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La bendición de un padre: cómo me convertí en bahá’í

Barron Harper | Dic 28, 2018

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Barron Harper | Dic 28, 2018

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Mi padre falleció de este mundo en 1985, y ahora soy más viejo que mi padre en el momento de su muerte.

En sus años más jóvenes, su alcoholismo y comportamiento errático afectaron profundamente mi infancia. Una mañana de 1959 se despertó retorciéndose de dolor. «¡Llama a una ambulancia!», apenas conseguió gritarme. En el hospital, le diagnosticaron pancreatitis y se sometió a una cirugía de emergencia. Sobrevivió y, sorprendentemente, dio la espalda a alcohol para siempre.

En su ceremonia conmemorativa, me pidieron que dijera algunas palabras. Su esposa lo había embalsamado y lo tenía en ataúd abierto dentro de su iglesia. Recordando sus sacrificios durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, comencé a recordar que, en realidad, había tenido dos conversiones en su vida: renunciar a la bebida y unirse a la Fe Bahá’í.

Como cristiano en sus primeros días, mi padre había anticipado que el regreso de Cristo sería anunciado por extraordinarios eventos celestiales, como su descenso del cielo en las nubes y la caída de estrellas sobre la Tierra.

Sin embargo, como erudito bíblico, tuvo conflicto con la situación de los judíos hace 2.000 años.  Según las profecías del Antiguo Testamento, los judíos habían anticipado que el Mesías vendría de un lugar desconocido, se sentaría en el trono de David, cumpliría la ley de los profetas, gobernaría con un cetro de hierro, conquistaría el Este y el Oeste, iniciaría un reino de paz, y glorifica al pueblo elegido: los judíos.

Pero cuando Jesús apareció como su Mesías, los judíos observaron que venía de un lugar conocido .Él no se sentó en el trono de David. No tenía lugar para recostar su cabeza. Él eliminó el día el Sabbath. No llevaba ninguna espada. No conquistó el este y el oeste. No inauguró un reino de paz, ni exaltó a los judíos. Cuando Jesús les dijo que había bajado del cielo y al mismo tiempo estaba en el cielo, llenos de ira ellos lo crucificaron.

Mi papá concluyó que si Cristo cumplía las profecías mesiánicas en el Antiguo Testamento, lo hacía simbólicamente, no literalmente. El espíritu de Cristo descendió del cielo, y su trono era uno eterno. Él reformó la ley de Moisés. Su espada fue su palabra, que eventualmente conquistó el este y el oeste. Su reinado de paz reunió a tribus guerreras bajo la bandera del cristianismo, y exaltó a aquellos judíos que vieron el significado simbólico más profundo de sus enseñanzas y lo siguieron.

Mi papá se dio cuenta de que muchos cristianos aceptan que en la primera venida de Cristo este no cumplió las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento literalmente, pero, sin embargo, muchos creen que su segunda venida se cumplirá literalmente. ¿Podría su segunda venida, se preguntaba mi padre, ser pasada por alto por los seguidores de Cristo, quienes, como los judíos hace 2.000 años, malinterpretaron los símbolos entretejidos en las escrituras bíblicas?

Mi padre entendió que las profecías bíblicas de los libros de Isaías y Apocalipsis significaban que el mundo no terminaría literalmente, sino simbólicamente .Él sabía que los versos bíblicos que hacían referencia a señales de la segunda venida de Cristo y el fin del mundo en su Biblia de King James, tales como los siguientes:

Y sentándose él en el monte de las Olivas, se llegaron a él los discípulos aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo? – Mateo 24: 3.

Traducido del griego en el siglo XVII, los eruditos del Nuevo Testamento llevaron la palabra aion y le dieron el significado de mundo; Por lo tanto, fin del mundo. Papá se dio cuenta de que otra interpretación de aion es eon; por lo tanto, final del eón.

En 1978 se publicó la Nueva Versión Internacional (NVI) de la Biblia. En esta versión, los académicos utilizaron los manuscritos más antiguos y de mayor calidad disponibles del Nuevo Testamento griego y del Antiguo Testamento hebreo y arameo .En la versión NIV, Mateo 24: 3 lee:

Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: «Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?»

Las enseñanzas bahá’ís describen dos grandes épocas históricas en la historia de la humanidad: la primera es la era profética y la segunda la era del cumplimiento de esas profecías. Entonces, cuando Cristo enseñó a sus seguidores a orar por el reino de Dios en la Tierra, estaba profetizando la llegada de aquella era de cumplimiento.

Mi papá creía que tanto Isaías, el profeta, como Juan, el apóstol, brindaron una visión de aquel reino venidero, aun cuando la humanidad en esta era nuclear posee el poder de destruir el mundo entero:

Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. – Isaías 2: 4.

Y vi un cielo nuevo, y una tierra nueva: porque el primer cielo y la primera tierra se fueron, y el mar ya no es. – Apocalipsis 21: 1.

Al investigar el gran plan redentor de Dios, él entendió la enseñanza bahá’í de que el Creador nunca deja sola a la humanidad, sino que hace llegar su guía una y otra vez. A través de una sucesión de grandes educadores o mensajeros conocidos por sus frutos, él entendió que todos ellos revelan la palabra regeneradora de Dios.

Después de hacerse bahá’í, papá se dio cuenta de que el tiempo de angustia anticipado por Cristo en los «últimos días» vendría como consecuencia del alejamiento de la humanidad de Dios. La humanidad se encontraría gradualmente incapaz de soportar las consecuencias de sus delitos y actos injustos. A través de un proceso apocalíptico, la raza humana, lejos de destruirse a sí misma, surgiría castigada y unificada, y, como profetizó Bahá’u’lláh, establecerá el reino de Dios en la tierra que Cristo anticipó hace 2.000 años:

Que todas las naciones lleguen a ser una en fe, y todos los hombres, como hermanos; que se fortalezcan los lazos de afecto y unidad entre los hijos de los hombres; que desaparezca la diversidad de religiones y se anulen las diferencias de raza. ¿Qué mal hay en esto?… Y sin embargo, así será; estas guerras estériles y devastadoras pasarán, y la “Más Grande Paz” vendrá… – Bahá’u’lláh, La Proclamación de Bahá’u’lláh, pág. 2.

Cuando mi padre me escribió en 1967 sobre cómo se hizo bahá’í, conmovió mi corazón. Ese mismo año, yo también acepté la Fe de Bahá’u’lláh.

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