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Espiritualidad

Las 3 grandes trampas de la vida: El materialismo, la imitación y el ego

V. M. Gopaul | Mar 14, 2023

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Si queremos cumplir el profundo propósito espiritual de esta vida, tendremos que evitar al menos tres grandes obstáculos: el materialismo, la imitación y la autoglorificación que exigen nuestros egos.

Para ilustrar el materialismo, consideremos el caso ficticio del Dr. Steve Kalichuck, un cirujano estético de gran éxito que tiene un objetivo muy sencillo: disfrutar de la vida todo lo posible. Para Steve, no hay vida más allá de la muerte. Por lo tanto, debe aprovechar al máximo esta vida, lo que para él significa aumentar su disfrute todo lo posible. Se adorna con joyas de oro, viste ropa cara de diseño, vive en una casa lujosa, hace vacaciones exóticas y conduce coches veloces. Su mujer y sus tres hijos comparten sus valores. Cuando no consiguen lo que quieren, se enfadan, se ponen celosos y a menudo son groseros con los demás e incluso entre ellos. Al estar tan centrados en lo material, pierden oportunidades de desarrollar cualidades espirituales.

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Esta familia, y todas las demás como ella, aún no han experimentado su nacimiento espiritual. Como Bahá’u’lláh escribió en su Libro de la Certeza, aquellos que siguen el mismo camino materialista que nuestro cirujano imaginario:

… [ha] puesto sus afectos en cosas del mundo tales como apego a los bienes terrenales, a la esposa, a los hijos, a la comida y bebida, y a cosas semejantes; tan es así que de día y de noche su única preocupación había sido amasar riquezas y procurarse los medios para sus diversiones y placeres.

Consideremos ahora la imitación, que puede caracterizarse como un apego a ideas arcaicas, visiones distorsionadas, tradiciones obsoletas y hábitos contraproducentes. Las enseñanzas bahá’ís afirman que todos estos apegos son velos que bloquean nuestra visión espiritual.

Bahá’u’lláh enseñó que periódicamente aparece un nuevo mensajero de Dios con nuevas enseñanzas para la humanidad. Cuando esto ocurre, al principio sólo unos pocos aceptan la nueva revelación. Por ejemplo, en el momento de la muerte de Cristo, sólo un puñado de discípulos aceptaron sus nuevas enseñanzas, porque no cumplía las expectativas literales del Mesías. Del mismo modo, hoy en día nuestras tradiciones religiosas y sociales se han convertido en barreras para los nuevos conocimientos, reforzadas por el hecho de que la mayoría de la gente sigue automáticamente y sin cuestionar la religión y las tradiciones de sus padres.

Imitar las creencias y acciones de otros conduce invariablemente a la ceguera y la injusticia, como Bahá’u’lláh señaló en sus escritos:

La esencia de todo lo que te hemos revelado es la Justicia; y ésta consiste en que el hombre se libere de la ociosa fantasía y de la imitación, que sepa percibir con el ojo de la unidad Su gloriosa obra y que investigue todas las cosas con ojo perspicaz.

Por último, llegamos a la autoglorificación, que puede considerarse como el apego del ego a las propias virtudes, ya sean reales o percibidas.

La inteligencia es una virtud, pero podemos volvernos arrogantes con facilidad si nos fijamos demasiado en esta cualidad. Tener inteligencia sólo beneficia verdaderamente a nuestra alma si practicamos la humildad. Las características internas de cada persona se convierten naturalmente en parte de nuestra identidad, y pueden verse en nuestros logros espirituales, pero incluso una cualidad positiva puede convertirse en un obstáculo cuando permitimos que se convierta en arrogancia.

Cuando empezamos a sentirnos superiores a los demás, nuestra arrogancia se manifestará en nuestro comportamiento. Por ejemplo, una persona bondadosa que se enorgullece de su bondad puede empezar a realizar actos de bondad no por puro corazón, sino para presumir. Además, puede empezar a juzgar a los demás como menos amables que él. El comportamiento resultante será cualquier cosa menos amable.

