Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Tengo cáncer. Vivo en una residencia. Tengo 88 años. Justo cuando mi muerte parece acercarse de forma definitiva y muy bienvenida, mi ego asoma su fea cabeza y me doy cuenta: «¡Espera, Dios! Todavía no estoy cualificada».
Me explico. Tengo una amiga muy querida, generosa de corazón y constantemente indulgente, que me ha estado ayudando durante mucho tiempo. La mayor parte de su vida laboral ha sido profesora universitaria, por lo que le encanta enseñar. Casi siempre que intenta resolver uno de mis problemas relacionados con la informática, me explica detalladamente lo que está haciendo.
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Pero yo tengo un grado leve de trastorno por déficit de atención (TDA) y nunca he sido capaz de prestar atención a los detalles, así que pierdo la concentración y la paciencia mientras ella explica. Esto crea constantemente enfrentamientos entre nosotras, el último de los cuales ocurrió hace unos días. Esto siempre ha sido una fuente de vergüenza y culpabilidad para mí, lo cual es muy incómodo e inquietante.
Así que, tras mi último episodio de desagradecimiento, me di cuenta claramente de que mi ego está trabajando a tiempo completo, quizá horas extras.
Mi problema es que cuando mi amiga intenta enseñarme algo, sólo me interesa ver cómo se resuelve el problema, no aprender una lección detallada, así que por dentro me molesta que me enseñe. Además, cuando me enseña algo en detalle, pierdo el interés e incluso considero que su enseñanza es un menosprecio. Mi falso orgullo entra en acción y me comporto mal con una querida amiga que dedica su tiempo y su energía a ayudarme.
Quizá por eso aún no estoy capacitada para morir: no he aprendido las lecciones espirituales que mi alma necesita para su existencia en el otro mundo, como nos piden a todos las enseñanzas bahá’ís: “… la función privativa destinada al hombre es la de recatarse y redimirse de los defectos inherentes a la naturaleza y recibir las virtudes ideales de la Divinidad”.
Estoy absolutamente segura de que esas virtudes divinas incluyen la paciencia, la bondad y la consideración hacia los demás, de las que a veces carezco.
Espero estar en camino de conseguir esas cualidades necesarias para entrar en el otro mundo, y PRONTO. Tengo muchas ganas de conseguirlo.
Físicamente, me siento bien estos días, para sorpresa mía. También, para sorpresa mía, no me gusta sentirme bien. Quiero irme a casa. Todavía tengo ganas de intentar que Dios me suba a ese tren que me lleve a casa, pero no quiero que Dios se ría demasiado de mí. Es duro, sin embargo, vivir en el limbo, entre este mundo y el otro.
Señor, por favor, dame paciencia – ¡pero dámela ayer!
Creo que me estoy resignando a la idea de que no me subiré a ese tren de la gloria pronto, así que me estoy conformando con trabajar en la traducción de mis artículos de BahaiTeachings al farsi, para que mis amigos persas y mi familia extensa puedan leerlos. Una de las cosas con las que estoy batallando es cómo encontrar ilustraciones gratuitas para mis ensayos.
Realizar este trabajo me ha vuelto a poner delante de los milagros de la vida cotidiana. Hace un par de semanas, me sentí decepcionada de mi búsqueda de buenas ilustraciones, pensando que tal vez debería darme por vencida, porque no conseguía ninguna ayuda, y con mi naturaleza impaciente, me resultaba muy difícil. Durante uno de mis paseos nocturnos en los que suelo orar, tuve una charla de corazón a corazón con Dios y le pedí: «Si debo hacer este trabajo, por favor, ábreme la puerta, y si no debo hacerlo, por favor, ciérrame la puerta de un modo que, incluso con mi cabeza dura, yo lo pueda entender.»
Estaba casi totalmente resignada a que me respondiera «¡NO!» Bueno, sucedió un milagro, y una puerta que nunca había visto antes se abrió de par en par, en la forma de un amigo de toda la vida y su hermosa esposa que vinieron a visitarme. Al contarle mi situación, en pocos minutos me presentaron a ChatGPT.
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Eso me llevó a todo el nuevo mundo de la inteligencia artificial, y creo que incluso puedo, con un poco de ayuda de otro ángel, aprender a crear ilustraciones gratuitas para acompañar cada uno de mis artículos. Nunca había soñado con algo tan fácil de usar. Estoy muy agradecida a Dios y no dejo de repetir la oración de Bahá’u’lláh pidiendo ayuda, que para mí es también una oración de agradecimiento:
¡Mi Dios, mi adorado, mi rey, mi deseo! ¿Qué lengua puede expresar mis gracias a Ti? Yo era negligente, Tú me despertaste. Yo te había dado la espalda, Tú me ayudaste bondadosamente a volverme hacia Ti. Yo era como un muerto, Tú me vivificaste con el agua de vida. Yo estaba marchito, Tú me reanimaste con la corriente celestial de Tu Palabra que ha fluido de la Pluma del Todo Misericordioso.
¡Oh Divina Providencia! Toda la existencia es engendrada por Tu munificencia; no la prives de las aguas de Tu generosidad ni del océano de Tu misericordia. Te imploro que me ayudes y me asistas en todo momento y en todas condiciones, y anhelo Tu antiguo favor del cielo de Tu gracia.
Tú eres, en verdad, el Señor de munificencia y el Soberano del reino de la eternidad.
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