Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Durante mis primeros años como inmigrante pobre en los Estados Unidos, trabajé hombro a hombro al lado de afroamericanos, por lo cual pude vislumbrar sus vidas y dificultades.
Como un extranjero que luchaba en esta nueva sociedad, me sentí identificado con las dificultades de mis compañeros de trabajo afroamericanos que, como yo, a menudo eran vistos con sospecha y tenían más probabilidades de ser maltratados que las personas blancas. Trabajábamos duro por salarios bajos en condiciones difíciles en cocinas de restaurantes y en otros trabajos de baja categoría, a menudo para jefes crueles y desagradables, y aquellas luchas compartidas nos conectaban.
Como jóvenes persas que esperaban crear una sociedad más abierta, democrática e igualitaria en Irán, el Movimiento por los Derechos Civiles también nos atrajo. Me uní a un grupo de amigos persas que se conducían hacia la Marcha en Washington en 1963. No teníamos dinero para un motel, así que dormimos en el auto. Queríamos ser parte de este emocionante momento de la historia. Fuimos testigos de lo que luego sería visto como el momento icónico del movimiento emergente de los derechos civiles.
Este movimiento comenzó a fines de la conservadora década de los 50’s, cuando los boicots en los autobuses y las sentadas, liderados por la figura carismática e inspiradora del Dr. Martin Luther King, Jr., desafiaron las leyes de Jim Crow que habían durado décadas. Con su poderosa personalidad al frente, y una creciente conciencia y aceptación pública entre los blancos de la realidad de la injusticia racial, el movimiento hizo avances sustanciales, dando como resultado la Ley de Derechos Civiles en 1964 y la Ley de Derechos Electorales de 1965.
Con ese éxito, surgió una tensión más radical en el movimiento, que usó la frase «Poder Negro». El estallido de disturbios en las ciudades estadounidenses erosionó parte del apoyo a los derechos civiles entre los estadounidenses blancos que se sorprendieron por los disturbios urbanos. El asesinato del Dr. Martin Luther King, Jr. puso fin a la fase idealista del movimiento, pero como bahá’í, seguí creyendo y trabajando por la unidad de toda la raza humana:
Todos los Profetas han sido enviados a la tierra con un propósito único; por eso Jesucristo Se puso de manifiesto, por eso Bahá’u’lláh elevó la llamada del Señor: para que el mundo del hombre llegue a ser el mundo de Dios; este dominio inferior, el Reino; esta oscuridad, la luz; esta perversidad satánica, todas las virtudes del cielo; y que toda la raza humana conquiste la unidad, la hermandad y el amor, que reaparezca la unidad orgánica y sean destruidas las bases de la discordia, y que la vida eterna y la gracia sempiterna se conviertan en la cosecha de la humanidad. – Abdu’l-Bahá, Selecciones de los escritos de Abdu’l-Bahá, pág. 25.
Finalmente, la emoción de los tiempos y la estabilidad de mi matrimonio me ayudaron a abandonar mi extrañeza en esa sociedad y a involucrarme más en los problemas de la sociedad que me rodeaba. Inspirado por las enseñanzas bahá’ís y por los movimientos mundiales contra los prejuicios y el racismo, me uní a una escuela incipiente organizada por hermanas católicas, ministros negros y bahá’ís, dedicada al cambio social: la escuela Harlem Prep.
Las calles de Harlem estaban muy lejos de los caminos de tierra de mi pequeña ciudad natal al sur de Irán y, sin embargo, Harlem fue donde me encontraba a fines de la década de 1960, trabajando como administrador en la innovadora escuela Harlem Prep.
Harlem Prep fue un fruto de aquella época, una que exigía justicia social y cambio.
La prosperidad de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, la administración de Kennedy y el poderoso movimiento de derechos civiles proporcionaron el impulso para abordar los problemas sociales y económicos de larga data. El presidente Johnson propuso la creación de una Gran Sociedad a través de la participación activa del gobierno federal. Siendo uno de los mayores esfuerzos legislativos en la historia de los Estados Unidos, la Gran Sociedad de Johnson tenía como objetivo aliviar la pobreza y promover los derechos civiles. El gobierno federal ahora participaba directamente en la gestión de cuestiones relacionadas con los derechos civiles, la pobreza, la educación, la salud, la vivienda, los derechos de voto, la contaminación, las artes, el desarrollo urbano, la seguridad laboral, la protección del consumidor y el transporte público.
Una de las necesidades más evidentes de Harlem era una escuela secundaria de preparación universitaria para jóvenes en riesgo. Para remediar esto, el Reverendo Callender se asoció con Manhattanville College, una escuela dirigida por la Orden del Sagrado Corazón. Esta colaboración siguió la tradición de colaboración interracial de la Urban League.
El Concilio Vaticano II había revolucionado el trabajo de la Iglesia Católica y, como resultado, todas sus órdenes se involucraron más en la vida de la sociedad civil. Manhattanville College ya tenía una larga tradición cristiana de voluntariado estudiantil. Durante décadas, sus estudiantes habían servido en vecindarios necesitados, como Harlem. La hermana McCormack, presidenta de la universidad, conocía a los líderes prominentes en Harlem y decidió trabajar con el reverendo Callender para desarrollar una escuela secundaria de preparación universitaria en el centro de Harlem para jóvenes en riesgo. Puso la implementación del proyecto en las capaces manos de la hermana Ruth Dowd, quien estaba emocionada, aunque nerviosa, por su nueva responsabilidad. En junio de 1967, el reverendo Callender y la hermana McCormack firmaron un memorando de entendimiento para fundar una alternativa al sistema escolar público problemático: la escuela Harlem Prep.
La escuela abrió en una antigua armería con 49 estudiantes (más de 200 habían presentado solicitudes) y para fines de año la inscripción superó los 79 estudiantes. Los esfuerzos de ese primer año dieron sus frutos cuando todos sus estudiantes fueron aceptados en universidades. Con la ayuda de fondos de la Fundación Mosler, Union Carbide, la Urban League, la Fundación Astor, la Fundación Ford y Coca-Cola, la escuela tomó su hogar permanente en las instalaciones de un supermercado restaurado, con muebles nuevos donados por el diseñador Herman Miller. El nuevo espacio permitiría a la escuela aumentar sustancialmente la capacidad de alumnos. El interior tenía una gran distribución abierta, con un gran lucernario a través del cual entraba la luz. El plan de estudios tenía un diseño flexible que incluía los aportes de los estudiantes. El horario era modular, con clases de diferentes longitudes.
Algo importante fue que la Junta de Harlem Prep encontró un líder dinámico en el educador bahá’í Ed Carpenter, quien tenía la capacidad de inspirar a otros con aquella visión de ayudar a mejorar la vida de los jóvenes. No veía a los estudiantes como «desertores», sino más bien como una fuerza de empuje; niños expulsados por la indiferencia y el tedio del sistema público. Junto con Ed, su esposa, Ann trabajó incansablemente organizando los tediosos detalles de la administración escolar, tales como horarios, capacitación y supervisión de maestros, y materiales.
Me enteré de Prep Herlem debido a mi asociación con Ed y Ann, que eran bahá’ís y a quienes quería y admiraba mucho. Uno no podía evitar sentirse de esa manera con ellos e inspirarse de la visión que tenían para los jóvenes. Mi experiencia como inmigrante que intentaba ganarse la vida en cocinas calientes y llenas de gente, y el maltrato que había resistido como bahá’í en un pequeño pueblo musulmán chiíta en Irán, me abrió la mente para tratar de comprender la lucha de los estadounidenses negros contra el racismo y el estado de Jim Crow.
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