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Explorando «2001: una odisea del espacio» desde una perspectiva bahá’í

Mark Heinz | Ene 15, 2020

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Mark Heinz | Ene 15, 2020

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La película de Stanley Kubrick de 1968 «2001: Una Odisea del Espacio» es una de mis favoritas de todos los tiempos – y por la aclamación de la crítica, una de las mejores películas jamás hechas. ¿Tiene esta película un componente espiritual?

Creo que tenía unos diez años cuando la encontré por primera vez, viendo la mayor parte de ella por televisión en una de las varias casas en las que crecí. Mi padre trabajaba como guardabosques del Servicio Forestal de Estados Unidos, así que nos mudábamos cada dos años durante la parte inicial de mi infancia.

Recuerdo que me cautivaron las imágenes vívidas, aunque mi joven mente no pudo captar mucho del significado. Kubrick era notoriamente meticuloso en su enfoque de la cinematografía, y la belleza pura de sus películas se considera sin parangón aún hoy en día.

Volví a ver la película unos 10 años más tarde, durante mis primeros años de universidad, cuando todavía no conocía de la Fe bahá’í. Desde que me declaré bahá’í en 1990, la he disfrutado varias veces más – recientemente, la pude ver por primera vez en la pantalla grande, cuando uno de nuestros cines locales presentó su 50 aniversario de reestreno.

Al ser una película tan compleja y con varias capas, parece que no hay dos críticos que hayan llegado a las mismas conclusiones a lo largo de las décadas con respecto a sus temas y significados. De hecho, Kubrick dejó intencionalmente muchos de sus elementos clave de forma vaga, incitando a los espectadores a buscar sus propias interpretaciones.

Aun así, un tema parece estar universalmente acordado: los objetos negros y rectangulares de la película llamados «monolitos» – que podrían tener otra fuerza o seres detrás de ellos – influyen en el desarrollo de la humanidad a lo largo de la película. El primer monolito aparece ante una banda de prehomínidos durante la secuencia de apertura de la película. Poco después, un miembro del grupo tiene la epifanía de empezar a usar el fémur de un animal como herramienta/arma, y su banda empieza a dominar su entorno, cazando comida y ahuyentando a un grupo rival de homínidos del precioso y único abrevadero de la zona, dando los primeros pasos evolutivos de la humanidad hacia una especie compleja y tecnológica.

Al final de la película, uno de los personajes principales, el astronauta Dave Bowman, parece ser arrastrado hacia un monolito en el momento de su muerte biológica, sólo para resurgir como un bebé, aunque increíblemente avanzado, al que comúnmente se le llama «el niño estrella».

Como bahá’í, el tema de la humanidad siendo ayudada por una influencia externa superior y finalmente evolucionando a una forma más elevada, resuena profundamente en mí.

Para explicar brevemente esa conexión, la Fe bahá’í reconoce la existencia de Dios, con una teología que yo describiría como prácticamente agnóstica – porque las enseñanzas bahá’ís dicen que el conocimiento de Dios está más allá de cualquier conocimiento, comprensión o entendimiento humano. Sin embargo, los bahá’ís no perciben a Dios como desconectado – todo lo contrario. De hecho, las enseñanzas bahá’ís dicen que el Creador guía regularmente a la humanidad a través de una serie de mensajeros espirituales.

A través de los siglos, esos mensajeros han educado a la humanidad, y esa educación ha generado directamente nuestra evolución espiritual. Los escritos bahá’ís se refieren a estos mensajeros como los profetas y «manifestaciones de Dios».

Algunos de los más conocidos incluyen a Buda, Abraham, Moisés, Zoroastro, Cristo y Muhammad. Los bahá’ís reconocen a Bahá’u’lláh (que significa «La Gloria de Dios»). Él apareció en la Persia del siglo XIX, como la manifestación de Dios para nuestra emergente época actual – mejor descrita como la edad de la madurez de la humanidad.

En las enseñanzas bahá’ís se ve manifestado el tema principal de una influencia externa – Dios, a través de Sus manifestaciones – guiando a la humanidad a lo largo de un arco de desarrollo en continuo progreso.

