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Espiritualidad

La oración diaria: el sentimiento místico que nos une con el Creador

Jaine Toth | Ago 5, 2021

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Jaine Toth | Ago 5, 2021

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El corazón de la fe religiosa, dicen los escritos bahá’ís, es «ese sentimiento místico que une al Hombre con Dios». Muchos de nosotros anhelamos experimentar este sentimiento místico, pero ¿cómo llegamos a él?

La respuesta ofrecida a esa pregunta en 1935 por Shoghi Effendi, Guardián de la fe bahá’í, sigue siendo igual de relevante hoy en día:

…Cómo lograr la espiritualidad es realmente una cuestión para la que todo hombre o mujer joven tiene que encontrar tarde o temprano una respuesta satisfactoria. Es precisamente porque no se ha dado o encontrado tal respuesta satisfactoria que el joven moderno se encuentra desconcertado y, en consecuencia, está siendo arrastrado por las fuerzas materialistas que están minando de una manera tan poderosa los fundamentos de la vida espiritual y moral del hombre…

En esta condición tan tristemente espantosa, donde ha caído la sociedad, en que la religión trata de mejorar y transformarse. Pues la esencia de la fe religiosa es ese sentido místico que une al hombre con Dios. Este estado de comunión espiritual puede conseguirse y mantenerse mediante la meditación y la oración. Y ésta es la razón por la cual Bahá’u’lláh ha insistido tanto en la importancia de la oración. A un creyente no le basta con solo aceptar y observar las enseñanzas. Debe además cultivar el sentido de la espiritualidad que puede adquirir, sobre todo, por medio de la oración…

Los creyentes, particularmente los jóvenes deben por tanto darse perfecta cuenta de la necesidad de orar. Pues la oración es absolutamente indispensable para su desarrollo espiritual interior, y esto es, como ya hemos dicho, la base misma y el propósito de la religión de Dios.

Entonces, ¿cómo debemos orar? ¿Existe una forma específica de ofrecer nuestras devociones meditativas que evocará esa sensación inexplicable, esa experiencia mística de otro mundo? Probablemente hay tantas formas diferentes como personas que oran, y no todas tendrán éxito inicialmente.

Pero el primer paso, que casi todos los credos y toda la orientación espiritual aconsejan, consiste en orar todos los días. Como cualquier comunicación, la oración gana calidad, profundidad y eficacia cuando se realiza con regularidad. Si solo utilizas la oración cuando tienes una necesidad extrema, sin duda te sentirás oxidado. Pero si haces de tu actividad devocional una práctica diaria, poco a poco crecerá tu familiaridad, tu claridad de expresión y, en última instancia, tu eficacia.

Mi primera experiencia del sentimiento místico sobre el que escribió Shoghi Effendi llegó a través de mi recitación diaria de la oración obligatoria larga, una de las tres opciones entre las que los bahá’ís pueden optar por recitar cada día. Los bahá’ís tienen muchas oraciones para elegir en los escritos bahá’ís, pero una de estas tres se utiliza cada día como base de esa práctica espiritual regular de oración y meditación.

Los bahá’ís son libres de elegir entre la oración obligatoria corta de Bahá’u’lláh, que se recita al mediodía; la de longitud media, que se invoca tres veces al día; o la larga, que se recita una vez cada 24 horas. La oración obligatoria corta es la más sencilla:

Soy testigo, oh mi Dios, de que Tú me has creado para conocerte y adorarte. Soy testigo, en este momento, de mi impotencia y de Tu poder, de mi pobreza y de Tu riqueza.

No hay otro Dios sino Tú, Quien ayuda en el peligro, Quien subsiste por Sí mismo.

La oración obligatoria larga tiene varios movimientos prescritos en diferentes momentos de la oración. Al principio me parecieron muy extraños. En mi educación judía, el único movimiento que me resultaba familiar era el davening, el balanceo hacia adelante y hacia atrás que es habitual durante las oraciones judías.

Al principio, cuando recitaba la oración obligatoria larga bahá’í, me sentía cohibida, aunque la recitaba en privado y sin que nadie me viera. Al principio, también me parecía hipócrita realizar esos movimientos que me parecían tan extraños. Pero reconocí que, si estaban prescritos, debían tener un significado interno que acabaría manifestándose.

