seres humanos tienen algo que la naturaleza carece? Desde la perspectiva bahá’í, significa que tenemos algo enormemente valioso, algo que las enseñanzas bahá’ís llaman «idealismo divino»:

El hombre está dotado de voluntad y memoria; la naturaleza no las posee. El hombre investiga los misterios latentes en la naturaleza, en tanto la naturaleza no es consciente de sus propios fenómenos ocultos. El hombre progresa; la naturaleza es estática, sin poder de progresión o regresión. El hombre está dotado de virtudes ideales – por ejemplo, intelecto, voluntad, fe confesión y reconocimiento de Dios, mientras que la naturaleza está privada de todo esto. Las facultades ideales del hombre, incluyendo la capacidad para la adquisición científica, están más allá del conocimiento de la naturaleza. Estos son poderes mediante los cuales el hombre, puede diferenciarse distinguirse de todas las otras formas de vida. Esta es la dádiva del idealismo divino, la corona que adorna las testas humanas. A pesar del don de este poder sobrenatural, es extremadamente asombroso que los materialistas todavía se consideren a sí mismos dentro de los límites y cautiverio de la naturaleza. La verdad es que Dios ha dotado al hombre con virtudes, poderes y facultades ideales de las cuales la naturaleza está completamente privada y por las cuales el hombre es elevado, distinguido y superior. Debemos agradecer a Dios por estos dones, por estos poderes que nos ha dado, por esta corona que ha colocado sobre nuestras cabezas. – Ibid., pág. 72.

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