Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Desde que era una niña, he apreciado la belleza de la luz de las estrellas. Mis padres incluso pusieron pegatinas de estrellas fugaces y de la luna en mi techo para que las viera mientras me dormía cada noche. Esas luces parpadeantes en el cielo son un recordatorio constante de la inmensidad del universo. Pero hace poco aprendí algo sobre las estrellas que hace que su brillo sea un poco más personal.
Las estrellas -los bloques de construcción más notables y fundamentales de las galaxias- componen el 97% de nuestro cuerpo. De hecho, según el Museo de Historia Natural de Londres, «cualquier elemento de tu cuerpo que sea más pesado que el hierro ha pasado por al menos una supernova».
Imagen en mosaico de la nebulosa del Cangrejo, un remanente de la explosión de una supernova de seis años luz de ancho.
En una entrevista con el museo, la Dra. Ashley King, científica planetaria y experta en polvo estelar, explicó: «Cada elemento se formó en una estrella y si se combinan esos elementos de diversas maneras se pueden crear especies de gas, minerales y cosas más grandes como los asteroides, y a partir de los asteroides se pueden empezar a crear planetas y luego se empieza a crear agua y otros ingredientes necesarios para la vida y luego, finalmente, nosotros».
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Esto hace referencia a una pregunta que Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe bahá’í, formuló en su libro «Los siete valles y los cuatro valles»:
¿Te consideras sólo una débil forma, cuando dentro de ti está plegado el universo?
Pero Bahá’u’lláh no se refería únicamente al universo físico que tenemos dentro. Se refería a los «planos y estados espirituales [que] están plegados y ocultos en nuestro interior». Entonces, ¿podría haber un significado espiritual y simbólico en el hecho de que los humanos estén hechos de polvo de estrellas?
El autor J. E. Esslemont explicó en su libro «Bahá’u’lláh y la Nueva Era» que Bahá’u’lláh explica que “estas profecías acerca del sol, la luna y las estrellas, los cielos y la tierra son simbólicas y no deben ser interpretadas simplemente en su sentido literal. Los Profetas estaban principalmente interesados en los asuntos espirituales, no en los materiales; en la luz espiritual, no en la física».
Cuando en los textos religiosos se menciona el sol -la estrella más notable en el centro de nuestro sistema solar-, suele simbolizar a los numerosos profetas de Dios que iluminaron espiritualmente al mundo.
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«El sol es la suprema fuente de luz, de manera que Moisés fue un sol para los hebreos, Jesucristo para los cristianos, y Muhammad para los musulmanes», escribió Esslemont. Explicó que las estrellas a veces significan «La luna y las estrellas son las fuentes menores de iluminación, los líderes y educadores religiosos, que son los que debieran guiar e inspirar a las gentes».
Esta es una de las primeras oraciones bahá’ís que memoricé de niña: “¡Oh Dios! Guíame, protégeme, haz de mí una lámpara brillante y una estrella resplandeciente. Tú eres el Fuerte y el Poderoso».
Creo que estaba orando para convertirme algún día en una fuente de inspiración para los demás y para dedicar mis talentos, conocimientos y fuerzas a mejorar y servir a la sociedad.
Por eso, encuentro inspiración en estas palabras de Bahá’u’lláh:
¡Oh, pueblo de Dios! Los eruditos justos que se dedican a guiar a otros y están libres y bien protegidos de los impulsos de una naturaleza baja y codiciosa, son estrellas del cielo del conocimiento verdadero… En verdad, son fuentes de aguas que fluyen suavemente, estrellas que brillan resplandecientes, frutos del Árbol bendito, exponentes del poder empíreo y océanos de sabiduría celestial”.
Pero para llegar a ser estrellas, tenemos que llevar una vida virtuosa y desprendernos del mundo material. ¿Y cómo se hace esto?
Abdu’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh y una de las figuras centrales de la Fe bahá’í, escribió que el “los amigos [que] son las estrellas de la cúspide de la Providencia y los planetas del firmamento de la Guía» disipan «la oscuridad y destruyen el fundamento de la envidia y la enemistad. Desean para el mundo y sus habitantes la unidad y la paz; destruyen la base de la guerra y la contienda; buscan la integridad, la fidelidad y la amistad, y son bienintencionados incluso con el enemigo malintencionado. Así hacen de esta prisión de la infidelidad la sublime mansión de la fidelidad, y de esta mazmorra de la envidia un agradable paraíso”- [Traducción provisional por Oriana Vento].
Llegar a ser una estrella espiritual no es una tarea fácil, ni debe tomarse a la ligera. Requiere que dediquemos nuestra vida a trabajar por la unidad mundial y a disipar divisiones hostiles, como el racismo, el sexismo y otros prejuicios. Pero, sin duda, es una vocación digna a la que aspirar. Al fin y al cabo, estamos destinados a brillar como lo hacen las estrellas, mientras nos esforzamos por que nuestras luces espirituales interiores sean tan radiantes como los faros físicos del cielo nocturno.
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