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Espiritualidad

El principio universal de crecimiento gradual

John Hatcher | Sep 21, 2021

PARTE 7 IN SERIES El propósito de los profetas de Dios

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John Hatcher | Sep 21, 2021

PARTE 7 IN SERIES El propósito de los profetas de Dios

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Todos podemos beneficiarnos de esta analogía útil -el proceso de nutrir y fortalecer nuestros cuerpos- para entender el programa espiritual gradual que el Creador emplea para educar a la humanidad.

Por ejemplo, no importa lo bien o saludable que nos alimentemos un día, seguiremos necesitando nutrirnos al siguiente. Del mismo modo, si deseamos fortalecernos físicamente, no importa cuán completa e inteligentemente nos ejercitemos un día, no podremos progresar sin un programa de ejercicios realizado durante un período de tiempo prolongado.

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En los escritos bahá’ís, Abdu’l-Bahá dijo que el amor y el alimento de Dios nunca disminuyen:

Todos son siervos de Dios y miembros de una sola familia humana. Dios los ha creado a todos, y todos son Sus hijos. Él cría, alimenta, provee y es bondadoso con todos.

Del mismo modo, estos planes o programas de salud y desarrollo físico nunca cesan. Si dejamos de comer regularmente alimentos decentes o nos volvemos negligentes en nuestro ejercicio, el progreso que hemos hecho cesará y todo el desarrollo alcanzado comenzará a disiparse.

El principio de gradualidad

Este principio de gradualidad en ambos procesos es igualmente comparable. Es posible que deseemos avanzar rápidamente y, por lo tanto, intentemos ejercitarnos más de lo que aún estamos preparados para emprender, en cuyo caso podemos dañar nuestro cuerpo.

La paciencia y el avance gradual constituyen los componentes más cruciales en cualquier programa de desarrollo humano, ya sea físico, mental o espiritual, como señalan repetidamente los escritos bahá’ís. En el libro Contestación a unas preguntas, Abdu’l-Bahá se refirió a este axioma como una «ley universal y divinamente decretada»:

Es como la semilla: el árbol existe en su interior pero está oculto y escondido; cuando la semilla crece y se desarrolla, aparece el árbol en su plenitud. De igual manera, el crecimiento y desarrollo de todos los seres se produce de manera gradual. Esta es la ley universal y divinamente decretada, y el orden natural. La semilla no se convierte en árbol de manera repentina; el embrión no se convierte en hombre de repente; la substancia mineral no se convierte en piedra en un momento; al contrario: todos crecen y se desarrollan gradualmente hasta que alcanzan el límite de la perfección.

Por eso necesitamos educadores distintos a nosotros, expertos en la formación del cuerpo, la mente y el espíritu. Esos educadores son esenciales para nuestro desarrollo individual y colectivo. Por esta misma razón, un solo maestro o revelación divina es insuficiente para guiar a la humanidad para siempre. El avance social, intelectual y espiritual de la humanidad representa un proceso continuo, una dinámica evolutiva, porque no hay un punto final. Nuestro perfeccionamiento individual y colectivo nunca termina ni se completa. Somos y seguiremos siendo siempre un trabajo en progreso, porque aunque nunca llegaremos a ser otra cosa que almas humanas, dentro de esa estación o categoría de existencia está la capacidad de desarrollarnos de manera interminable o infinita.

Es en este sentido que nosotros, como familia humana en el planeta Tierra, nunca llegaremos a un punto en el que ya no necesitemos esta asistencia externa. No podemos simplemente intuir cuál debe ser la siguiente etapa en nuestro refinamiento espiritual o cuándo debe ser emprendida o administrada, de la misma manera que un paciente puede diagnosticar su enfermedad, prescribir el mejor curso de tratamiento y luego aplicarlo inteligentemente.

Nuestra dependencia de las manifestaciones de Dios

A la luz de la naturaleza incremental de este programa de desarrollo humano, Abdu’l-Bahá explicó en Contestación a unas preguntas que sin la infusión periódica de gracia y guía liberada con el advenimiento de estos profetas divinos, mensajeros e intermediarios del reino celestial, la civilización humana sería incapaz de evolucionar, y que nunca habríamos emergido de nuestra etapa primitiva de existencia:

La iluminación del mundo del pensamiento procede de esos Centros de luz y Exponentes de los misterios. Si no fuese por la gracia de la revelación y la instrucción de esos Seres santificados, el mundo de las almas y el dominio de las características y cualidades animales, toda la existencia, llegaría a ser una ilusión efímera y se perdería la verdadera vida. Por eso, en el Evangelio se dice: «En el principio existía la Palabra», es decir, era el origen de toda vida.

Otro pasaje de los escritos bahá’ís puede ayudarnos a apreciar aún más la necesidad lógica de la aparición gradual de las manifestaciones para instigar y sostener el progreso humano, tanto porque nuestro progreso depende del conocimiento general de la realidad como porque nuestra iluminación se relaciona con el fomento de nuestra relación de amor con el Creador. Esta afirmación global de Bahá’u’lláh nos recuerda que todo lo que sabemos o deseamos saber se logra en última instancia a través de nuestro conocimiento de Dios mediante las enseñanzas de Sus profetas y mensajeros: «La fuente de toda erudición es el conocimiento de Dios, exaltada sea Su Gloria, y esto no puede alcanzarse sino mediante el conocimiento de Su Manifestación Divina».

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