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Historia

El exilio de Bahá’u’lláh

Joseph Roy Sheppherd | Ene 28, 2020

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Joseph Roy Sheppherd | Ene 28, 2020

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Cuando la gente me pregunta acerca de Bahá’u’lláh y se entera de que pasó casi cuarenta años de su vida como prisionero y exiliado, invariablemente me preguntan, «¿Por qué fue encarcelado? Debió haber hecho algo».

Si vives en una sociedad con libertades religiosas y derechos civiles, puede ser difícil imaginar lo que es existir en una época o lugar donde no existe un estándar social de tolerancia religiosa.

La historia nos muestra que cada vez que un mensajero de Dios viene y comienza a enseñar nuevas ideas, el pueblo invariablemente se levanta en oposición:

Considerad cómo todos los profetas de Dios fueron perseguidos y qué opresión experimentaron. Jesucristo soportó el sufrimiento y aceptó el martirio en la cruz para convocar a la humanidad a la unidad y el amor. ¿Qué sacrifico puede ser mayor? Él trajo al mundo la religión del amor y el compañerismo. ¿Haremos uso de ella para crear discordia, violencia y odio entre la raza humana?

Moisés fue perseguido y expulsado al desierto Abraham fue exiliado, Muhammad buscaba refugio en cuevas, el Báb fue asesinado y Bahá’u’lláh fue exiliado y encarcelado durante cuarenta años. Aun así, todos Ellos desearon el compañerismo y el amor entre los hombres. Soportaron calamidades, sufrieron persecución y muerte por amor a nosotros para que pudiéramos aprender a amarnos los unos a los otros y estuviésemos unidos y asociados en vez de ser discordantes y diferir. – Abdu’l-Bahá, La promulgación a la paz universal, pág. 247.

Esta oposición suele proceder de dos sectores. En primer lugar, los líderes religiosos ven el nacimiento de una nueva religión como una amenaza a la suya. Generalmente están más preocupados por su propio estatus, privilegios y poder que por considerar las verdades espirituales que el nuevo mensajero enseña. También se oponen al nuevo mensajero porque no podrían mantener el control sobre la población si la gente comienza a reclamar su derecho a controlar sus propias vidas espirituales.

La segunda fuente de oposición viene de los poderes seculares de la época, los reyes y gobernantes que tradicionalmente han hecho todo lo posible para aplastar el nacimiento de las religiones. Considere por un momento las historias de los otros mensajeros como Cristo y Moisés, y recuerde lo que tuvieron que resistir de parte de personas como el Faraón y Herodes Antipas durante sus épocas.

Bahá’u’lláh fue perseguido inicialmente por ser partidario del Bab – y luego, cuando recibió y reveló su propia revelación, fue perseguido aún más cruelmente. Los líderes religiosos y los gobernantes de Persia trataron de destruir las dos religiones emergentes, la Babí y la Fe Bahá’í, desde la raíz. Ellos ejecutaron públicamente al Bab, mataron a decenas de miles de sus seguidores y encarcelaron a la mayoría del resto, creyendo que habían tenido éxito.

Finalmente, después de cuatro meses, Bahá’u’lláh fue liberado del Pozo Negro y, sin pasar ningún juicio, fue desterrado inmediatamente con su familia de su tierra natal. Aunque podría haber ido al norte, a Rusia, Bahá’u’lláh eligió el destierro al vecino Irak, que estaba en ese entonces bajo el dominio del Imperio Otomano. El gobierno persa confiscó las riquezas y propiedades de Bahá’u’lláh y su familia, incluyendo sus hijos pequeños, tuvo que escalar en pleno invierno por los nevados de Persia has Irak. Nunca más volvería a Persia.