El orgullo y la tendencia a ver a los demás como inferiores es un signo inequívoco del apego del ego a nuestras cualidades.  La madurez espiritual, en cambio, se manifiesta en la capacidad de reconocer que cada alma ha recibido su parte justa de la gracia divina. Debemos cultivar la humildad en la misma medida que otras cualidades divinas. Abdu’l-Bahá, el hijo y sucesor de Bahá’u’lláh, definió los peligros del ego en un discurso que dio en Boston en 1912:

El hombre posee dos clases de sensibilidad; las emociones naturales, las cuales son como el polvo en el espejo, y las sensibilidades espirituales, las cuales son características misericordiosas y celestiales.

Existe un poder que purifica el espejo del polvo y transforma su reflejo en intenso brillo y esplendor para que las sensibilidades espirituales puedan purificar los corazones y los dones celestiales los santifiquen. ¿Qué es el polvo que oscurece el espejo? Es el apego al mundo, la avaricia, la envidia, el amor por el lujo y la comodidad, la soberbia y el deseo egoísta; éste es el polvo que 256 impide el reflejo de los rayos del Sol de la Realidad en el espejo.

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Este apego es el más peligroso de todos. Es como la flecha que derriba a un pájaro que vuela alto. Por muy avanzada que esté, un alma puede estrellarse contra el suelo si la hieren las flechas del ego: los celos, el poder, la codicia o la autoadoración.

Todo lo que nos rodea, desde la comida y la ropa hasta la familia y la amistad, ha sido creado para nuestro provecho. Cuando se obtienen de forma legítima, debemos disfrutarlas de todo corazón y estar verdaderamente agradecidos por ellas. Sin embargo, ninguna de estas cosas debe llegar a ser como un dios para nosotros, eclipsando a nuestro Dios verdadero y haciendo que nos olvidemos de Él. Ninguna de ellas debe eclipsar la luz del Espíritu Santo; ninguna de ellas debe apagar el espíritu de fe de nuestros corazones. Debemos estar siempre vigilantes para que ningún apego nos distraiga de nuestro verdadero propósito.

Una vida equilibrada hace crecer nuestros poderes espirituales y expande nuestra conciencia más allá de lo imaginable. Rara vez reconocemos las maravillas que nos rodean y de las que formamos parte. Dejemos que Bahá’u’lláh nos lo explique:

Oh hermano mío, comprende entonces el significado de la resurrección y purifica tus oídos… Si te adentraras un poco en los mundos del desprendimiento, atestiguarías que no puede imaginarse día más grande que este Día ni resurrección más poderosa que esta Resurrección, y que una acción en este Día equivale a acciones realizadas durante cien mil años –es más, pido perdón a Dios por esta limitación, porque las acciones realizadas en este Día son santificadas más allá de cualquier recompensa limitada. [Traducción Provisional de Oriana Vento].

Las evidencias de la grandeza de esta época nos rodea, pero se requiere un ojo perspicaz para reconocerla. Si nos centramos en las historias contadas por los medios de comunicación, en su mayoría oiremos lo negativo: crisis financieras, desastres naturales, crimen y rebelión armada. Tales acontecimientos son un aspecto de esta época, que nos obliga a buscar mejores soluciones a nuestros problemas, pero no son toda la historia. También ocurren cosas maravillosas continuamente en todo el mundo.

En esta era, muchas cosas suceden a un ritmo muy rápido, lo que puede confundirnos a todos en cuanto a dónde debemos centrar nuestra mayor atención. Para contrarrestar esa confusión, las enseñanzas bahá’ís dicen que debemos recorrer un camino físico con pies espirituales. Esto requiere una diligencia constante para mantener ese cuidadoso equilibrio, sabiendo que esta corta vida en la Tierra no está hecha para la gratificación física, sino para nuestro desarrollo espiritual duradero.

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