No pasó mucho tiempo hasta que me sentí identificada con las palabras de la oración y sus posiciones, con los brazos levantados en señal de súplica a Dios, seguidos de una postura de humildad en la que me inclinaba con las manos sobre las rodillas, y luego me postraba ante la majestad del Señor. Pronto se convirtió en algo familiar, natural, bienvenido. A veces las lágrimas brotaban, y a veces fluían. No eran lágrimas de tristeza ni de alegría, sino que provenían de la pasión del reencuentro. Las posturas que la acompañaban servían de ayuda para comprender las profundas palabras de la oración.

Mientras reflexionaba sobre la magia de esta experiencia, recordé esta frase de una oración de Abdu’l-Bahá:

Revélate pues, oh Señor, a través de Tu misericordiosa palabra y el misterio de Tu divino ser, para que el sagrado éxtasis de la oración pueda henchir nuestras almas…

La oración obligatoria larga me reveló al Señor de una manera que nunca había contemplado antes. La palabra éxtasis representó una elección perfecta para las sensaciones místicas que se produjeron. Estaba aprendiendo de primera mano lo que Bahá’u’lláh explica sobre cómo funciona la oración:

Aunque al principio permanezca inconsciente de su efecto, sin embargo, la virtud de la gracia que le ha sido concedida debe necesariamente ejercer tarde o temprano influencia sobre su alma.

No solo en la oración privada, sino también en la comunitaria, he experimentado una sensación de éxtasis. Mientras servía en el Grupo de Trabajo Nacional Bahá’í para las Artes de Estados Unidos, organizamos una serie de retiros para artistas en todo el país. Cada sesión comenzaba con una reunión de oración verdaderamente abierta. Si alguien ofrecía una oración y a otra persona (o a varias) le apetecía tararear o tocar el tambor o un instrumento, simplemente seguían sus instintos. A veces, cuando una oración tenía un estribillo repetido, otros miembros se unían a la recitación de esa parte. En una sesión, una mujer se levantó con una maraca en la mano y empezó a moverse rítmicamente, en lo que podría describirse como un movimiento de danza nativa americana, mientras agitaba la maraca a propósito al ritmo de sus pasos y de la voz de la persona que pronunciaba la oración. Poco a poco, otras personas, incluida yo, nos levantamos y nos unimos a ella, creando un círculo de almas con las manos sobre el hombro de la persona que les precedía. De repente, me sentí como si flotara; era como si mis pies no tocaran el suelo y estuviera sostenida por los brazos de Dios.

Las palabras no pueden explicar lo que ocurrió; no se pueden expresar plenamente los sentimientos místicos; solo se pueden experimentar y atesorar. Sirven para traer un sentido de unión con el Amado y dar un propósito renovado a la vida en este plano terrenal: el de prepararse y estar listo para dar la bienvenida a la transición que nos llegará a todos cuando muramos a esta vida transitoria y nazcamos a la siguiente etapa en la vida de nuestra alma.

Creo que para abrirse a la experiencia de los sentimientos místicos durante la oración, éstos deben ser vocalizados, preferiblemente cantados o coreados, incluso cuando se está solo. Bahá’u’lláh no nos dice que pensemos nuestras oraciones, ni siquiera que las recitemos, sino que las entonemos. Entonar significa hablar o recitar con voz de canto, especialmente en tono monótono; cantar:

Entona, oh Mi siervo, los versículos de Dios que has recibido, como son entonados por aquellos que se han acercado a Él, para que la dulzura de tu melodía encienda tu propia alma y atraiga los corazones de todos. Siempre que alguien recite en la intimidad de su aposento los versículos que Dios ha revelado, los ángeles esparcidores del Todopoderoso difundirán por doquier la fragancia de las palabras emanadas de su boca, y harán que palpite el corazón de toda persona recta. Aunque al principio permanezca inconsciente de su efecto, sin embargo, la virtud de la gracia que le ha sido concedida debe necesariamente ejercer tarde o temprano influencia sobre su alma. Así han sido decretados los misterios de la Revelación de Dios en virtud de la Voluntad de Aquel que es la Fuente de poder y sabiduría.

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