Esta expulsión fue el comienzo de cuarenta años de exilio, encarcelamiento y amarga persecución. A su llegada a Bagdad, Bahá’u’lláh dio prioridad a las necesidades de la comunidad de los seguidores del Bab, quienes habían huido de la persecución de su tierra natal. Con la ejecución del Bab y la destrucción del liderazgo entre sus seguidores, Bahá’u’lláh encontró a la comunidad babí de Bagdad abatida y desorganizada. Durante los diez años siguientes, Bahá’u’lláh educó, formó y unificó a la comunidad sin informarles de la revelación que había recibido en el Pozo Negro.

La fama y el prestigio de Bahá’u’lláh creció constantemente, no sólo entre los seguidores del Bab, sino entre la población general de Irak. Los seguidores persas del Bab comenzaron a llegar a Bagdad para buscar el consejo de Bahá’u’lláh, y luego llevaban cartas y mensajes de aliento. Las autoridades religiosas islámicas de Bagdad se alarmaron por la influencia que tenía este exiliado persa, e incitaron a los funcionarios otomanos a expulsar a Bahá’u’lláh aun más lejos de Persia. Hasta que finalmente se le ordenó abandonar Bagdad, Bahá’u’lláh siguió preparando a los seguidores del Bab para que se dieran cuenta de que aquel cuya llegada el Bab había predicho, ya había llegado. Algunos ya reconocían en el carácter de Bahá’u’lláh como el Prometido del que el Báb había escrito, pero veían que no era el momento de referirse abiertamente a Bahá’u’lláh como el cumplimiento de esa profecía.

Bahá’u’lláh eligió la ocasión de su salida forzada de Bagdad para declarar que él era de hecho «Aquel a quien Dios hará manifiesto». Situado en las afueras de Bagdad, al otro lado del río Tigris de la casa donde Bahá’u’lláh estaba bajo arresto domiciliario, había un jardín donde reunió al grupo de seguidores que iban a ser exiliados con él a Constantinopla, y también a los que se iban a quedar atrás.

Orilla del río Tigris en Bagdad

Bahá’u’lláh llamó a este jardín Ridván, que significa «paraíso» en árabe. Durante un período de doce días, Bahá’u’lláh hizo una declaración pública de su misión e informó a los presentes que las profecías y promesas del Bab se habían cumplido.

Cada año, este período de doce días se celebra durante el festival bahá’í de Ridván, el primero, noveno y duodécimo días de este festival se reservan como Días Sagrados. A partir de ese momento, la gran mayoría de los seguidores del Bab se volvieron hacia Bahá’u’lláh y se les conoció como bahá’is. El exilio que había comenzado cuando Bahá’u’lláh fue forzado a dejar Teherán y que luego lo llevó hasta Bagdad, estaba ahora destinado a continuar hacia Constantinopla (Estambul), Adrianópolis (Edirne), y finalmente a la ciudad prisión de Akka en Tierra Santa. Bahá’u’lláh aceptó su encarcelamiento de por vida y su exilio con el fin de traer la paz y la unidad a la humanidad:

La unidad humana o solidaridad puede compararse con el cuerpo, mientras que la unidad proveniente de los hálitos del Espíritu Santo es el espíritu que anima al cuerpo. Esta es una unidad perfecta. Crea una condición tal en la humanidad que cada uno hará sacrificios por el otro y el mayor anhelo será ofrecer la vida y todo lo que a ella pertenece por el bien de otros. Esa es la unidad que existía entre los discípulos de Jesucristo y que unió a los Profetas y santos del pasado. Es la unidad que a través de la influencia del Espíritu Divino penetra en los bahá’ís de modo que cada uno ofrece su vida por la del otro y se esfuerza con toda sinceridad para lograr su beneplácito. Esta es la unidad que hizo que veinte mil personas en Persia dieran sus vidas por amor y devoción a ella. Que hizo del Báb la víctima de mil dardos y que Bahá’u’lláh sufriera exilio y encarcelamiento durante cuarenta años. Esta unidad es el verdadero espíritu del cuerpo del mundo. – Ibid, pág. 205.

Esta serie de ensayos es una adaptación del libro de Joseph Roy Sheppherd The Elements of the Baha’i Faith, con el permiso de su viuda Jan Sheppherd.

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