Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Mi padre, que Dios bendiga su corazón y lo tenga en su gloria, era muy violento. Él lo heredó de su padre y de la Segunda Guerra Mundial, donde luchó como marino en el Pacífico.
Nunca hablaba mucho de la guerra en sí ni de sus experiencias en combate, pero mi tío me enseñó una vez un recorte de periódico estadounidense que decía que mi padre había matado a 36 soldados japoneses en la isla de Tarawa en «combates cuerpo a cuerpo» durante una sola batalla. Según el artículo, mató a algunos de ellos con sus propias manos cuando se quedó sin munición.
Como su hijo mayor, aprendí rápidamente que los hombres no se recuperan de ese tipo de violencia. Jamás.
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Pero mi padre también tenía un inusual sentido del honor, caballerosidad y nobleza, y había sido entrenado por sus padres para no golpear nunca a una mujer. Comprendía la injusticia y la brutalidad esenciales de la violencia doméstica, de que una persona más grande agreda físicamente a otra más pequeña, y ni una sola vez levantó la mano a mi madre, su esposa durante 63 años.
Lamentablemente, eso no puede decirse de todos los hombres.
La inmensa mayoría de los incidentes de violencia doméstica son perpetrados por hombres contra mujeres. Sólo en Estados Unidos, las líneas telefónicas de ayuda contra la violencia doméstica reciben 20.000 llamadas al día. De media, en Estados Unidos veinte personas sufren malos tratos por parte de su pareja cada minuto. Uno de cada quince niños estadounidenses sufre cada año los efectos de la violencia doméstica; y el 90% de esos niños son testigos de esa violencia.
En muchos países la incidencia de la violencia doméstica es mucho mayor que en Estados Unidos. En algunas culturas, la violencia doméstica se considera normal, aceptable e incluso legalmente permitida.
Sabemos, por múltiples estudios de investigación realizados en muchos países, que los niños expuestos a este tipo de violencia tienen niveles mucho más altos de agresividad generalizada, tanto de niños como de adultos. Como era de esperar, los niños que sufren o presencian violencia doméstica tienen muchas más probabilidades, cuando crecen, de convertirse en maltratadores en sus relaciones adultas. Como tantas clases y tipos de abusos devastadores, la violencia doméstica tiende a crear un círculo vicioso generacional, causando más comportamientos perturbadores, problemas de salud mental y física y patrones a largo plazo de abuso de sustancias, maltrato infantil y violencia. Ese ciclo de violencia sólo puede continuar si se lo permitimos.
Las enseñanzas bahá’ís se pronuncian enérgicamente contra todas y cada una de las formas de maltrato y violencia domésticos. En 1993, el órgano de gobierno democráticamente elegido de los bahá’ís del mundo, la Casa Universal de Justicia, escribió:
La falta de valores espirituales en la sociedad conduce a una degradación de las actitudes que deben regir las relaciones entre los sexos, una degradación en la que las mujeres son tratadas como meros objetos de satisfacción sexual y se les niega el respeto y cortesía a los que todos los seres humanos tienen derecho… El que un hombre utilice la fuerza para imponerle su voluntad a una mujer es una grave transgresión de las Enseñanzas bahá’ís.
La fuerza de que hacen uso los corporalmente fuertes, como medio de imponer la propia voluntad y realizar sus deseos, es una transgresión flagrante de las Enseñanzas bahá’ís. No hay justificación para que nadie, por la fuerza o mediante amenazas, obligue a otro a hacer lo que éste no quiere. ‘Abdu’l-Bahá ha escrito: «¡Oh amantes de Dios! En éste, el ciclo de Dios Todopoderoso, se condena toda violencia y fuerza, toda compulsión y opresión». Que quienes, impulsados por las pasiones o la incapacidad de ejercer disciplina en el control de su rabia, se sintieran tentados a actuar violentamente contra otro ser humano recuerden cómo condena la Revelación de Bahá’u’lláh semejante comportamiento vergonzoso.
En esa misma declaración de la Casa Universal de Justicia, el mundo bahá’í adoptó una postura firme contra cualquier forma de violencia doméstica:
Los varones bahá’ís tienen la oportunidad de demostrar al mundo que los rodea un enfoque nuevo para la relación entre los sexos, en la que se eliminen la agresión y el uso de la fuerza y éstos se reemplacen por la cooperación y la consulta… Ningún marido bahá’í debe jamás golpear a su mujer, ni someterla a forma alguna de trato cruel; tal acción constituiría un abuso inaceptable de la relación matrimonial y sería contraria a las Enseñanzas de Bahá’u’lláh.
Mi padre no lo hizo todo bien como padre, pero me enseñó a no pegar nunca a una mujer. Decía que un hombre no podía cometer un acto más vergonzoso y cobarde.
La crianza y formación de los hijos varones tiene un impacto directo en la epidemia mortal de violencia doméstica que exhiben ahora nuestras sociedades y culturas. Cuando no enseñamos a nuestros hijos a expresar sus emociones y a comunicarse de forma calmada y consultiva, les animamos tácitamente a usar los puños en su lugar. Todo el mundo experimenta ira, así que es nuestro deber y responsabilidad, como padres, enseñar a nuestros hijos a gestionar su ira de forma constructiva.
Con esto en mente, intenté dar a mis hijos el mismo mensaje que me dio mi padre. Criar a los chicos con la idea de que golpear a cualquier mujer ejemplifica un profundo fracaso por su parte me ha demostrado que la violencia no tiene por qué convertirse en un ciclo irrompible. Así que si tienes hijos varones, hazles el favor de enseñarles a no pegar nunca a una mujer. Les harás a tus hijos, y a las hijas del mundo, un gran regalo.
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