De manera similar a los monolitos simbólicos de «2001», esas manifestaciones tienen una presencia tangible en el plano físico, pero permanecen esencialmente misteriosas, más allá de nuestra plena comprensión. Por ejemplo – aunque las manifestaciones aparecen entre nosotros en forma humana, como lo hicieron Cristo y Bahá’u’lláh, puedo pensar en al menos dos diferencias clave entre ellos y nosotros.

Los humanos tienen un profundo deseo de conocimiento; sin embargo, nosotros debemos adquirir nuestro conocimiento. Además, la Fe bahá’í enseña que, aun cuando el alma humana no tiene fin y sobrevive a la desaparición del cuerpo físico, esta sí tiene un comienzo, llegando a existir en el momento de la concepción. Por el contrario, las enseñanzas bahá’ís dicen que las manifestaciones de Dios poseen un conocimiento innato y no tienen principio ni fin; preexisten en el ámbito espiritual antes de aparecer en el plano terrestre.

A diferencia de los monolitos de 2001, esos mensajeros se comprometen activamente con la humanidad – como maestros, médicos divinos para nuestros males espirituales, salvadores, redentores y guías amorosos. Su influencia llega mucho más allá de sus misiones terrenales. De hecho, su poder e influencia crece inmensamente después de que salen del reino físico. También nos proporcionan la prueba más inmediata y poderosa de la existencia y la misericordia de Dios.

Como escribió Bahá’u’lláh:

Estando así cerrada la puerta del conocimiento del Anciano de Días ante la faz de todos los seres, la Fuente de gracia infinita ha hecho que, conforme a Su dicho: “Su gracia ha trascendido todas las cosas; Mi gracia las ha abarcado todas”, aparezcan del dominio del espíritu aquellas luminosas Joyas de Santidad, en la noble forma del templo humano, y sean reveladas a todos, a fin de que comuniquen al mundo los misterios del Ser inmutable y hablen de las sutilezas de Su Esencia imperecedera.

Estos Espejos santificados, estas Auroras de antigua gloria, son todos y cada uno los Exponentes en la tierra de Aquel que es el Astro central del universo, su Esencia y Propósito último. De Él proceden su conocimiento y poder; de Él proviene su soberanía. La belleza de su semblante es solamente un reflejo de Su imagen; y su revelación, un signo de Su gloria inmortal. Ellos son los Tesoros del conocimiento divino y los Depositarios de la sabiduría celestial. A través de ellos se transmite una gracia que es infinita, y por ellos se revela la Luz que jamás palidece. – Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh, pág. 14.

Todo esto proporciona una explicación convincente y lógica de cómo nosotros -una especie aparentemente pequeña, frágil y poco impresionante- hemos logrado llegar tan lejos como lo hemos hecho. Como especie, los seres humanos han dominado casi todo el planeta y han prosperado en varios entornos difíciles, llegando al punto de dar nuestros primeros pasos tentativos más allá de la cuna de la Tierra. La guía e influencia de las manifestaciones nos ha permitido desarrollar las ciencias y disciplinar nuestros poderes de percepción y nuestro sentido de asombro hacia las grandes obras de arte a través de numerosos medios – incluyendo las películas.

Pero a pesar de los progresos que hemos hecho hasta ahora, nuestra continua necesidad de orientación moral y ética se ha hecho evidente también – en nuestros propios errores y deficiencias personales, así como en nuestras atrocidades colectivas, como la guerra, el genocidio y la destrucción del medio ambiente.

Aún así, veo a través de las enseñanzas bahá’ís la posibilidad esperanzadora y optimista reflejada en el clímax de 2001 – nuestro continuo desarrollo colectivo hacia un orden completamente nuevo. Sucederá, prometen los escritos bahá’ís, no tanto en una forma física dramática, como se describe en la escena final de la obra maestra de Kubrick, sino fundamentalmente de una manera espiritual e intelectual. Podríamos finalmente realizar nuestra búsqueda para crecer de primates brutos a ángeles, con la influencia y la guía del nuevo mensaje de amor, unidad y paz de Bahá’u’lláh.

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