Las opiniones expresadas en nuestro contenido pertenecen al autor únicamente, y no representan puntos de vista de autoridad en la Fe Bahá’í.
¿Qué pasaría si las empresas, en un mercado global totalmente interdependiente, se estuvieran convirtiendo en empresas esencialmente espirituales?
En la primera parte de esta serie de ensayos, analizamos la importancia de los valores espirituales de honestidad, confianza y lo que el sociólogo Frances Fukuyama denomina sociabilidad espontánea en el mercado de bienes y servicios.
Fukuyama relaciona directamente el capital social con la prevalencia de la confianza en una sociedad. Demuestra que las sociedades de alta confianza tienen éxito en la creación de riqueza, mientras que las sociedades de baja confianza demuestran menos capacidad para generar riqueza tanto social como material. Las sociedades de baja confianza, como varios países de Oriente Medio, extienden la confianza dentro de la asociación familiar, pero difícilmente más allá de ella. Las relaciones económicas sólidas suelen existir solamente dentro de la familia extensa, y las relaciones más allá de ella se tratan con desconfianza.
Esta falta de confianza más amplia sirve de freno a la actividad económica. Las sociedades con un alto nivel de confianza, como Estados Unidos, Japón y Europa, desarrollan múltiples formas de asociación y facilitan las relaciones más allá de la familia. Estas asociaciones incluyen clubes cívicos, fraternidades, partidos políticos, asociaciones comerciales y profesionales, así como organizaciones religiosas y otras organizaciones comunitarias. Esta capacidad para confiar en los demás, o «sociabilidad espontánea», sirve de base a una actividad económica más amplia.
Este análisis de una sociedad con un alto nivel de confianza como base de la riqueza constituye una clara advertencia para culturas como la estadounidense, en la que el declive de la sociabilidad y la pérdida de confianza son rápidos y visibles. En 1928 Shoghi Effendi, el Guardián de la Fe Bahá’í, escribió:
La permanencia y estabilidad alcanzadas por cualquier asociación, grupo o nación son el resultado de –y dependen de– la solidez y el valor de los principios en los que basa la gestión de sus asuntos y la dirección de sus actividades. Los principios rectores bahá’ís son la honradez, el amor, la caridad y la honestidad; la anteposición del bien común al interés privado; y la práctica de la piedad, la virtud y la moderación. [Traducción Provisional de Oriana Vento]
Los bahá’ís creen que la confianza y la honradez construyen permanencia y estabilidad, tanto en los negocios como en todas las demás instituciones, como demuestra esta cita de Abdu’l-Bahá:
La veracidad es la base de todas las virtudes humanas. Sin la veracidad, el progreso y el buen éxito, en todos los mundos de Dios, son irrealizables para cualquier alma. Cuando este atributo santo se encuentre arraigado en el hombre, todas las cualidades divinas serán también adquiridas.
La honradez y la confianza resultante equivalen a capital social. Si podemos imaginar una autopista o un sistema ferroviario en una nación como un activo para la economía y el país, como una forma de capital, imaginemos el capital social como un sistema de transporte entre los seres humanos de la sociedad. El capital social es la autopista de las ideas, de las conversaciones de confianza, del discurso intelectual y de la formación de relaciones entre individuos y organizaciones.
En la economía del conocimiento en la que vivimos, el capital social puede ser un activo mucho más valioso que cualquier autopista o ferrocarril.
Este activo del capital social, basado en la confianza, tiene tanta importancia dentro de una empresa como en la sociedad. Hoy en día, casi todas las empresas progresan en la medida en que innovan. ¿Cómo se produce la innovación? ¿Acaso surge de algún genio creativo sentado en su despacho con bombillas encendidas sobre su cabeza? Muy difícilmente.
Con mucha más frecuencia, la innovación es el resultado de una lluvia de ideas, del intercambio abierto de ideas sin miedo a ser juzgado, robado o ridiculizado. Si temo que se apropien de una idea que comparto y se atribuyan el mérito, es mucho menos probable que comparta esa idea. Pero si comparto libremente una idea incompleta contigo, tú u otra persona puede añadir algo a esa idea, cambiarla ligeramente, o incluso podría desencadenar una idea completamente diferente en tu mente.
Este intercambio dinámico representa la danza de la creatividad, donde germinan las ideas y se incuba la innovación.
La desconfianza interrumpe el proceso con la misma seguridad que un choque de trenes interrumpe la línea férrea. El coste para la empresa de interrumpir el diálogo humano puede ser mayor que el coste material de interrumpir el tráfico de la cadena de suministro.
Esto hace que los principios espirituales de confianza y honestidad en el entorno empresarial sean enormemente importantes, fundamentales para el éxito de toda nueva empresa y esenciales para las estrechas relaciones laborales que hacen que nuestro trabajo tenga éxito.
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