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Religión

Dualidad y unidad: el camino místico hacia el conocimiento

Thomas von Lutterotti | Abr 16, 2023

PARTE 1 IN SERIES investigando a Dios

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¿Cómo hablamos de lo indescriptible? ¿Cómo describimos lo inefable? ¿Cómo pueden las palabras y el lenguaje ayudar a comunicar nuestros pensamientos sobre las cosas más allá del pensamiento?

El anhelo trascendente de lo divino es intemporal: no tiene principio ni fin. Nunca conoceremos a Dios en esta vida, pero podemos llenar nuestras vidas con el amor a nuestro Creador y la búsqueda incesante de este conocimiento, como escribió Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í: «Soy testigo, oh mi Dios, de que Tú me has creado para conocerte y adorarte»

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Esta frase inicial de la breve oración diaria es un estímulo, un mandato, una aspiración, un objetivo y una meta direccional para todo lo que nos mueve espiritualmente como individuos y en comunidad.

Puede que no alcancemos la meta –el conocimiento de Dios– hasta que nuestra vida terrenal se transforme inevitablemente en una segunda vida divina. Así lo describe la mística de los sufíes islámicos. Más aún, como lo expresan todas las tradiciones místicas: esta transición es nuestro aniquilamiento y nuestra unión con la Divinidad.

En el pensamiento y el lenguaje occidentales, siempre queremos imaginar un antes y un después, una causa y su efecto posterior. Las escrituras judeocristianas hablan de esta dualidad en términos de la creación y el Creador, o también se podría decir del ser y su causa primordial. Especialmente desde el pensador francés Descartes, se ha hablado mucho en la filosofía occidental de un dualismo fundamental, una oposición o dualidad entre dos polos, el espiritual-mental y el físico-material. La dicotomía de estos términos parecía facilitar la explicación de la realidad empírica, es decir, lo que experimentamos en la vida cotidiana, en términos de una dualidad polar tan viva.

De todos modos, en la oración personal, la humanidad se ha dirigido a la numinosa tierra y a nuestro Creador, con un confiado «Tú» desde tiempos inmemoriales. El misticismo quiere mostrarnos que también podemos pensar en la realidad de otra manera, es decir, como una participación verdaderamente espiritual, una conexión unificadora de todo lo terrenal con el único ser divino.

La palabra «místico» procede inicialmente de su raíz Myo en griego, que significa «cerrar los ojos», haciendo de mystikos lo misterioso en el camino hacia el conocimiento. Aquí, las impresiones sensoriales y materiales son menos importantes que los momentos holísticos y no materiales de la experiencia.

En cada época cultural, en todas partes de nuestro pequeño mundo sin límites, ha habido místicos en este camino del buscador, ya sea en el Occidente cristiano o en el mundo hindú, ya sea en la tradición sufí islámica o en la budista de Asia oriental. La escuela india de pensamiento Vedanta gira en torno al concepto de Advaita, literalmente la no dualidad, según el cual la constatación más elevada sólo puede ser que no hay dualidad, sino una sola realidad. Meister Eckhart, el eminente místico de la Edad Media cristiana, formuló este concepto de unidad en el verso final de su poema «El grano de mostaza»:

Si huyo de ti, tú vendrás a mí.

Si me pierdo, te encontraré,

¡Oh bien supersustancial! (traducción del autor)

Para Eckhart, el «suelo del alma» no ha sido creado por Dios como todo lo demás, sino que es divino e increado. En el suelo del alma está siempre presente la Divinidad. Tales afirmaciones le valieron a Eckhart un proceso en la Inquisición, y sólo su muerte natural le salvó de una muerte no natural por ejecución.

Unos mil años antes de Meister Eckhart, el filósofo griego Plotino, que vivió en Alejandría, actual Egipto, y en Campania, actual sur de Italia, se dedicó a la idea de unidad. Partiendo del mundo trascendente y esencialmente divino de las ideas de Platón, nombra el «Uno» como principio básico de toda realidad. El objetivo de su esfuerzo era el acercamiento a este «Uno» hasta llegar a la experiencia de nuestra unión con él.

Bahá’u’lláh se dedicó intensamente al misticismo, especialmente en el período inicial de su misión. Concretamente, buscó retiro en el mundo de los sufíes en las montañas kurdas en una época en la que sentía cada vez con más fuerza la vocación de ser mensajero de Dios, e incluso antes de anunciar públicamente su estación. Esta notable experiencia se convirtió en formativa para muchos de sus textos, con los que sentó las bases del misticismo bahá’í, como en este pasaje de su libro místico Las palabras ocultas: “…Asciende a Mi cielo para que logres el gozo de la reunión y bebas el vino incomparable del cáliz de gloria imperecedera”.

Este tipo de lenguaje figurado, estrechamente asociado a conceptos espirituales, es característico de la expresión mística. Lo comprensible pretende acercarnos a lo incomprensible. Ciertamente, la razón no podrá proporcionarnos ninguna ayuda definitiva en nuestra búsqueda de este nivel de conocimiento. Es evidente que no existe un «cielo» físico al que ascender, ni podrá nunca la razón explicar conceptualmente una «gloria imperecedera». Aquí vamos más allá de los límites de la razón y nos aventuramos en el mundo de la más pura comprensión espiritual.

Atrevámonos, pues, a recorrer un camino irrazonable, un camino fuera del alcance de la lógica y de la dualidad, como el que nos muestra la mística. Atrevámonos a entrar en un mundo irreal-imaginativo de pensamientos, donde las palabras como meras herramientas del lenguaje nos abren campos de significado inimaginables a través de imágenes y metáforas. En este plano de comprensión, ideas como el «reencuentro con Dios» resultan más fáciles de percibir e imaginar.

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