Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
En 1844, una época de gran expectativa en las diversas religiones del mundo, apareció el primer profeta de la revelación bahá’í, lo que explica por qué los bahá’ís celebran esta noche la Declaración del Báb.
Todas las grandes religiones del mundo empezaron exactamente de la misma manera –cuando un individuo, al que más tarde llamamos profeta, mensajero, manifestación de Dios– trae a la humanidad una nueva versión de las eternas enseñanzas espirituales.
Una nueva religión comienza cuando ese mensajero sagrado recibe una revelación, una transferencia mística de inspiración, conocimiento y poder espiritual del Creador. El crecimiento de esa nueva Fe se pone en marcha cuando la gente comienza a escuchar ese mensaje y responde con el corazón y el alma.
Comenzó de la misma manera con Buda, con Abraham, con Jesús, con Muhammad. La Fe bahá’í también tuvo sus propios comienzos de esa manera. Llamado «el amanecer de la Mañana de la Guía» en los escritos bahá’ís, este día –la Declaración del Báb– significa la inauguración de una era espiritual completamente nueva en la historia de la humanidad.
Todo comenzó cuando el Bab (pronunciado bŏb), el joven heraldo y precursor de la Fe bahá’í, y el fundador de su predecesora revolucionaria, la Fe babí, declaró su misión en mayo de 1844.
Hoy, los millones de bahá’ís de todo el mundo creen que el Bab, título que significa «la Puerta», transmitió un nuevo mensaje destinado a resultar en el eventual establecimiento de la paz y la unidad de la humanidad.
El Báb, un joven llamado Siyyid Ali Muhammad, procedía de Shiraz, en la provincia de Fars, Persia. Nacido en 1819 en el seno de una familia de mercaderes y comerciantes, criado por su tío materno tras la prematura muerte de su padre en 1826, el Báb inició una agitación breve pero intensamente poderosa de un movimiento religioso que no tiene parangón en la historia de la humanidad.
Así es como sucedió: durante la tarde del 22 de mayo de 1844, Siyyid Ali Muhammad declaró su misión como el Báb a un ardiente buscador espiritual llamado Mulla Husayn. Más joven de lo que era Jesús cuando declaró su revelación, aquel día el Báb inició una nueva era de fe, renovando la promesa eterna de la religión misma. Como escribió el Guardián de la Fe bahá’í Shoghi Effendi en su libro «Dios pasa», pronto miles de personas se convirtieron en seguidores del Báb, encendiendo:
… una conmoción que agitó el país entero. El fuego que la declaración de Su misión [la del Báb] había prendido estaba siendo avivado mediante la dispersión y actividades de Sus discípulos designados. Ya en el transcurso de menos de dos años había inflamado las pasiones de amigos y enemigos por igual.
Las nuevas enseñanzas del Báb, y los miles de personas que las adoptaron, pusieron patas arriba las prácticas corruptas del clero persa y desafiaron las costumbres religiosas y culturales de toda la nación al derogar las leyes tradicionales de la sharia del pasado.
El Báb declaró públicamente que había venido, como Juan el Bautista antes de la declaración de Jesucristo, como el heraldo prometido de otro mensajero de Dios mayor que le seguiría –»el Prometido de Todos los Tiempos»–, el fundador de una religión mundial universal y unificadora.
Bahá’u’lláh, el profeta y fundador de la Fe Bahá’í, quien declaró su misión 19 años después, en 1863, cumplió la promesa profética del Báb.
Así que ahora, cada año a las dos horas y once minutos después de la puesta del sol en la tarde del 22 de mayo, los bahá’ís de todo el mundo celebran la Declaración del Báb, descrita aquí por Shoghi Effendi en Dios pasa:
La escena que abre el acto inicial de este gran drama se desarrolla en la cámara superior de la modesta residencia del hijo de un mercader de Shiraz, en un oscuro rincón de la ciudad. Sucedió una hora antes del ocaso del día 22 de mayo de 1844. Los participantes eran el Báb, un siyyid de 25 años, de linaje puro y santo, y el joven Mullá Husayn, el primero en creer en Él. El encuentro que precediera a la entrevista pareció ser del todo fortuito. La propia entrevista se prolongó hasta el alba. El Anfitrión permaneció encerrado a solas con Su invitado, sin que la ciudad dormida fuese ni remotamente consciente de la importancia de la conversación que tenía lugar. Ningún registro ha pasado a la posteridad de aquella noche única, excepto el relato fragmentario, pero sumamente esclarecedor, que salió por boca de Mullá Husayn.
«Estaba yo sentado, hechizado por Su expresión, ajeno a la hora y a quienes me aguardaban», atestigua él mismo, tras describir las preguntas que Le había planteado a su Anfitrión y las respuestas concluyentes que recibió de Él, respuestas que habían establecido más allá de todo asomo de duda la validez de Su alegato de ser el prometido Qá’im. «De repente, la llamada del almuédano, que convocaba a los fieles para la plegaria matutina, me despertó del estado de éxtasis en el que parecía haber caído. Todas las delicias, todas las glorias inefables que el Todopoderoso ha referido en Su Libro, las posesiones inconmensurables del pueblo del Paraíso, todas parecía haberlas experimentado aquella noche. Diríase que me encontraba en un lugar del que en verdad bien podría decirse: “Allí ningún pesar nos alcanzará y allí ningún cansancio nos rozará”; “no se oirá allí ningún vano discurso, ni falsedad alguna, sino sólo el grito ‘¡Paz! ¡Paz!’”; Su exclamación será allí “¡La gloria sea contigo, oh Dios!” y su salutación “¡Paz!” y su despedida “¡Alabado sea Dios, el señor de todas las criaturas!”». Aquella noche el sueño me abandonó. Estaba extasiado por la música de aquella voz que alzábase y descendía en un cantar; ora surgiendo conforme revelaba los versículos del Qayyúmu’l-Asmá’, ora transmitiendo armonías etéreas y sutiles mientras pronunciaba las oraciones que iba revelando. Al final de cada invocación, solía repetir este versículo: «¡Lejos sea de la gloria de tu Señor, el Todoglorioso, cuanto Sus criaturas afirman de Él! ¡Y la paz sea sobre Sus mensajeros! ¡Y alabado sea Dios, el Señor de todos los seres!».
«Esta Revelación», prosigue Mullá usayn en su testimonio, «tan repentina e impetuosamente lanzada sobre mí, llegó como un rayo del que tal se dijera que había anulado mis facultades. Me sentí cegado por su esplendor deslumbrante, y abrumado por su fuerza demoledora. La emoción, la alegría, el sobrecogimiento y la maravilla remecieron las entrañas de mi alma. Entre estas emociones predominaba un sentimiento de dicha y fortaleza que parecía haberme transfigurado.
Para conmemorar la Declaración del Báb, los bahá’ís de todo el mundo se regocijarán y celebrarán esta noche, marcando el aniversario del día y la hora y el minuto exacto en que el Báb hizo sonar por primera vez su gran llamamiento para hacer avanzar la unidad de todos los pueblos, culturas, naciones y religiones.
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