Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
Últimamente, la proliferación de huelgas, dimisiones y reivindicaciones de justicia laboral han dominado las noticias empresariales, y con razón. Todos queremos lugares de trabajo justos y equitativos.
Por supuesto, la justicia opera tanto a nivel institucional como individual, así que en este artículo vamos a examinar las cuestiones más locales o personales de la justicia en el lugar de trabajo. Las enseñanzas bahá’ís nos ofrecen una visión de la importancia de la justicia, como Bahá’u’lláh escribió en su Libro Más Sagrado: ¡Oh pueblo de Dios! Lo que educa al mundo es la Justicia, pues está sostenida por dos pilares: la recompensa y el castigo. Para el mundo, estos dos pilares son las fuentes de la vida.
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Una de las funciones necesarias de toda empresa comercial –desarrollar el talento y las capacidades humanas– puede ayudarnos a comprender el papel de la justicia en el lugar de trabajo. Todas las organizaciones administran justicia a través de sus sistemas de recompensa y castigo, y ejercen así una influencia extrema en la formación del carácter, los talentos y las aptitudes humanas.
El empleado recompensado por situarse por encima de sus compañeros en la competición desarrollará un carácter competitivo e individualista, mientras que el empleado recompensado por facilitar con éxito un equipo cooperativo desarrollará los talentos de la escucha, la empatía y la apreciación de puntos de vista diversos. Visto así, este sistema de la organización debe diseñarse con vistas no sólo a explotar las capacidades actuales, sino a desarrollar aquellas virtudes espirituales latentes en la personalidad humana.
Dos individuos pueden nacer con exactamente el mismo talento y capacidad natural. Una, sin embargo, puede haber crecido en una familia que no tenía acceso a las computadoras, mientras que la otra creció con su propia computadora a una edad muy temprana, y no puede recordar un momento en el que no estuviera conectada a Internet. Estas dos personas, aunque hayan nacido con la misma capacidad, pronto desarrollarán talentos y habilidades diferentes en función de su entorno, que poco tiene que ver con sus propias elecciones. En nuestra cultura actual, a uno le irá mejor en la escuela que al otro, y uno ganará mucho más que el otro. ¿Es esto justo? ¿Y qué papel desempeña la empresa en esta cuestión de justicia?
En un discurso que pronunció en Nueva York en 1912, Abdu’l-Bahá dijo:
La diferencia de capacidad en los individuos humanos es fundamental. Es imposible que todos sean iguales, todos idénticos, todos sabios. Bahá’u’lláh ha revelado principios y leyes que efectuarán el ajuste de las diversas capacidades humanas. Él ha dicho que todo lo que sea posible lograr en el gobierno humano será realizado a través de estos principios. Cuando las leyes que Él ha instituido se cumplan, no será posible que haya millonarios en la comunidad y de igual forma no habrá gente extremadamente pobre. Esto será realizado y regulado mediante el ajuste de los diferentes grados de la capacidad humana.
Esta importantísima afirmación –»… Esto será realizado y regulado mediante el ajuste de los diferentes grados de la capacidad humana» – tiene enormes implicaciones para las prácticas contemporáneas de las empresas y los recursos humanos. Una vez que nuestras sociedades y empresas creen leyes y procesos que puedan ayudar a modificar la capacidad humana, permitiremos que los individuos obtengan la compensación que les corresponde. Esto arroja luz sobre la cuestión planteada en el párrafo anterior: dar a estos dos niños acceso a ordenadores a una edad temprana, y a ambos la oportunidad de desarrollar sus capacidades inherentes.
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Las empresas modernas comprenden la importancia de desarrollar la capacidad humana de sus miembros y, por tanto, crean sistemas que pueden potenciar el progreso hacia una sociedad justa. Si la organización ofrece igualdad de acceso a la formación, el entrenamiento y las oportunidades de aplicar las propias habilidades, promueve la justicia. Si no lo hace, niega la justicia. Esta comprensión es esencial para lograr la justicia para las mujeres y las minorías. La justicia no puede ser alcanzada sólo por los gobiernos. Las escuelas y las empresas comparten la misma responsabilidad de ofrecer oportunidades justas y equitativas para el desarrollo humano, como señaló Abdu’l-Bahá:
¿Por qué debería el hombre, que está dotado con sentido de justicia y las sensibilidades de conciencia, tolerar que uno de los miembros de la familia humana sea considerado y catalogado como inferior? Tal diferenciación no es inteligente ni concienzuda; por lo tanto, Bahá’u’lláh ha revelado el principio religioso de que la mujer debe recibir el mismo privilegio en la educación que recibe el hombre y pleno derecho a sus prerrogativas. Es decir, no debe existir diferencia en la educación del varón y la mujer para que las mujeres puedan desarrollar igual capacidad e importancia que el hombre en la ecuación económico-social. Entonces el mundo alcanzará la unidad y la armonía
Muchas sociedades parten del supuesto erróneo de que si se promociona a las mujeres o a las minorías y se les dan más oportunidades, esto supondrá una pérdida de poder económico o de estatus para los hombres o la mayoría. Esto se basa en lo que Robert Wright ha denominado supuestos de «suma cero», frente a supuestos de «suma no cero». Un supuesto de suma cero supone que en el mundo existe una cantidad fija de riqueza o felicidad. Si tú consigues más riqueza o felicidad, está claro que yo tengo que perder algo. La suma cero supone que todos competimos por nuestra parte de esta cantidad fija de dinero o felicidad.
Es evidente que los escritos bahá’ís no comparten esta visión restrictiva y limitada. Por el contrario, los bahá’ís aceptan un supuesto distinto de la suma cero; que la cantidad de riqueza y felicidad son elásticas, y que dados unos principios sólidos, un buen comportamiento y un sistema justo, la cantidad de riqueza puede aumentar para satisfacer las necesidades de todos, y los ricos pueden alcanzar una felicidad mayor de la que poseen actualmente.
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El simple hecho estadístico es que aquellas sociedades en las que las mujeres gozan de mayores oportunidades económicas y libertad son las que han alcanzado un mayor éxito económico. Aquellas que niegan a las mujeres oportunidades económicas son las que experimentan la peor pobreza. Por lo tanto, como dijo Abdu’l-Bahá, el progreso se convierte en un juego de suma no cero, en el que la justicia para un grupo puede equivaler a un mayor progreso para todos:
Entre los resultados de la manifestación de fuerzas espirituales estará el de que el mundo humano se adaptará a una nueva forma social, la justicia de Dios se hará manifiesta a través de los asuntos humanos, y la igualdad humana será universalmente establecida. Los pobres recibirán una gran dádiva, y los ricos lograrán felicidad eterna. Porque, aunque en el presente los ricos disfrutan del más grande lujo y confort, no obstante, están privados de la felicidad eterna, pues la felicidad eterna depende del “dar”; y, a su vez, los pobres en todas partes se hallan en un estado de abyecta necesidad.
Cuando las sociedades y las empresas que las componen reconocen esta poderosa premisa de suma no cero y actúan en consecuencia, su crecimiento y desarrollo se disparan inevitablemente.
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