Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
A menudo nos sentimos frustrados por nuestros fracasos mientras intentamos hacer lo correcto, lograr lo que nos proponemos y convertirnos en nuestro verdadero yo. ¿Es acaso inútil si quiera intentar?
Sentimos esta frustración porque tenemos dos dimensiones opuestas dentro de nosotros. Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor designado del profeta y fundador de la fe bahá’í, Bahá’u’lláh, dijo:
En el ser humano existen dos naturalezas; su naturaleza superior o espiritual, y su naturaleza inferior o material. Con una se acerca a Dios, con la otra vive solo para el mundo. Los signos de estas dos naturalezas se hallan presentes en cada persona. En su aspecto material, expresa falsedad, crueldad e injusticia; todas éstas son el producto de su naturaleza inferior. Los atributos de su naturaleza divina se manifiestan en amor, misericordia, bondad, verdad y justicia; todas y cada una de ellas son la expresión de su naturaleza superior.
El yo inferior, el animal que hay en nosotros, se rige únicamente por la supervivencia, la búsqueda del placer y la prevención del dolor. El yo superior es nuestra naturaleza divina, regida por el amor y la atracción hacia Dios. La vida del yo superior constituye nuestro verdadero propósito en la vida: acercarnos a Dios y asemejarnos a él.
Pero no es una tarea fácil, porque nuestro yo inferior y nuestro yo superior entran en conflicto. A menudo, el yo inferior ejerce una atracción más fuerte sobre nosotros.
El psicólogo Jonathan Haidt expone un punto similar en su libro «La hipótesis de la felicidad». A lo largo del libro utiliza la analogía de Buda de un elefante salvaje, que representa la mente invadida de pensamientos, y el domador que intenta domesticar la mente. Haidt amplía esta analogía y equipara al elefante con nuestras reacciones automáticas y emocionales, y al entrenador con nuestra racionalidad, que trata de controlar o anular esos comportamientos. Esta analogía también puede ayudarnos a entender cómo luchar con nuestras naturalezas inferiores en nuestra búsqueda de la transformación espiritual.
La fe bahá’í, al igual que muchas otras religiones y filosofías, hace hincapié en la importancia de transformar o trascender nuestra naturaleza más baja. Pero esto no es tarea fácil. Haidt señala que nuestras reacciones emocionales y automáticas son increíblemente fuertes: «La razón y la emoción deben trabajar juntas para crear un comportamiento inteligente, pero la emoción (una parte importante del elefante) hace la mayor parte del trabajo». ¿Estamos siempre a merced del elefante salvaje que llevamos dentro?
Según Haidt y la psicología contemporánea, aunque el entrenador no puede controlar instantáneamente al elefante, sí puede reeducarlo gradualmente. Hay dos formas especialmente relacionadas con el enfoque bahá’í de la transformación espiritual: la meditación y la terapia cognitiva.
Meditación
La meditación nos entrena para centrar nuestra atención en algo de modo que nuestros pensamientos automáticos dejen de esclavizarnos. Podemos centrar nuestra atención en nuestra respiración o en palabras sagradas, y al hacerlo desarrollamos la concentración y la conciencia, entrenando así al elefante salvaje en lugar de intentar luchar contra él.
La meditación es una práctica importante en la espiritualidad bahá’í. Abdu’l-Bahá explicó su significado:
Bahá’u’lláh dice que hay un signo (de Dios) en cada fenómeno: el signo del intelecto es la contemplación, y el signo de la contemplación es el silencio, puesto que es imposible para una persona hacer dos cosas al mismo tiempo: no puede hablar y meditar a la vez… No podéis aplicar la denominación de «ser humano» a cualquier ser carente de esta facultad de la meditación; sin ella, sería un simple animal, inferior a las bestias.
La forma en que Haidt y Abdu’l-Bahá describen la meditación es muy similar: se produce con una concentración silenciosa y nos permite obtener el control de nuestra naturaleza animal. Curiosamente, mientras que algunas creencias utilizan una técnica de meditación específica, en la fe bahá’í no se prescribe ningún método en particular, por lo que cada creyente es libre de elegir el que mejor le funcione.
Terapia cognitiva
Otro método para domar al elefante interior es la terapia cognitiva, cuyo objetivo es cuestionar nuestras creencias irracionales y sustituirlas por otras más racionales.
Haidt explica que «la terapia cognitiva funciona porque enseña al jinete a entrenar al elefante en lugar de derrotarlo directamente en una discusión».
Desde la perspectiva bahá’í, esto podría hacerse mediante la reflexión diaria sobre la palabra de Dios y sobre nuestro propio comportamiento, de modo que estas verdades -en lugar de los pensamientos irracionales- guíen nuestros pensamientos y acciones.
El aprendizaje en acción
Estos dos métodos demuestran que la lucha contra nuestro yo inferior no se gana necesariamente de frente. El entrenador no puede simplemente ordenar al elefante que haga su voluntad, sino que debe entrenarlo para que lo haga. La terapia cognitiva lo hace con el uso del pensamiento consciente y racional y la acción deliberada; la meditación lo hace con la conciencia no analítica.
Entonces, ¿cómo se vería esto en la práctica?
Imaginemos que una persona tiene problemas para mantener la calma en las reuniones de trabajo. Puede que se altere constantemente y exprese su frustración gritando a sus compañeros. A través de la terapia cognitiva, puede reflexionar conscientemente sobre el proceso de pensamiento irracional que le lleva a actuar así, y sustituir esos pensamientos por otros más racionales. Por ejemplo, puede descubrir que debajo de sus reacciones está la creencia de que siempre tiene la razón y que los demás no tienen derecho a tener una opinión diferente. Esto es muy irracional, ya que nadie tiene siempre la razón y todo el mundo tiene derecho a tener su propia opinión. Si se adopta una mentalidad más racional, se puede intentar responder conscientemente de forma más comedida.
Al mismo tiempo, la persona podría intentar mantener una práctica regular de meditación de 15 a 20 minutos al día, que por sí sola ha demostrado generar más estabilidad emocional en las personas. También podría practicar el mindfulness durante las reuniones, centrándose en los demás y en sus propios sentimientos. De ese modo, sería más consciente de que sus propios sentimientos de frustración se acumulan antes de que lleguen al punto de ebullición en el que sueltan palabras sin control.
Pero, aunque podamos fijar nuestros pensamientos en los ideales espirituales y tratemos de ser cariñosos con todo el mundo, actuar con amabilidad en todas las situaciones y perdonar incluso los malos tratos más graves, no lograremos una transformación instantánea y sin esfuerzo. Como dice Haidt, «se necesita un método para domar al elefante, para cambiar de opinión gradualmente».
Para mí, «gradualmente» es la palabra clave aquí. A pesar de nuestras mejores intenciones, somos seres imperfectos, y eso significa que el camino hacia la perfección solo puede realizarse paso a paso. Abdu’l-Bahá enfatizó que personificar nuestro ser espiritual debe hacerse «poco a poco, día a día», y nos animó a esforzarnos «para que vuestras acciones sean a diario hermosas oraciones».
Si entrenamos poco a poco al elefante interior, éste irá cumpliendo las órdenes de nuestro yo superior. Nos volveremos cada vez más cariñosos, generosos e indulgentes, mientras desarrollamos la plétora de otros atributos potenciales que todos poseemos en nuestro interior.
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