Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Así como la semilla se quiebra para dar lugar a un gran árbol, portador de vida y belleza, de la misma manera nuestro dolor nos ayuda a crecer y transformar nuestras vidas.
Hay eventos que parecieran sacudir con violencia nuestro mundo. Para mí fue la noticia del accidente de mi mamá, la cual sumergió a la familia en una inesperada conmoción. Las primeras horas fueron decisivas para saber si podría sobrevivir. Su bello ser desde el primer momento entró en coma natural. Yo estaba dispuesta a aceptar su fallecimiento si es que ello ocurría, pero me negaba a aceptar la idea de no poder despedirme. Necesitaba pedirle perdón por cada vez que había herido su corazón, agradecerle por todo lo que había hecho por mí, y decirle cuánto la amaba. Y así lo hice, a su lado mientras la visité en terapia intensiva. Estoy segura de que su corazón me escuchó. Un día después de su accidente, con tan solo 38 años, su alma emprendió vuelo hacia los mundos espirituales. Y aunque en el mundo físico esto significó una separación permanente, sin embargo, el ojo espiritual contempló la ternura de una unión eterna que no deja de crecer en fuerza y belleza.
Puede que al principio nuestro herido corazón no comprenda la razón detrás de las dificultades que nos toque vivir, pero la sabiduría de ellas tarde o temprano se hará manifiesta a nuestros ojos. Como dicen los escritos bahá’ís: “Por muy aflictivos que puedan ser vuestros sufrimientos, permaneced impasibles y, con perfecta confianza en la abundante gracia de Dios, afrontad la tempestad de las tribulaciones…”.
Es difícil apreciar la gracia que las pruebas traen consigo a nuestras vidas, especialmente cuando aquellas oprimen con fuerza nuestro corazón, pero si volvemos nuestro rostro hacia nuestra verdadera Fuente de vida, nuestro corazón encontrará la paz necesaria para permitirnos reflexionar acerca de lo que nos ha acontecido. En este estado, tal vez nos preguntemos, ¿cuál será la belleza que nuestra dificultad ha venido a descubrir en nuestra vida?
El bebé en la panza de la madre, al haberse desarrollado al máximo de su capacidad, atraviesa el ‘doloroso’ pero maravilloso camino del parto para pasar a una nueva etapa de desarrollo y crecimiento en este mundo. La semilla al llegar su momento de madurez se rompe y sus potencialidades gradualmente se manifiestan de maravillosas maneras en el mundo que nos rodea. Esto nos puede llevar a pensar que, si estamos atravesando por momentos difíciles, nuestra alma posiblemente se está preparando para abrir sus ojos a una nueva realidad mucho más amplia y gloriosa que la anterior.
“¡Oh Hijo del Hombre! Mi calamidad es mi providencia, aparentemente es fuego y venganza, pero por dentro es luz y misericordia. Corre hacia ella para que llegues a ser una luz eterna y un espíritu inmortal”. – Bahá’u’lláh, Las palabras ocultas.
Los tiempos de prueba son tiempos especialmente importantes para dejar de correr sin rumbo, detenernos, mirar a nuestro alrededor y permitirnos encontrar un nuevo camino con fuerzas renovadas y con mayor claridad de dónde estamos y hacia dónde vamos. Es un tiempo que nos brinda la oportunidad única de purificar y ordenar nuestra vida interior y ajustarla a nuevas normas e ideales espirituales.
Los escritos bahá’ís dicen: “Las personas que no sufren no alcanzan la perfección. La planta más podada por los jardineros es la que, al llegar el verano, tendrá los capullos más bellos y los frutos más abundantes. Los labradores aran la tierra con sus arados, y de esa tierra se obtiene la más rica y abundante cosecha”. El dolor puede hacernos florecer en innumerables y maravillosas maneras. Es un medio de transformación y belleza, de purificación y elevación de nuestras almas.
El sufrimiento nos acerca a Dios y nos conecta con nuestra esencia. Es por ello que podemos considerarlo como una gran bendición en nuestras vidas, y si así lo hacemos tal vez el dolor eventualmente pueda dar paso a la gratitud y la paz que esta conlleva.
Pero buscar solo nuestra propia felicidad no es suficiente ni digno de la estación a la que, como seres humanos, debemos aspirar. Bahá’u’lláh, el fundador de la fe bahá’í, describe la verdadera causa de nuestra felicidad en las siguientes palabras: “Bienaventurado y feliz es aquel que se levanta para promover los mejores intereses de los pueblos y razas de la tierra”.
Hubo algo que, en medio del dolor por la muerte de mi mamá, me llenó de esperanzas y fuerzas: servir a otros en este mundo para honrar su nombre y ayudar al progreso de su alma. Podemos intentar llevar alegría al corazón de nuestro prójimo en el nombre de aquellos que amamos, de la misma manera en que podemos orar por el progreso espiritual y alegría de sus corazones. Hay maravillosas maneras de servir, ya sea compartiendo una oración con un amigo, realizando donaciones de ropa o comida a quienes lo necesiten más que nosotros, participando activamente en la educación de los niños de nuestro barrio, o simplemente compartiendo una sonrisa, cualquier acto de amor, por grande o pequeño que sea, ejerce una poderosa influencia en el mundo y su mejoramiento.
Nuestro bienestar y solaz se encuentran al servicio de los demás, en nuestra búsqueda por aliviar el dolor y la carga que pesa en los corazones, mostrando una compasión y respeto que se extiende desde allí hacia todos los demás seres vivos con los cuales compartimos este transitorio hogar.
‘Abdu’l-Bahá, hijo de Bahá’u’lláh, nos exhorta a “…llegar a ser la fuente de vida e inmortalidad, y de paz, y de consuelo, y de gozo, para toda alma humana, ya (..) sea conocida o extraña”.
Esta vida pasará como una estrella fugaz y se llevará consigo nuestras penas y alegrías. Ya sea que se trate de nuestra prosperidad o de nuestra humillación, “(…) ambas pasarán y dejarán de ser”. En nuestras manos se encuentra la oportunidad y en nuestro corazón la libertad, de fijar nuestra mirada hacia aquello que no perece, aquello que es eterno y real, y cuyo florecer tiene una belleza que no conoce fin: la vida del alma.
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