Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
La ciudad de la certeza
“La ciudad de Dios” ha sido un símbolo recurrente en la Biblia y en otros autores. Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la fe bahá’í, recurre a la imagen de la ciudad de varias maneras. En la segunda parte del Libro de la certeza, Bahá’u’lláh dedica unos párrafos al buscador sincero para que entienda bien la esencia de los libros revelados y camine decidido en su búsqueda de “la Ciudad de la Certeza”. En este caso la ciudad es un símbolo de la palabra de Dios manifestada en diversas épocas por sus Manifestaciones.
Mas, ¡oh, mi hermano!, cuando un buscador verdadero decide dar el paso de la búsqueda por el camino que lleva al conocimiento del Anciano de Días, debe, antes que nada, limpiar y purificar su corazón, que es la sede de la revelación de los misterios interiores de Dios, del polvo ofuscador de todo conocimiento adquirido. […] Debe limpiar su corazón tanto, que no quede en él ningún vestigio de amor ni odio, no sea que ese amor lo incline ciegamente al error o ese odio lo aleje de la verdad. […] No debe nunca tratar de enaltecerse por encima de nadie, debe borrar de la tabla de su corazón toda huella de orgullo y vanagloria, debe asirse a la paciencia y resignación, guardar silencio y abstenerse de la conversación ociosa. Pues la lengua es fuego latente, y el exceso de palabras un veneno mortal. […]
Cuando el canal del alma humana se haya limpiado de todo apego impeditivo y mundano, percibirá indefectiblemente, a través de distancias inmensurables, el hálito del Amado y, guiado por su perfume, llegará a la Ciudad de la Certeza y entrará en ella. Allí descubrirá las maravillas de su antigua sabiduría y percibirá todas las enseñanzas ocultas en el susurro de las hojas del Árbol que florece en esa Ciudad. […] La llegada a esa Ciudad apaga la sed sin agua y enciende el amor de Dios sin fuego. […]
Por tanto, oh, mi amigo, nos incumbe hacer el máximo esfuerzo por alcanzar esa Ciudad y desgarrar, por la gracia de Dios y su amorosa bondad, los “velos de la gloria”, para que, con resolución inflexible, sacrifiquemos en el camino del Nuevo Amado nuestras almas languidecidas. Deberíamos, con lágrimas en los ojos, implorarle ferviente y repetidamente que bondadosamente nos concediese semejante gracia. Aquella Ciudad no es otra que la Palabra de Dios, revelada en cada época y dispensación. En los días de Moisés fue el Pentateuco; en los días de Jesús, el Evangelio; en los días de Muhammad, el Mensajero de Dios, el Corán; en este día es el Bayán; y en la dispensación de Aquel a Quien Dios ha de manifestar Su propio Libro, Libro al que necesariamente han de referirse todos los Libros de Dispensaciones anteriores, Libro que entre todos sobresale, trascendente y supremo. En estas Ciudades se ha provisto sustento espiritual abundante y han sido dispuestos deleites incorruptibles. El alimento que dispensan es el pan del cielo, y el Espíritu que comunican es la inagotable bendición de Dios. Confieren a las almas desprendidas el don de la Unidad, enriquecen a los desamparados y brindan el cáliz del conocimiento a quienes vagan por el desierto de la ignorancia. Toda la guía, las bendiciones, el conocimiento, comprensión, fe y certeza conferidas a cuanto hay en el cielo y la tierra están ocultas y se atesoran en esas Ciudades. – El libro de la certeza.
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La ciudad de Dios es su palabra expresada en diversos escritos sagrados y por diversos autores, pero en realidad es el mismo autor y su palabra es la misma. Por esto Bahá’u’lláh habla de «la ciudad de la unidad» para referirse a esa unidad esencial que se da entre todas sus manifestaciones. En el mismo Libro de la certeza lo expresa así:
Te es claro y evidente que todos los Profetas son los Templos de la Causa de Dios, quienes han aparecido ataviados con diversas vestiduras. Si observaras con ojo perspicaz, los verías habitando en el mismo tabernáculo, volando en el mismo cielo, sentados en el mismo trono, pronunciando las mismas palabras, proclamando la misma Fe. Tal es la unidad de esas Esencias del ser, de esas Lumbreras de esplendor inmenso e infinito. – El libro de la certeza.
La ciudad de la unidad
Bahá’u’lláh escribió una tabla con el título de La ciudad de la unidad (Madinatu’t-Tawhid) en honor de Salmán. Adib Taherzadeh le dedica 15 páginas del tomo primero de La revelación de Bahá’u’lláh y explica:
La Tabla de Madinatu’t-Tawhid fue redactada en árabe en respuesta a una petición de Shaykh Salmán por la que solicitaba a Bahá’u’lláh que explicase la cuestión de la unicidad de Dios.
La tabla está dirigida a Shaykh Khánjar Hindiyani, un fiel seguidor suyo a quien le otorgó el título de Salmán en honor al discípulo de Muḥammad designado por él con ese sobrenombre que significa paz y sumisión a la voluntad de Dios, lo mismo que “islam” y “musulmán”. El discípulo de Bahá’u’lláh se dedicó a difundir su causa y a llevar sus cartas a los amigos de Persia, con los que se comunicaba para animarlos y aclarar sus consultas. Salmán consiguió entregarlas sin que ninguna cayera en manos de los enemigos para lo que tuvo incluso que comerse algunas en una ocasión. Era un hombre muy alegre y sencillo, sincero y poco amigo de los convencionalismos; no obstante, destacaba por su profundidad y riqueza de conocimientos. En esta carta personal, Bahá’u’lláh le anima recorrer el país con los pies de la firmeza, las alas del desprendimiento y un corazón que arda con el fuego del amor de Dios.
No está traducida, pero el número XXIV de Pasajes de los escritos de Bahá’u’lláh es un fragmento de esa tabla:
Cuidaos, oh creyentes en la Unidad de Dios, de ser tentados a hacer distinción alguna entre cualesquiera de las Manifestaciones de Su Causa, o de discriminar contra los signos que han acompañado y proclamado su Revelación. Esto es, de cierto, el verdadero significado de la Unidad Divina, ojalá fuerais de los que comprenden esta verdad y creen en ella. Además, estad seguros de que las obras y hechos de cada una de estas Manifestaciones de Dios, es más, cuanto a ellas atañe y cuanto manifiesten en el futuro, es todo ordenado por Dios y es un reflejo de Su Voluntad y Propósito. Quien haga la más leve diferencia entre sus personas, sus palabras, sus mensajes, sus hechos y su forma de ser, en verdad, no ha creído en Dios, ha rechazado Sus signos y traicionado la Causa de Sus Mensajeros.
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